Hay mujeres que cruzan la noche a la intemperie. Lo hacen sin saber por dónde caminan, sin rumbo ni dolor que las impulse. Se descalzan, parece que así sueltan lastre. Tienen que despojarse de todos los espejos futuros que les prometieron siendo niñas: serás esposa, serás madre, serás dama. Serás abnegada, serás hacendosa, serás comprensiva. Te entregarás a los símbolos que tu condición representa. No serás nada entonces. Puede que un reflejo, una mirada, una necesidad creada por el otro.
Hay mujeres como Olivia, la protagonista de A la intemperie, que no están capacitadas para asumirse símbolo, pues tienen la mirada del creador, la que pretende fustigar lugares comunes con palabras que sean verdad. No es nada especial, tan sólo una mujer joven que escribe porque la vida le aburre. Es silenciosa y algo dispersa, tiene una belleza voluble, a veces lánguida, a veces elegante. Es culta y locuaz, pero algo insegura, por eso le encanta estar con su familia y rodearse de artistas que, como buenos esnobs, jamás hablan de arte. Sin embargo, no rechaza el pensamiento burgués, no es crítica con la aparente vida feliz de su hermana, amante esposa y madre de una incalculable piara de niños, y tal vez por eso tiene una relación secreta con un hombre de la Alta Sociedad, porque admira la vida que llevan, pero es incapaz de amoldarse a ella.
La protagonista de A la intemperie se descalza y cruza la noche, pero al hacerlo comete un pecado de soberbia imperdonable a su condición, aquello que los griegos llamaban hibris y por la que los dioses castigan a los héroes: Olivia quiere enamorarse sin dejar de ser libre, y al hacerlo se convierte en uno de los reflejos más reaccionarios que el patriarcado ha creado sobre las mujeres, ella es la amante, la querida, la otra.
No parece importarle demasiado esta condición impuesta, es inteligente y sabe desmontar atavismos, pero mientras realiza este ejercicio de deconstrucción de su propio rol se le escapa algo que rompe su independencia: ella no elige su tiempo, su tiempo está en manos de otra persona, su tiempo no es más que soledad convertida en espera.
El personaje construido por Rosamond Lehmann no sólo cuenta numerosas verdades acerca de las pasiones y las contradicciones humanas, sino que aborda temas que todavía hoy nos preocupan —la novela es de 1936—, como la miseria económica, la independencia ideológica, el divorcio, el aborto o la lucha de clases, pero si algo define la mirada de la autora sobre el personaje de Olivia es su descubrimiento de que todas las personas a las que amamos acaban decepcionándonos y que, por lo tanto, hay que aprehender la causalidad del deseo sobre la soledad.
La soledad es un tema que obsesionaba a Rosamond Lehmann y de todos sus personajes femeninos era Olivia Curtis —protagonista también de Invitación al baile— con la que se sentía más identificada, «es una figura más autobiográfica», aseguró en una entrevista para The Paris Review, donde hablaba de los intentos de censura que tuvo por parte de sus editores para que eliminara la temática del aborto en la novela: «los abortos eran habituales, tenía muchas amigas que habían pasado por ello, pero nadie los mencionaba».
Olivia cruza la noche a la intemperie, busca nostalgia y seguridad en una relación del pasado que consume todas sus atenciones, de este modo no tiene que enfrentarse a la escritura, no tiene que asumir sus fracasos ni sus sueños, solo tiene que vengar al tiempo envidioso con pasividad y deseo.
Autor: Rosamond Lehmann. Título: A la intemperie. Editorial: Errata naturae. Venta: Amazon y Fnac
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