El siglo XVII europeo fue a un tiempo fértil y sangriento. Fértil en lo que se refiere a ideas políticas, comercio y cultura; y sangriento porque una guerra atroz, la llamada de los Treinta Años, asoló el continente. Éste es el siglo de los soldados, escribió en 1640 el guerrero y literato italiano Fulvio Testi, y no le faltaba razón al fulano. Sin embargo, aunque dicho en frío suene raro, ese tiempo de crisis general, la guerra y el desorden que lo impregnaron todo fueron también (cosa frecuente en la historia de la Humanidad) un estímulo cultural y de progreso, pues además de convertirse en argumento para la literatura, la música y el arte, alumbraron ideas políticas y sociales nuevas, así como grandes avances científicos y técnicos. Y qué quieren que les diga. No hay mal que por bien no venga, y tales son las paradojas de la Historia. Naturalmente, en cuanto al conflicto bélico en sí, las consecuencias en las zonas afectadas fueron de espanto: crisis económica y estragos sociales, epidemias, hambre y cuanto se nos ocurra imaginar. De eso hablaremos con detalle en otro episodio; pues lo que interesa ahora, para centrar el siglo, es que el absolutismo (o sea, el poder total de los reyes) se iba a ver reforzado en casi todas partes, aunque con un par de excepciones significativas, aunque no idénticas, que al final acabarían llevándose el gato al agua: Inglaterra y los Países Bajos. Hacia allí se había desplazado el desarrollo del comercio y la riqueza de la Europa Occidental, y los puertos del canal de la Mancha y el mar del Norte mojaban la oreja a los del Mediterráneo. Se advierte ahí, cuando te fijas bien, una importante vinculación entre el desarrollo del capitalismo moderno (moderno para esa época, claro) y el desarrollo de nuevas ideas políticas. Como señala Jean Touchard (uno de mis historiadores favoritos, o tal vez el que más), en España, Italia e incluso en Alemania, las doctrinas políticas apenas dieron lugar a novedades, conservando la impronta de la Reforma o de la Contrarreforma. Dicho de otra manera, que aquellos países donde la Iglesia Católica había perdido fuelle para frenar las ideas nuevas (mercaderes expulsados del templo, mala fama del préstamo con interés y otros lastres tradicionales) progresaron más y con mayor rapidez que los anclados en la escolástica y en gastar su energía intelectual discutiendo sobre si el Purgatorio era un lugar sólido, líquido o gaseoso. No es casualidad que las más importantes obras de pensamiento político de entonces, las más decisivas, avanzadas e influyentes (Hobbes, Locke, Spinoza, Grocio) se parieran en Inglaterra y los Países Bajos, quedando reservada a España una mayor relevancia en arte y literatura (Velázquez, Murillo, Quevedo, Lope, Calderón, imitadísimos en toda Europa) y a Francia, aparte arte y letras, que también las tuvo, cierta originalidad en ciencia y filosofía (Racine, Corneille, Descartes, Molière). El caso es que las burguesías más avanzadas, las que daban riqueza a los países y de comer a la peña, se zambullían sin reservas en la doctrina mercantilista, convencidas de que la fuerza y el prestigio de un país no residían en la providencia divina (los papas y la Inquisición les quedaban muy lejos), sino en las reservas de oro y plata procedentes de ultramar; que aunque eran traídas de América por España, una hábil política económica exenta de prejuicios (neerlandeses e ingleses fundaban compañías de navegación y vendían productos incluso a los enemigos), hacía posible que esos metales preciosos acabaran en los depósitos bancarios de Londres o de Ámsterdam. Se tejía así una red internacional de armadores navales y negociantes que no estaban oprimidos y desangrados a impuestos por el Estado, sino vinculados a él por los mismos intereses: prosperidad y viruta a cambio de libertad, respaldo oficial y seguridad jurídica, concepción laica de la naturaleza, derecho separado de la religión y política alejada de la teología. O sea, auténtica y práctica tela marinera. Todo eso, claro, iba a tener consecuencias: respeto al pensamiento independiente, refuerzo de la unidad nacional e influencia decisiva de una burguesía con maneras, digna en cuanto a forma y espíritu, que acabaría disputando a los monarcas el ejercicio del poder absoluto. Y esa modernidad comercial, cobijada bajo las nuevas ideas políticas y sociales, se vería reforzada por la revolución científica, en un siglo que, aunque empezó fatal en términos generales, acabó siendo el de Kepler, Galileo, Torricelli, Pascal y Harvey, entre muchos otros nombres ilustres. Y, por supuesto, gran siglo de Isaac Newton, el más influyente científico de la historia, que al publicar en 1687 sus Principia Mathematica revolucionó una visión del mundo que se había mantenido casi inmutable desde Aristóteles y Tolomeo.
