Después de novelar parte de la vida de la actriz Conchita Montenegro en Mientras tú no estabas, la periodista Carmen Ro publica El cuaderno secreto de María Callas. A bordo del yate Christina, a mediados de 1959, Callas sucumbe ante Onassis y a Ro le da tiempo no sólo a caracterizar a la tumultuosa diva, sino que dibuja un contexto esplendoroso, una época desaparecida.
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—¿Qué hace una chica como usted en un lugar como María Callas? (se ríe)
—La verdad es que siempre tuve un homenaje pendiente a María Callas. Yo aprendí a amar la ópera con 16 o 17 años y descubrí a la Callas hace mucho tiempo. A la Callas soprano. Lo que pasa es que luego descubrí a María, la mujer, y esa fue la que me interesó. El retrato recóndito de una mujer de fama descomunal y triunfo universal, pero que en lo íntimo pues duda, se lamenta, llora y finalmente se arriesga. Lo hace hasta jugarse la carrera y la vida, y lo hace precisamente en la travesía del crucero Christina, donde transcurre mi novela.
—Usted coge ese recurso del barco que zarpa y hace su transcurso. Al igual de cómo acaba en Callas, ¿cómo acaba usted en el yate Christina?
—Yo tenía claro que quería que la novela quedase acotada en un periodo concreto de la vida de María. Realmente me interesaba sobre todo buscar un momento donde floreciera la mujer, donde María estuviera por encima de la Callas. Y veía dos momentos absolutamente definitivos. Uno, los últimos días de María en París, y otro cuando María Callas deja a Callas en el puerto y da una oportunidad a María. Es decir, cuando de verdad asoma María la mujer. Y me decidí por ese viaje, esa travesía que tuvo lugar, que realmente partió ese barco de los famosos, como era conocido entonces el Christina, ese 22 de julio de 1959, y que esa travesía ocurrió. Y lo que ocurrió dentro del barco pues tiene una mitad de dato y otra mitad de imaginación, porque es una novela. Creo, y lo he definido así alguna otra vez, que fue la aventura más peligrosa y sobre todo la más definitiva en la vida de María Callas. Y por eso me centré en esas semanas.
—Ese barco tiene, visto ahora, una parte fantasmagórica de una época fascinante que ya no existe… ¿Cree que esa fascinación ante la fama, la de los 50 de Marylin o Churchill, se mantiene o desapareció a partir de los 60?
—No, yo estoy convencida de que esa desmesura de lujo y de glamur se perdió. Se perdió a partir de los 60, está efectivamente ceñida a esos años 40 y luego a los 50. Es que tenemos que recordar que estamos hablando del barco de recreo más grande del mundo en ese momento y casi uno de los más grandes del mundo a día de hoy todavía. Y un barco, el Christina, donde Frank Sinatra tocó las teclas del piano del bar, o Marylin Monroe bailó en esa piscina elevable, o Grace Kelly brindó por su matrimonio con Rainiero, en el que el propio Onassis tuvo mucho que ver, o Greta Garbo ocupó el Camarote Ítaca, que es el que ocupó después María Callas en este viaje, o John Wayne agotó la coctelería. Es decir, fue realmente un barco extraordinario, con unos viajes repletos de estrellas cósmicas. En mi novela, el barco en sí mismo es un protagonista también.
—María Callas pero también Aristóteles Onassis. Ella se entera que le quiere en determinado momento pero él por lo que cuenta, estaba, no le diría obsesionado, pero se sentía «hechizado», según sus palabras en la novela. ¿Era amor o era «quiero tener otro trofeo»?
