Foto de portada: la niña que inspiró la obra Hacia los Amaneceres Rojos, tomada por Javier Sánchez-Monge en un el basurero de Camboya.
Lanzo esta botella de náufrago al océano de la vorágine tecnológica mediática, en la esperanza de compartir esta desgarradora causa sobre la que nunca antes se había escrito, y de la que, por el solo hecho de haberla documentado, padecí de fuertes episodios de estrés postraumático vicario durante años. Y lo confieso: el libro es devastador, no apto para almas sensibles, sondea las profundidades de la condición humana, y el lector se trasladará conmigo al sórdido universo de los ataques con ácido y sus consecuencias físicas y estéticas, precisamente en una sociedad en que las redes sociales priorizan la apariencia por encima del ser humano que la cobija.
En uno de los casos documentados, una joven cantante de 21 años, amanece en un hospital de Phnom Penh en una habitación sin espejos. Ha sido objeto de una agresión con ácido, y su rostro, anteriormente de inenarrable belleza, luce tan grotescamente desfigurado que habrá de ser preparada psicológicamente para su encuentro con un espejo. A continuación, le sobrevendrá la disociación traumática; ella no puede aceptar que ese alter ego tan grotesco que luce en el espejo, la represente porque es inasumible, y menos aún el hecho de que en adelante, esa habrá de ser la imagen con la que habrá de relacionarse en un mundo en el que las apariencias estéticas priman por encima de cualquier valor humano, y cuya sociedad habrá de estigmatizarla. Por último, el lector ingresará en el obsesivo universo de la cirugía estética en Corea del Sur, con unas consecuencias y un final que seguramente no le cabrá imaginar, porque la realidad es imprevisible.
En mi caso, cuando la documentación de los ataques con ácido se hacía intolerable, proseguía con el proyecto de esa colonia que sobrevivía de los desperdicios que llegaban a un basurero camboyano, y el hecho de documentar esas existencias, además de posibilitarme cosechar donaciones para ellos, me permitía radiografiar su mundo con mi cámara, y junto a ellos viví episodios intensísimos, como el de una vez en que me rescataron de una poza de arenas movedizas formada por basura, o el de cuando los cosechadores de basura encontraron un feto humano dentro de una bolsa de plástico. Vivían en la más absoluta de las miserias, trabajando día y noche con sus lámparas frontales, y tal vez en el afán de dignificar su estética visual, les captaba con mi cámara al tiempo mis auriculares me transmitían a Mozart, a Chopin o la serenata de Schubert, con lo que lograba una mayor distancia objetiva sin caer en el sensacionalismo (reflejada en mis imágenes de portada). Pese a todo, se trataba de un submundo convulso, en el que el inocente entusiasmo infantil había de convivir con el hastío de quienes se entregaban a la droga.
En la obra, he conseguido hilvanar esos tres mundos a través de un solo personaje y que servirá de portavoz para todas aquellas experiencias que me asolaron, como la miseria extrema, la droga, los círculos chabolistas, el problema de la identidad, la pasión amorosa obsesiva y la premeditación que puede llevar a un ataque con ácido, mis asistencias a juicios contra perpetradores de estos ataques, esas entrevistas que hice a víctimas y perpetradores, además del seguimiento de diferentes casos, y por último la cirugía estética y el cuestionamiento acerca de lo que realmente importa en la vida, algo que aprendí junto a esos seres humanos del basurero y al lado de esos otros agredidos con ácido.
Nunca olvidaré aquella primera vez que me presentaron a varias víctimas totalmente desfiguradas por el ácido reunidas en una habitación; el fuerte horror que me embargó me mantuvo en silencio por miedo a deshacerme en lágrimas, si bien años más tarde, reía y disfrutaba con esas mismas personas, ya que lo que brotaba de esas mazmorras corporales, no era sino el ser humano que yacía en esos cuerpos antes de que se convirtieran en cárcel. Una cosa es el ser agredido; otra es lo de convivir con sus consecuencias. En cuanto al manuscrito, hasta ahora puedo decir que las tres personas que lo leyeron antes de su edición, lloraron, y que una lo hizo con desgarro.
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Autor: Javier Sánchez-Monge. Título: Hacia los amaneceres rojos. Venta: Amazon.
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