[Continuará].
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Publicado el 29 de diciembre de 2023 en XL Semanal.
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El siglo XVII, con los austrias y sus primeros ministros, con nuestro encapsulamiento social y económico, con el desangrado continuo de la guerra, sin comercio, volcados en el Atlántico pero con una insuficiente flota, con una sociedad pobre basada en la picaresca, fue una lenta y progresiva decadencia que nadie frenó. Y éramos el enemigo de todos. España era una piñata a la que todos robaban y golpeaban.
Quizás fue el peor siglo de nuestra historia. Estuvimos fuera de las nuevas ideas políticas, el incipiente liberalismo, y fuera de la revolución científica. Nos consolamos con la denominación «Siglo de Oro», que fue espectacular en las letras y las artes, pero esto no tendría por qué haber excluido lo otro.
Lenta agonía de un gigante con los pies de barro…
Excelente exposición, don Arturo.
Lo que queda claro es que, a lo largo de los años, lustros, decenios y épocas enteras, a la pasta, al capital, al parné, al vil metal, al dólar o el euro y a las monedas digitales les gusta que haya el menor control posible de sus actividades. Y si no encuentra esa desregulación en donde esté no tiene el menor resquemor ni patriotismo en huir a donde la encuentre, para obtener mayor beneficio y lucro, con las menores trabas e impuestos posibles. Hoy a esto lo llamamos deslocalización de las empresas y del capital (sin trabas de derechos laborales, medioambientales, o respeto a derechos humanos,por ejemplo) o más vulgarmente tambien llamada globalización, concepto más chic y popular que puede vestir pomposamente, en cuanto nos descuidemos, realidades deshumanizadas y aberrantes. Y ya el colmo del cinismo es dejar que los entes, empresas, etc se «autoregulen», para dotarse de una máscara de buenismo y ética inexistente en cuanto escarbas lo más mínimo.
¿Pero donde quedan los valores espirituales, la ética, el respeto al prójimo y al trato humano y la defensa del planeta? Pues ahí, donde se supone, en la letra muerta de normas, tratados, convenciones y demás subterfugios.
El capitalismo y el libre mercado tiene sus ventajas y aciertos, pero también deja por el camino del supuesto progreso muchas cosas. Y hay que redescubrirlas en cada generación y tratar de alcanzar un equilibrio entre libertad y seguridad, los dos conceptos claves en la vida. Y es un trabajo apasionante, pero las más de las veces ingrato.
Siempre guardo una esperanza, que es muy probable que sea una idea ingenua. Pienso que en algún momento la raza humana realizará un salto sin precedentes y convertirá a este mundo en un lugar en donde la vida se convierta para todos en un cotidiano y confiable placer; para todos los pueblos.
Si algo así ocurriera, se terminaría el hambre, el odio, el poder por el poder mismo, las guerras, el terror.
No me refiero a un mundo de bondad, me refiero a un mundo en donde la razón triunfe por sobre la desmedida codicia, y la locura.
La posibilidad de algo así, existe, llevarla a cabo es otra cosa. Deberíamos de encontrar un método; o quizás sea necesario modificar nuestra forma de vivir en sociedad, y en lugar de leyes y castigos que nos rijan, todos comprendieramos que el otro tiene derechos, y nosotros solo obligaciones.
Como ejemplo digo, que he escuchado que países muy ricos, son justamente ricos, porque sus integrantes viven austeramente.
Una familia puede vivir muy bien con muy poco, pero necesita un ingrediente indispensable; cultura.
Aunque mi ingenua idea, pareciera descabellada y ridícula; yo pienso que es posible, lo que no puedo determinar es si nos alcanzará el tiempo de nuestra historia.
Cordial saludo
Usted, sr. Brun, permítame que se lo diga, es un ilustrado. Uno de los pocos que quedan. Los ideales que usted propugna, comenzando por la RAZON y terminando con la CULTURA, son los ideales de la Ilustración.