—Era obsesión. ¿Qué parte había en esa obsesión de amor y qué parte había de «quiero otro trofeo»? Sería difícil de decirlo con precisión. Aristóteles Onassis era el todopoderoso Onassis. Es decir, a quien nadie decía que no. Y él alimentaba una ambición absolutamente obsesiva, que era tener aquello que le iba a costar tener. Y en ese momento eso era o esa era María Callas, la diosa de la ópera. ¿Por qué? Porque María Callas llevaba dos años negándose a subir a ese barco de los famosos donde se habían subido todas las personas o personajes que te he citado y otros más. Y María Callas se negaba a embarcarse. Eso a Aristóteles Onassis lo volvió loco. Le volvió loco directamente. Se fijó el objetivo de subir a la otra griega más famosa del mundo en el Christina. Y lo logró después de dos años. Lo que no supo Onasis es por qué María sube a ese barco. Y no tiene que ver con Onassis.
—No sé si usted ha tratado a gente con tanto dinero o con tanto poder como Onassis. Mi hipótesis, a los pocos que he conocido, es que no saben querer a la forma que se quiere en la clase media.
—No generalizaría así, pero diría que Onassis no quería como quería la clase media. Eso sí te lo puedo asegurar.
—El otro recurso literario que utiliza es el diario. El diario le sirve para ver cómo María Callas se desnuda íntimamente pero, ¿qué partes del diario, al ser tan íntimo, tienen parte de usted o de su experiencia, quizás sus relaciones familiares? Entiendo que no han sido tan tumultuosas como las de Callas, ¡aunque cada casa es un mundo! (se ríe)
—La novela precisamente se titula El cuaderno secreto por ese diario de a bordo que María va escribiendo en la travesía y que me sirve de contrarrelato al relato. El viaje en barco va hacia el futuro, es del presente al futuro. Y el cuaderno, ese cuaderno violeta, es un viaje al pasado de María. Realmente ahí no está mi pasado en ningún momento, es el pasado de María. He escuchado muchas de sus entrevistas. He leído mucho de lo que ella también escribió, de sus cartas. He estudiado mucho las opiniones de gente que estuvo muy cercana a ella para transmitir, que ahí es donde puedo aparecer yo, con mi manera de transmitir lo que yo he sentido que sintió María. María nace con una madre que la odia desde el momento en el que nace. Y esa va a ser una infancia que le dolió a María para siempre. Y yo lo que trato es de que eso aflore en el cuaderno de María para comprender luego a la María mujer. Porque si algo a mí me ha quedado fíjate, es que María fue una mujer doliente pero que gracias a su dolor la Callas fue una estrella cósmica.
—Hay un momento en su novela que Callas dice «Soy del público». Eso es tremendo de decir.
—María siempre sentía que no era ella y que no era de ella. Había sido de su madre, de una madre que quería que su hija cantase, cantase y cantase para tener una economía solvente en la familia. Le gritaba «Canta, canta, canta» y la insultaba: «Solo vales para cantar». Ella nunca se ha sentido de sí misma. Primero se sentía de su madre. Después se sintió de su marido, que era un esmerado manager, pero vamos a dejarlo en un esmerado manager más que en un esmerado marido. Y después, efectivamente, del público. Porque María Callas, esa soprano cósmica, soñaba con ser ama de casa. Yo, cuando me enteré de esto, esta aparente paradoja que me sedujo y me inquietó a partes iguales, fue lo que me llevó a decir «¿pero quién era esa mujer que decía y sentía que tras la sombra de la diva, pues para ella el mayor triunfo en la vida hubiera sido ser ama de casa?». Y no la dejaron. Y no la dejaron. No la dejó su madre, no la dejó su marido, no la dejó el público y no la dejó tampoco el amor de su vida, que fue Aristóteles Onassis. Porque a pesar de que parece que Aristóteles Onassis lo que le da es la oportunidad de que florezca la mujer por encima de la soprano, lo que hace realmente es arruinar a la soprano y arruinar a la mujer.
—Ella se empeña con Aristóteles. Incluso en su novela, que mire que transcurre en unos días, entre ellos hay amor, hay desamor… Hay pasión, ¿no?
