En este breve ensayo sobre la vida y obra de Arturo Barea, el riotinteño Coradino Vega explora nuevas y fecundas galerías en esa oscura mina cuyo corazón esconde el metal más precioso de cualquier persona: la difícil y escasa aleación de la coherencia intelectual y la integridad moral; una mina con pendientes y socavones en la que ya se adentró el autor andaluz con la novela La noche más profunda, protagonizada por el escritor rumano y judío Mihail Sebastian, y con el ensayo Una vida tranquila sobre el pintor Giorgio Morandi, la poeta Jane Kenyon, el músico Federico Mompou y una comunidad de monjes cistercienses en un monasterio perdido en las montañas de Argelia.
Estas tres obras dispares participan en cambio de una alta aspiración de sentido, de un profundo anhelo de desvelar los pilares existenciales que sustentan el edificio interior de esos raros artistas que lograron acordar su conducta pública y privada con sus ideas, sus valores y creencias, incluso en situaciones tan hostiles como la amenaza del terrorismo islámico (los monjes cistercienses), la Segunda Guerra Mundial (Mihail Sebastian) o la Guerra Civil Española (Arturo Barea). En este último ensayo emerge además a la convulsa trama un conflicto perenne y viejo como el mundo que Coradino Vega ya trató en sus primeras novelas: los ciudadanos divididos y enfrentados por su lugar de nacimiento, su educación en uno u otro colegio, su vida en uno u otro barrio, sus círculos sociales más o menos refinados y el nada abstracto patrimonio familiar: o sea, el entrañable (de entraña, intestino, víscera) problema de las clases sociales.
Descubrimos así un Arturo Barea prematuramente desclasado. Mientras su madre viuda se ganaba la vida lavando ropa en el río Manzanares, él recibía una buena educación en las Escuelas Pías con el sufragio de sus acomodados tíos. Si en el barrio proletario de su madre le llamaban señorito, en el barrio burgués de sus tíos seguía siendo el hijo de la lavandera. Este incómodo desencaje social y el amor incondicional a su madre determinarán la forja de ese carácter rebelde, inmortalizado muchos años después en su célebre novela autobiográfica. Su defensa de la justicia social como valor político ineludible le llevaría a abrazar los ideales democráticos y socialistas de la Segunda República, a la que se mantuvo siempre fiel durante los años tortuosos de la Guerra Civil.
En ese contexto desquiciado y cruel, en esa contienda fratricida cuyos ecos aún hoy percibimos, destaca la radical singularidad de Arturo Barea. Como bien se encarga de clarificar el autor, su postura no es la equidistancia, el equilibrio entre un bando y el otro. Él está donde tiene que estar por sus ideas, en el bando republicano, pero no calla ante las atrocidades cometidas por los suyos ni deja que sus ideales políticos ofusquen su juicio crítico. Venciendo su natural temor a granjearse a su pesar la enemistad de sus compañeros de lucha, navega con la mano firme en el timón unas veces a favor y otras en contra de las corrientes vigorosas de la historia. Se atrevió a decir la verdad cuando imperaba la ley del silencio, a despecho de los bellos credos revolucionarios que tan a menudo canalizan la simple ambición de poder o los intereses personales de todo tipo. Este es el noble y hermoso rasgo de su personalidad que inspira la voz narrativa de Coradino Vega, como prueban el curioso relato de su propia infancia en Minas de Riotinto y las breves incursiones en el panorama político de nuestros días.
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Autor: Coradino Vega. Título: Arturo Barea: Retrato de un temperamento. Editorial: Zut Ediciones. Venta: Todos tus libros.
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