Me apunto.
Nunca he pertenecido a ningún partido político pero si forma usted uno, transnacional, claro, también me apuntaría.
En cuanto a nuestra particular historia, la actual, creo que, tristemente, no nos va a alcanzar la materialización de estos ideales. En un mundo posmoderno, anti-ilustrado, deconstructor, relativista, sin valores y lleno hasta las trancas de posverdad, veo muy difícil un cambio de tendencia. El sr. B., por desgracia, ha descrito fielmente la situación.
Quizás hubo un momento, en los años 60 del pasado siglo, en el que los jóvenes de entonces teníamos perspectivas de futuro y esperanza de estabilidad. Parecía que el capitalismo salvaje iba a ser superado. Pero llegó la globalización poco a poco y lo que se globalizó fue la inestabilidad. Inestabilidad de las personas para que los beneficios del capiral fueran estables y… cada vez más inmensos. Quizás la caida de Allende y la primera gran crisis del petróleo fueron el punto de inflexión.
Se pondera la globalización pero es evidente que a quienes beneficia no es a la mayoría de la gente ni al planeta. Transportar camisas, que pueden ser fabricadas aquí, desde China hasta Europa en transportes que malgastan combustibles fósiles y que contaminan y ensucian los océanos, no parece una opción de futuro para todos. Y las fabricaciones masivas y continuas están ya acabando con las materias primas (los móviles desaparecerán tarde o temprano por falta de ellas).
De hecho, los megacapitalisras están invirtiendo los beneficios acaparados, en vuelos espaciales que les proporcionen la huída del Planeta cuando llegue el desastre.
Bueno, pidamos deseos a los Reyes Magos.
Saludos.
De ninguna forma su idea es ingenua, señor Brun. De hecho es que, creo, tarde o temprano, no le quedará otro camino a la Humanidad si desea proseguir su vida en el universo. Tal vez nos veamos enfrentados a una catástrofe cósmica y no nos quede más remedio que confiar y colaborar sin prejuicios ni salvedades unos con otros para salir del atolladero y veamos que es el camino idóneo. O tal vez un día cercano una inteligencia artificial o extraterrestre, al más puro estilo Bradbury, nos obligue o nos convenza a seguir ese camino y hagamos caso y sin fisuras. O una persona inteligente, pacífica y sin igual nos lidere y marque sabiamente un camino, en plan Walden 2, para la colaboración adecuada y permanente de todos los humanos. O un grupo de científicos desentrañe el gen o genes o las conductas aprehendidas que nos hacen esclavos de la maldad, la avaricia y el egoismo, y descubran la manera de hacerlos desaparecer de toda la especie al mismo tiempo, y sin que políticos o demagogos tengan nada que ver en la cuestión. O escuchemos al unísono la maravillosa e ingenua canción «The End» de los Beatles y nos convenzamos que verdaderamente, al final, el amor que das es el mismo amor que recibes en tu vida. O que éste u otro año los Reyes Magos nos traigan el inmenso regalo de dotarnos a todos de un corazón feliz, que sólo vibre fructificando la felicidad en todo el mundo. ¿Ingenuo? Que va, somos millones como usted, sólo tenemos que encontrarnos y juntarnos de alguna manera…
Otro cordial saludo para usted y su familia y otro para el señor Ricarrob y la suya.
Quienes identifican al catolicismo con el atraso y al protestantismo con el progreso, nunca explican que las regiones más prósperas y dinámicas de Europa, entonces y ahora, eran católicas Lombardía, la cuenca del Rin y Valonia eran las zonas más ricas de Europa en el siglo XVI, y hoy siguen siéndolo. Cuando la larga guerra de Flandes destruyó el comercio de Amberes y los rebeldes se quedaron con la ruta del Báltico (por eso resistieron), se suele olvidar que una de las bases de la prosperidad holandesa, junto a ese comercio, fue la emigración de muchos artesanos y menestrales católicos del Sur, que era mucho más próspero que Holanda y Zelanda (las únicas provincias rebeldes mayoritariamente protestantes). Igualmente se olvida que Bélgica, el país más industrializado del siglo XIX, era católico; que la rural y luterana Prusia se convirtió en una potencia porque se anexionó la católica e industrializada Renania; que la muy indutrializada Moravia era católica o que las provincias más prósperas y desarrolladas del Imperio Ruso o Yugoslavia eran católicas.