—Fundamentalmente hay pasión. En esa travesía que narro en la novela, lo que hay es una pasión prohibida, una pasión adúltera, y sobre todo una pasión prácticamente caníbal. Yo la defino como una pasión caníbal por parte de Aristóteles y por parte de María. Porque María muere apasionada cada noche en el escenario. María Callas, la Callas, muere apasionada cada noche en el escenario. Pero María cuando moría era cada mañana al despertarse en una vida sin pasión. Y de pronto en este barco descubre que la pasión no solo está en los escenarios, sino que también la puede tener en la vida. Y te diré que además en ese barco, y lo confesó la propia María tiempo después, no sólo descubrió la pasión amorosa, descubrió también la pasión sexual, cuando llevaba ya diez años casada. Por eso te decía al principio que María embarca en ese viaje con una idea muy diferente a lo que luego va a ocurrir y que Onassis cree que María embarca en ese viaje para algo muy diferente a lo que María embarca. María lo que quiere es reparar un matrimonio en ese viaje de recreo, un matrimonio que participa ya de la ruina. Lo que quiere es convencer a su marido de formar una familia, de tener hijos. Quiere descansar, quiere tener una vida privada y quiere iniciarlo en ese crucero. Y se le va a cruzar ese huracán llamado Aristóteles Onassis, que lo que va a hacer es llevar a la destrucción de los dos matrimonios y a la destrucción de la propia vida de María Callas: es el principio del fin en ese barco. Pero durante esos días, María, no la Callas, María, por primera vez en su vida, siente en su cuerpo, en su alma, en su mente y en su corazón lo que es la pasión.
—En su libro aparecen a fogonazos diversos personajes: Churchill, John Wayne… Y Don Juan con el príncipe Juan Carlos. Ahí el rey emérito era todo futuro.
—El futuro siempre es más amable cuando se queda en el futuro. Tanto para personajes tan relevantes como Aristóteles Onassis o como el propio Juan Carlos, el rey emérito que aparece en mi libro cuando es príncipe, como creo que para cualquier particular. El futuro es la promesa y la promesa siempre tiene un bello color.
—El Rey Juan Carlos era todo potencia. Y a Callas, no digo que se le estuviese terminando su vida, pero que ya entraba en un camino de que ya las cosas no iban a cambiar mucho. Ese contraste me gusta. ¿Es un encuentro real?
—Es un encuentro real que he novelado. Además, se vieron en esta travesía. Es verdad que en el momento, en ese verano del 59, en el que tienen el encuentro el entonces príncipe Juan Carlos y la ya diva María Callas, es un momento muy trascendental para ambos. Para el príncipe Juan Carlos está todo ese futuro por atravesar. Y para María Callas, realmente es verdad que empieza el declive como la Callas, pero ella intenta que también sea un principio para María. O sea, que de alguna manera María también participa de esa ilusión del futuro. María, no la Callas.
—Los últimos años de la Callas fueron trágicos.
—María Callas ha interpretado mujeres absolutamente potentes y trágicas. Medea, Norma, Tosca. Pero si elegimos una tragedia griega en la vida de María sería su propia biografía. Hay que pensar que los padres de María, inmigrantes griegos que van a Estados Unidos, van a Nueva York. Ellos tienen dos hijos, la hermana mayor de María y otro hermano llamado Vasili, que muere con dos años. Y la madre no es capaz de superar ese dolor y mata el duelo con un embarazo, buscando recuperar a su Vasili. Cuando lo que nace es una niña en lugar de un niño, no la quiere ni coger en brazos. Por eso va a tener ya una infancia traumática. Luego la va a exigir que se dedique a algo para que sea alguien, porque considera que es una niña muy obesa. María llegó a pesar ciento treinta kilos y tuvo una miopía enorme con unas grandes gafas. No como ahora que las gafas son un elemento prácticamente casi de adorno, sino cuando eran una frontera con los demás. Y María tiene una infancia de soledad de siempre ensayo, canto, ensayo, canto, ensayo, canto. No tiene una infancia. Luego