Los que leen y estudian dicen que el Canto de Débora, en el capítulo 5 del Libro de los Jueces, es una de las piezas literarias más antiguas de todas las contenidas en la Sagrada Escritura. El himno invita al pueblo a la lucha, a «soltarse las cabelleras», porque al principio nadie se atrevía a luchar contra los enemigos hasta que Débora, brava, insufla el ánimo y levanta a Israel, triunfando la libertad. El canto comienza así:
«Aquel día, Débora y Barac, hijo de Abinoam, cantaron así: –Cuando se sueltan las caballeras en Israel y el pueblo se apresta voluntario (…) ¡Arriba, arriba, Débora! ¡Arriba, arriba, canta tu canción! ¡Levántate, Barac, apresa a tus cautivos, hijo de Abinoam! (…) Y el país descansó durante cuarenta años».
Mahmud o el señor de las aguas es como un Canto de Débora, pero escrito veintiocho siglos después. En el Canto, entre otras secuencias, se cuenta cómo Yael, esposa de Jéber, tomó una estaca y, agarrando un martillo, se dirigió sigilosamente hacia Sísara; apoyó la estaca en su sien y la clavó hasta la tierra. Este, que estaba profundamente dormido por el cansancio, murió. «Bendita sea entre las mujeres Yael, la esposa de Jéber, el quenita (…) Su mano alargó la estaca y su diestra al martillo artesano, golpeó a Sísara y le aplastó el cráneo, le quebró y atravesó la sien».
En Mahmud es Elmachi quien hace de Yael. Y Mahmud, que es Elmachi otra vez, podría ser el alter ego de Débora del El Libro de los Jueces, cuyo fin es resurgir desde un lago como el de al-Assad para reconstruir su historia. Mahmud Elmachi es un anciano que recuerda que fue uno de los millones de habitantes oprimidos bajo el yugo del poder de Bashar al Asad: estamos en la Siria contemporánea. La obra es trasunto de una revelación: la de cómo se colmó de atrocidad la Siria actual. Una Siria quizá similar a la que hubo veintiocho siglos antes. Atrocidades repartidas entre los sus ciudadanos que desembocaron en la instauración de la angustia y la sumisión durante —para ellos—, una eternidad; hasta que quien narra, que es un «viejo sabio» o «viejo tonto», cae en las garras de la locura casi inhumana tras ser testigo de la naturaleza humana de otros, esta vez los integrantes del Daesh: salvajes violaciones, asesinato de hijos…; por eso, es Mahmud el protagonista de El señor de las aguas, que encarna, con su insurgencia y su estaca, la oposición y la destrucción de este tipo de regímenes.
El libro está compuesto en versos. Es poesía narrativa. O no, mejor, es prosa poética. Así que, aun cargado de tropos, no se despega de un registro sencillo, sin flores, como escribe Clémence Goubault. Y así es. Como el Canto de Débora, escrito hacia el 800 a. C., Antoine Wauters (Sprimont, 1981) escribe Mahmud con el fin de convertirlo en un intenso fulgor contra el control político y la devastación que trae la barbarie del terrorismo. Y el pueblo ha de entenderlo. Juglar se hace y como juglar entona un canto de libertad.
Pero «¿quién querría acabar contigo? Dime, ¿quién mataría al viejo Elmachi sentado en su tocón? Ante el cielo. Ante nada. Con algo de suerte, ya ni siquiera se te ve». Él relató, como quien se niega a dormir, los disparos que se escuchaban a lo lejos y que terminaron por nublar el horizonte apagando la luz y haciendo desaparecer una ciudad tras otra.
En Mahmud se respira lo justo, se dice lo justo, se piensa lo justo. Solo ofrece «sorbetes con sabor a libertad» mientras se espera y se entona un canto similar al de la santa: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa (…) Solo Dios basta». Y todo llega, incluso acontece que las masas terminan de adorar a su tirano así en la tierra como en el cielo, así en la realidad como en la ficción. Singular.
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Autor: Antoine Wauters. Título: Mahmud o el señor de las aguas. Traducción: Borja Mozo Martín. Editorial: Demipage. Venta: Todostuslibros.
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