También se suele ignorar que las primeras empresas de tipo capitalista, las dedicadas al comercio, nacen en Italia siglos antes de que naciera Calvino, y que la Hansa y los Países Bajos (y Castilla) tenían un comercio floreciente, protoindustrias, créditos y letras de cambio mucho antes de que a Lutero se le ocurriera decir que sólo la fe, y no las obras, salvan. Posiblemente, esa falsa moral explica muchas cosas de los paises protestantes.
En los siglos XVI y XVII, aún no se ha descubierto que la prosperidad de una sociedad y la fortaleza de un Estado es su capacidad de generar riqueza en forma de bienes y servicios. En Edpaña se desarrolló un pensamiento económico que descubrió esto antes que en ningún lado, la Escuela de Salamanca, cuyas ideas fueron popularizadas más tarde por esas figuras anglosajonas que siempre cita el señor Pérez Reverte. El problema es que no se dio lo que hoy llamaríamos colaboración entre universidad y empresa. Parece que sigue siendo una de nuestras debilidades, a pesar de que ya no somos un país ‘lastrado’ por el catolicismo.
La tierra y el prestigio social eran más importantes que el dinero; de hecho, el dinero era un medio para comprar tierras y adquirir cargos, títulos y prebendas. Cromwell, el revolucionario puritano, era un terrateniente. En Inglaterra, los más avispados empezaron a comerciar (o a robar a los españoles) y a ver el dinero como un objetivo porque el camino de la posesión de la tierra se cerró con las ‘enclosures’. En Holanda, donde se quita la tierra al mar, el comercio o la artesanía eran obligados. En España, ¿para qué meterse a comerciante si había tierra, destinos administrativos o militares en medio mundo, prebendas y rentas? Pocos arriesgan cuando hay una existencia mediana segura. Aquí, los ‘emprendedores’, los culos inquietos, se hacían soldados o iban a América, pero no fundaban una naviera (y mucho menos en un Mediterráneo infestado de piratas) o una empresa textil.
La decadencia española viene de cuestiones algo más complejas, y al mismo tiempo, sencillas. La plata de América nos arruinó, porque incrementó hasta niveles siderales nuestra capacidad de endeudarnos, en vez de servir para capitalizar la actividad económica. Cuando generas 10 y, durante décadas, te endeudas cada año por 100, acabas destrozando incluso tu capacidad de generar 10. Hoy, con esta-democracia-fabulosa-que-nos-hemos-dado, estamos en el mismo proceso, sin necesidad de tener una política imperial, pagar una administración en cuatro continentes ni de mantener a los tercios en Flandes. La decadencia española se explica por su política económica, por los errores políticos y diplomáticos y, sobre todo, porque cargamos sobre nuestras espaldas la defensa del catolicismo, no sólo en Europa, sino en el mundo entero, una empresa muy superior a nuestras fuerzas. Una empresa muy noble, muy adecuada a nuestra complexión caballeresca. ¿Fue un error? Yo no lo creo, únicamente porque creo que la católica es la fe verdadera y, por tanto, en buena lógica, como a los españoles que de grado o a la fuerza, con acierto o error, dedicaron su vida a esa empresa, estimo más los bienes eternos que los que duran unos años. ¿Es eso locura, señores racionalistas que lo saben todo? No, no lo es, en tanto no se demuestre lo contrario. Y no se ha demostrado. Siempre he mantenido la tesis de que don Quijote es, en realidad, la encarnación de España. Quemen, quemen ustedes los libros de caballerías, barberos, sacristanes y revertes de este mundo. Señalen como loca a España y reconvénganla para que sea ilustrada y racionalista como lo es nuestra sociedad actual (risas), ya que ustedes sólo ven molinos y ventas. Tras la muerte, la suya y la de España, se verá quién tenía razón, como que hay Dios. Ya no queda mucho, ni para nosotros ni para esta España que hoy vuelve a la ‘cordura’ en su lecho de muerte.
Encantado de que se sume a los comentarios, sr. Wales. Su estilo es inconfundible.