es una mujer a la que su marido no le da la posibilidad de tener una vida familiar. María quería tener hijos. Su marido antepone el negocio de la Callas a formar una familia. Y para ella eso es una tragedia, porque ella hubiera deshecho ese trauma o le hubiera ayudado a pelear contra ese trauma de la infancia al crear su propia familia, que era lo que deseaba, haber dado el amor a unos hijos que no recibió de unos padres, porque el padre también fue un padre ausente. Su marido no le ofrece esa oportunidad. Luego, además la arruina económicamente. Después se enamora por primera vez en su vida de Aristóteles Onassis, y Aristóteles Onassis la va a traicionar. Le va a prometer que se casa con ella y finalmente se casa con la viuda de Kennedy. Y ella se entera por los periódicos. María es una mujer tremendamente dañada. Nunca va a lograr lo que lo que quiso: como te he dicho, ni ser ama de casa ni tener hijos. En el último capítulo de mi novela, donde apuesto por uno de los episodios menos conocidos de María Callas, muestro que el final de María no es su muerte. El final de María empieza después de ese viaje en barco, con ese último capítulo. Ahí es donde empieza el final de María y el final de la Callas. Son dos finales diferentes, igualmente trágicos. Por eso creo que si hay una vida de tragedia realmente tiene dos iniciales y es M. C.: María Callas.
—Pone en su diario: «Muchas ovaciones ya las he olvidado, pero jamás olvido un abucheo, jamás olvido el dolor homicida que me provoca, jamás». Fue una vida repleta de traumas y no fue capaz nunca de sobrellevar ninguno de ellos, a pesar de sus triunfos.
—En esa imposibilidad de soportar un abucheo, hay que tener en cuenta que María Callas fue la soprano más bipolar en el sentido de la más abucheada del mundo y la más ovacionada del mundo. Pero ese ese dolor homicida que sentía en cada abucheo, participaba de ese trauma que le venía desde la infancia, de esa debilidad de mujer doliente, que necesita el reconocimiento perpetuo para poder levantarse y para poder seguir haciendo lo que no quiere hacer, que es ser la soprano cósmica en lugar de tener esa vida apacible y doméstica de la ama de casa con familia. Y luego también que María Callas fue una mujer rencorosa, era una mujer que no perdonaba una traición. Alguna vez me han preguntado ¿crees que siguió queriendo a Onasis? Queriendole sí, pero perdonándolo, no. No perdonaba tampoco una traición en el público cuando el público no reconocía a la Callas. Le ocurrió, lo narro también un poco en el libro, le ocurrió en nuestro país, en Barcelona. Barcelona era la plaza de su mayor rival, de Renata Tebaldi. Digamos que en aquella época ser de la Tebaldi o de la Callas era como ser del Madrid o del Barça. Y Barcelona era una plaza de la Tebaldi. Cuando Callas actuó en el Liceo hubo algunas escuetas, pero algunas escuetas voces, que gritaron «Tebaldi, Tebaldi». A aquello a María le dolió como una daga envenenada. Lo que pasa es que estaba muy acostumbrada a, de ese dolor, sacar esa mayestática potencia: se revolvió en su capa y sacó lo mejor de la diosa griega que realmente era en el escenario y cautivó al público. Pero aquel recuerdo de Barcelona no lo olvidó, como no olvidó aquel abucheo en Roma, del que salió corriendo y que escribió una nota de disculpa con su propio lápiz de labios. Y lo que le pasaba simplemente era que estaba mal de la garganta, había cogido frío. Pero era tan perfeccionista que no podía soportar una crítica.
—El cineasta Pablo Larraín está haciendo María sobre María Callas. Y ha escogido a Angelina Jolie. ¿Le cuadra?
—Me cuadra. Me cuadra precisamente porque María Callas adelgazó más de cincuenta kilos para hacer creíbles los personajes. Por lo tanto, que alguien como Angelina Jolie, que físicamente parecería no tener nada que ver con la Callas, se transforme en la Callas, me parece que tiene que hacer un ejercicio parecido al que tuvo que hacer la propia Callas para sentirse Medea o Tosca.
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