Muy querido Camilo José Cela:
Yo quería ser escritor, pero entonces no lo sabía todavía. Creo que lo supe cuando tenía 17 o 18 años, en COU, cuando me di cuenta —en realidad me había dado cuenta de ello antes— que la literatura, leer y escribir , aún más escribir, era lo que más me llenaba. Hoy tengo la sensación de vivir dentro de un laberinto, un laberinto dentro de un laberinto, que es la vida, pero por otra parte me siento seguro, con una guía cierta, es decir, un libro y una pluma. Tengo la sensación de que voy leyendo mi destino a medida que lo vivo, pero también que escribo mi propio destino, en mis propios textos.
Ahora me he puesto a leer Oficio de Tinieblas 5, de los tuyos uno de los pocos que me quedaban por leer, y el más difícil, en mi opinión. Esto me llena de satisfacción, porque este libro se me ha resistido mucho a lo largo de los años. Lo veía muy difícil, no me enganchaba, como se dice popularmente, aunque eso no sea importante para que yo lea un libro. No veía esta obra tan fundamental, tan maravillosa —ahora sí que me lo parece—. Yo creo que necesitaba una madurez lectora que no tenía, un “crecimiento” lector. Ahora no sólo la valoro, sino que la disfruto, que tal vez, al final, sean la misma cosa. Por si fuera poco percibo que me enriquece mucho como escritor.
Estoy utilizando el tomo de Páginas escogidas editado por Darío Villanueva para Austral; así refresco toda tu obra, en general. También he vuelto a Cela, mi padre, de tu hijo Camilo José Cela Conde (Temas de Hoy), que es un libro que siempre me ha encantado, auténtico y muy bien escrito. En realidad estoy echando un ojo, en lo que puedo, a toda tu obra. Tu figura y tu obra. Tu vida y tu obra.
Como siempre, pasé a verte en tu tumba, bajo el bello y viejo olivo. Suelo rezar por ti, brevemente, sentidamente.
Me acompañan también en la memoria las visitas que he hecho a tu Fundación, en Iria Flavia, donde siempre me han tratado maravillosamente, y muy en especial la última vez que estuve, con uno de mis hermanos; aprendí mucho entonces —siempre aprendo— y disfruté mucho.
Lo cierto es que yo he escrito bastante sobre ti a lo largo de los años, y no quiero repetirme. Prefiero hacer una carta corta y no repetirme, más corta que larga y cargada de lo que he dicho en otros lugares.
Cuando ganaste el Nobel yo te escribí una carta infantil y admirativa en la que te decía que quería que fueras mi maestro como Baroja lo fue tuyo. Era una ingenuidad, pero ahora pienso que al final ha sido mi maestro, o uno de ellos, en la distancia, a lo largo de los años, desde tus libros y artículos. He buscado en la Fundación por si encontraba esta carta entre tu epistolario —están muy bien ordenadas allí—, pero no la encontré. Tampoco tiene importancia.
Me acuerdo que cuanto tuve que decidir mi tema de tesis, el catedrático y escritor Antonio Prieto me preguntó: “¿Qué escritor te gusta?” Y yo contesté: “Cela”. Y él me dijo: “No, hombre, Cela no, Cela está muy trillado. ¿Qué otro escritor te gusta?” Entonces yo le dije “Umbral”, y él me dijo: “Hazla sobre Umbral”.
Fue un gran consejo, porque es verdad que tú ya tenías muchísimos estudios, mientras que Umbral tenía muy poco. Cuando hice la tesis me di cuenta de que sobre Umbral había mucho publicado en prensa, pero muy poco en libro, y menos todavía en la universidad. Hoy en día ya se ha escrito mucho sobre él. Era un gran tema.
Seguro que todavía se pueden decir cosas nuevas sobre ti, pero me da la impresión de que lo más que puedes dar es aprendizaje. Los escritores podemos aprender mucho de ti, inspirarnos mucho en ti. ¿No es acaso un destino hermoso éste? A mí me parece todavía más importante que ganar un Premio Nobel.
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