Creo que disentimos respecto a la Ilustración pero en líneas generales el análisis es bastante coincidente. Le ha faltado a usted, dentro de nuestra idiosincrasia, analizar el fenómeno de la picaresca que creo se dió por las condiciones socioeconómicas, por tanta plata que no generó sino deudas y que fue la forma de desenvolverse de una sociedad sin buenos dirigentes. Un síntoma de una situación de decadencia económica.
Y… hasta hoy. Los pìcaros siguen lastrando esta sociedad. Se podría hoy escribir toda una nueva novela picaresca a base de la picaresca política y sus entresijos.
Saludos.
Abundando un poco en sus reflexiones, sr. Wales, decirle que quizás el sociólogo Max Weber, ha tenido excesiva importancia que aún pervive. Quizás su análisis fue insuficiente y excesivo y observando desde una parte interesada.
Pero sí que tiene parte de razón. El puritanismo inglés fue uno de los gérmenes del incipiente capitalismo y del liberalismo político y exportaron sus ideas y sus prácticas al naciente Estados Unidos, cuna de la globalización moderna y del imperialismo económico. La Revolución Inglesa del XVII fue principio de muchas cosas.
Pero el tema, como bien dice usted, es muy complejo. Las repúblicas italianas, Venecia, Florencia, con su gran comercio, flota y banca, tuvieron un desarrollo económico portentoso y mucha influencia maquiavélica en el norte de Europa y en las tres revoluciones.
Aquí, por ejemplo, nos faltó también una revolución que hiciera saltar las costuras de una sociedad encorsetada.
Comparto bastante de lo que usted expone, pero tengo qu apuntarle que, para mí, el siglo XVIII fue muy bueno y de mucho desarrollo económico e intelectual y que hasta pudimos acrecentar nuestra flota gracias a Ensenada. Los ilustrados españoles, dignos de encomio en mi opinión, importaron las nuevas ideas e intentaron modernizar la sociedad española.
Denostar la Ilustración, volver a nuestros atavismos, rechazar el progreso, nos trajo un siglo XIX que quizás fue el peor de nuestra historia. Se incide mucho en la II República y la Guerra Civil y nos olvidamos de que el origen de todo fue las tres guerras carlistas y la I República, además de todo un siglo tremendamente convulso.
Saludos.
Gracias, igualmente encantado. Cargo las tintas contra las falsas dicotomías, como por ejemplo la de tradición contra Ilustración o progreso. No significa, de ningún modo, que me posicione contra ninguna de las alternativas. Simplemente, niego la dicotomía, la neta separación de una y otra cosa, tanto como la atribución moral que suele hacerse. No es que esté contra la Ilustración ni el progreso, pero si, por ejemplo, llamamos Ilustración a Voltaire y no a Revillagigedo o Hervás y Panduro, y progresista a Arnaldo Otegui, yo, por supuesto, soy antiprogresista y antiilustrado. No existe la Ilustración como nos presenta la vulgarización habitual de la historia que hacen periodistas, literatos y políticos, sino varias corrientes intelectuales, a veces opuestas. Los ilustrados españoles, por ejemplo, son muy diferentes a los franceses. Tampoco hay una identificación entre Ilustración y liberalismo, y menos aún con la Revolución francesa. De hecho, los ilustrados suelen ser partidarios del poder del Estado o la Corona frente a la Iglesia, los fueros, los municipios, los parlamentos o las corporaciones. Tampoco veo por ninguna parte que el progreso llegara con la Ilustración, o que la limitación del poder llegara por Montesquieu o Locke. Aquí los reyes tenían que jurar los fueros, que nadie ha leído, obedecían las sentencias judiciales y, hasta la llegada de los Borbones, que eran harina de otro costal, el ‘rex eris si recte facias, si non facias, non eris rex’ era un axioma.
