Manual de la bruja es una extraordinaria enciclopedia cómica, un ejemplo maestro de didactismo risueño. De ahí, sin duda, que haya alcanzado la condición de clásico, que se reedite con frecuencia y que sea recordado por generaciones que lo leyeron en la infancia y todavía hoy lo evocan con sonrisa y admiración (el ejemplo artístico más reciente y consumado sería el homenaje que la autora Júlia Sardà rindió a las brujas de Malcolm Bird en su álbum La reina en la cueva). El fenómeno no es fruto de una nostalgia superficial, sino la certificación de una obra de talento, de una sabiduría estética en el manejo de los resortes del didactismo y del humor que recuerda, de alguna manera, salvando las distancias, al éxito de otra obra enciclopédica próxima en el tiempo a la de Bird, la celebrada El libro secreto de los gnomos, de Huygen y Poortvliet.
Si algo caracteriza a Manual de la bruja y define el talante de su autor es un espíritu bienhumorado, una capacidad sobresaliente para establecer complicidad con el lector, para compartir con él sus maldades. Este espíritu se encauza en un manejo sabio y paródico de los resortes de los géneros literarios: en este caso la guía, la enciclopedia (su libro ofrece un índice general variopinto: hogar, cocina, jardinería, hechizos, secretos de belleza, moda, festividades…) así como un índice de términos desopilante: queso rallado, quitasol de bruja, rana, rascamoños, rayo, recepcionista…
A partir de ese cauce y de un tema “de lo más sencillo” (cómo es la vida de una bruja en los tiempos modernos —hogar, empleo, tiempo de asueto…—), Bird establece un juego continuo con el lector, lo acompaña en cientos de horas (es volumen al que se volverá en ese tipo de “lectura de consulta sagrada” que caracteriza ciertos años de infancia). Este juego es manifiesto y alegre, como es el juego puro, desde el principio. Ya en la cubierta se escenifica el ingenio cómico característico de Malcolm Bird. Un recurso metaficcional propenso a la abstracción (presentar a una bruja que está leyendo el propio manual que el lector tiene en sus manos) adquiere en Bird ligereza risueña, resulta trascendido por la risa: la viñeta que contiene la imagen de la bruja está rota y mal pegada.
Esta risa, presente desde el comienzo, ya no cesará, será continua y gozosa, sin resultar cargante. Se prolonga en las guardas, traspasa la hoja de dedicatoria (“El autor y los editores hacen saber que la información práctica contenida en este manual sólo debe ser utilizada por brujas profesionales y que cualquier otra persona que haga uso de esta información lo hace bajo su propio riego”) y continúa en la portada, donde una fila de brujas pugna por hacerse con el manual en el que aparecen. Cuando arranca propiamente el libro (ya lo ha hecho) la vivacidad imperiosa de los dibujos de Bird y su diálogo continuo con el lector (de nuevo un rasgo metaficcional “ligero”, una compañía alegre) muestran un mundo cómico en el que uno queda atrapado, una telaraña simpática y bribona. El mundo al revés, la sátira social y la broma inocente se suceden sin fisura.
Veamos algunos sencillos ejemplos: se ofrece una sección del plano alzado de la casa ideal de una bruja (recurso habitual en los géneros didácticos serios para mostrar la anatomía de un edificio) y se nos asegura que la bruja dueña de la vivienda ha dejado tirar la fachada para ver más claramente el interior. Una serie de flechas nos guía: junto al “ala este”, vemos aparecer el perfil de la extremidad de un animal: “ala de murciélago”. Junto a descripciones arquitectónicas, una flecha nos indica otro detalle accidental: señala un gusanillo que trepa por los muros. Una urraca posada en el edificio nos dice: “Yo soy la viudita del conde Laurel”. Resulta difícil explicar por escrito la comicidad de Bird porque nace de la conjunción absoluta de palabra y dibujo, es hija fértil del talento humorístico verbal/visual.
Cuando nos muestre la despensa de una bruja veremos un bote que contiene un líquido sospechoso. De él se nos dirá: “a lo mejor ya es yogur”. Un frasco nos anuncia: “leche añeja”. En el que está a su lado se lee: “leche más añeja”. Un pequeño reguero de color indefinido se escurre por el suelo. La flecha aclaratoria apunta: “Vete tú a saber”.
En esa despensa había otras cosas asquerosamente divertidas (recordemos el gusto de los niños por las “guarrerías”): gusanos en escabeche, arañas muertas, recortitos de uñas…
Todo es así en este libro. El pequeño lector descubrirá saberes inopinados de un modo divertido, sin darse cuenta, como los nombre de las plantas de conjuro y cocina: consuelda, jabonera, salvia, artemisa, mirto, ruda… Descubrir y disfrutar. Junto a ello, decenas y decenas de consejos y maldades graciosas, como poner chinchetas en las setas donde se sientan los gnomos, o advertencias y recomendaciones del tipo: “nunca beses a una rana, que igual es un príncipe encantado”, “para matar las fresas de un vecino, planta gladiolos en los alrededores”. Es eso, simplemente: un libro, una enciclopedia para morirse de risa.
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Autor: Malcolm Bird. Título: Manual de la bruja. Editorial: Maeva. Venta: Todostuslibros.
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