Ninguna revolución rompe nada. Las revoluciones son un fraude. La Revolución inglesa no quebró ningún absolutismo. El supremo acto de absolutismo fue cuando Enrique VIII se autonombró papa de la Iglesia inglesa y se quedó con sus propiedades. Romper las leyes del país (como hoy siguen haciendo algunos gobernantes) y no respetar la propiedad privada no es progreso, por mucho que el gobernante sea ‘progresista’. Cromwell fue un dictador, aupado por la aristocracia parlamentaria, aunque luego gobernó sin el Parlamento, masacró a los católicos ingleses, irlandeses y escoceses, imponiéndoles un estatus jurídico peor al de los siervos del feudalismo (porque en el feudalismo había contrato) y con un poder absoluto que jamás tuvieron los reyes ingleses. La Revolución francesa aún fue peor. Basta con leer las masacres de la Vendee o de Lyon por ejércitos de fanáticos, o los desmanes de la soldadesca de Napoleón en España. Si eso es la libertad, entiendo muy bien a los que gritaban ¡vivan las ‘caenas’! Las revoluciones interrumpieron un proceso de reforma muy avanzado en las monarquías europeas. La burguesía, los plebeyos, tenían ya el poder social y económico. Era cuestión de tiempo que obtuviera el poder político. Las Cortes, la limitación del poder real y las elecciones no son inventos liberales. Hubieran llegado, y llegaron, a todos los imperios y monarquías europeas con o sin Revolución.
Me sorprende el predicamento que tiene Max Weber en España, sobre todo entre gentes que se ponen firmes cuando oyen la palabra ‘ciencia’, y sin embargo, dan más importancia a la especulación teórica de un sociólogo que a los hechos en sí, a lo que podíamos llamar resultados prácticos, que son lo que observan los historiadores y, por tanto, es más ‘científico’. Yo entiendo que la historia es compleja y hay que procesarla y enlatarla para el consumo del gran público, pero el producto final que les están sirviendo posiblemente no tenga más que un porcentaje de realidad histórica. En el siglo XV ya existen relaciones capitalistas en el comercio europeo, y con el descubrimiento de América por España y la llegada de los portugueses a la India y China, se ponen las bases de un mercado mundial, aunque hasta la Revolución Industrial y el barco de vapor esté limitado a unas pocas mercancías. No hay capitalismo sin mercado, y a finales de la Edad Media había ciudades florecientes, empresas comerciales, prácticas financieras, lonjas, mercados, mesas de cambio, talones, letras, participaciones, casas de préstamo y excedentes. En España ya se intentaba averiguar qué cuáles eran los fundamentos de la riqueza, porque la afluencia de los metales americanos y la inflación galopante deshizo muchos equívocos.
El siglo XVIII tuvo cosas buenas y malas. Para mantener unida la inmensa monarquía española no sólo se necesitaba una flota y un presupuesto saneado, también se necesitaba mantener una relación de igual a igual con los reinos de América. Que los peninsulares no tuvieran preferencia sobre los americanos, y lo mismo en las relaciones comerciales y el fisco, era fundamental para mantener la unidad espiritual, que es fundamento de la unidad política. Sin embargo, los Borbones hicieron lo que Ramiro de Maeztu llama el cambio de una monarquía misional por un imperio colonial, y así se acabó todo. La sociedad española debía de hacer los cambios que pudieran hacerse sin revoluciones, sin hacer saltar las costuras, porque el resultado de hacerlo fue ese desastroso siglo XIX (que también lo fue para la admirada Francia). No acompañaron los factores externos ni la idoneidad de los gobernantes. Así es como se formaron núcleos irreductibles y enfrentados, y la solución pir conflicto se enquistó como hábito, o como vicio. Y así seguimos, por lo visto.
Saludos.
«El siglo de los soldado»… No en balde aparece por ahí un tal Capitán Alatriste.
El arte Barroco
Fuente Wikipedia:
Bruno Zevi, arquitecto e historiador, define sintéticamente la esencia de la arquitectura barroca, « El barroco es liberación espacial, es liberación mental de las normas de los tratadistas, de las convenciones, de la geometría elemental y de todo lo estático, es también liberación de la simetría y de la antítesis entre espacio interno y espacio externo. Por esta su voluntad de liberación, el barroco alcanza un significado psicológico, que trasciende hasta la arquitectura de los siglos xvii y xviii, logrando un estado de ánimo de libertad, una actitud creadora liberada de prejuicios intelectuales y formales».
La arquitectura Barroca se podría simplificar diciendo que sus edificios se realizaron con una carga ornamental enorme y pesada, pero estaríamos simplificando la demostración majestuosa del arte que puede lograr el hombre cuando su potencial creador estalla en miles de magníficas formas con refinados volúmenes y color; son también representaciones de poder y riquezas. Se podría decir que el hombre se convierte en Dios.
Además se suma a esto, la capacidad de utilización de una mano de obra de artistas que ha acumulado saber y experiencia de maestros a discípulos, durante siglos, y en un momento de la historia todo converge y surge algo superior.
Hoy, sí observamos estas creaciones con ojos del hombre del siglo XXI, muchos, podrán decir qué es demasiado el esfuerzo para realizar esas moles de piedra recargadas de adornos; es el error que cometemos cuando se interpreta la historia a la ligera, sin comprender el contexto de aquellas vidas pasadas, que dejaron en esas inmutables obras y esculturas, nada más, ni nada menos que sus vidas; justamente pensando en el hombre que hoy las observa; sin comprender que se hicieron para él.
Cordial saludo
Cuando toca Historia leo su artículo, y como no hay nada que comentar pues está completito, escribo sobre otra cosa.
Una mujer se preguntaba en un tuit si en el matrimonio había que contarlo todo o era un sincericidio.
Se me escapó y no pude opinar, así que le cuento mi rollo al Capitán Corso. Creyó que era Alatriste, eh? Pues no.
Corso no tiene el título de Capitán de yate, pero usted se lo presta, verdad?
Soy amante de la verdad hasta la exageración. Me repugnan las mentiras, incluso las piadosas. De modo que quien me ha mentido una vez, no puedo volver a creerle. Mi familia lo sabe y los alumnos también. Una niña me dijo: Yo miento a mis padres, pero a ti no.
Existen mitómanos que se creen sus propias mentiras y se quedan tan anchos. Resulta incomprensible para mí.
Ahora bien, una cosa es mentir y otra, ocultar algo que pueda dañar al cónyuge, innecesariamente.
Las infidelidades nunca se cuentan hasta que él o ella (mayormente) las descubren. En los comienzos del enamoramiento, deberían avisar al otro del peligro e intentar alejarse. Si la atracción es tan fuerte que impide el razonamiento, contar los hechos. Aunque duela, es mejor decir y saber la verdad.
Escribo esto empleando mi lógica, porque afortunadamente no tengo experiencia, pero si me hubiera sucedido, querría conocer la verdad. Nuestra confianza era de 95%. Considerábamos que ese 5% restante nos pertenecía a cada uno. De otro modo, como decía la mujer hoy, podría convertirse en un sincericidio.
Sra. Julia, escribe usted sobre la verdad, hoy tan devaluada hasta el extremo de que hay quien piensa que es inexistente. Sobre todo a nivel social, económico y político. Y todo con el objetivo de convencernos de que nada hay que sea sólido, constante, seguro. Estamos en un mundo líquido como dirìa Bauman.
Saludis.
En mi opinión señora Julia, la infidelidad no es lo mismo que la mentira, pero ingresamos en un campo pantanoso con ganadores y perdedores.
Creo yo, que en esta época de matrimonios vocacionales, los lazos son endebles; si esto es bueno o malo no soy quien para decirlo. Pero si digo, que el símbolo más adecuado para representar un sólido matrimonio, es juntando ambas manos con sus dedos fuertemente entrecruzados. Si la pareja no sabe enfrentar la vida de este modo, difícilmente pueda perdurar.
Por último, escriba usted a sus anchas, que aquí somos por el momento libres…no se más adelante…quizás terminemos todos presos, o lo peor, en un manicomio… Dios no lo permita.
Cordial saludo
«Una mujer se preguntaba en un tuit si en el matrimonio había que contarlo todo o era un sincericidio». ¿Y por qué se lo preguntaba una mujer y no se lo pregunta un hombre? ¿Es que la verdad y la confianza tienen distinto valor según el género? Yo le doy mi respuesta subjetiva, aunque a lo mejor miento: contarlo todo sería aburridísimo, yo conozco más a las personas por sus silencios que por sus disertaciones. De hecho no aguanto a las personas, especialmente mujeres, que se pasan el día hablando sin parar. Prefiero a las personas que escuchan, mienten menos.
Encuentro otra pregunta más interesante y actual: ¿Puede un político, sea hombre o mujer, mentir al electorado o cambiar su propuesta electoral a la mínima oportunidad? Ahí si que nos jugamos algo más importante que un divorcio…
Me gustaría incluir a Góngora.
No sé qué hago yo aquí metida, entre tanta cultura, pues soy del montón; pero quiero decirle al sr. Pérez Reverte que me gusta cómo escribe y las lecciones de historia que imparte merecen la pena ser leídas. Felicidades y gracias.