Su raza, orientación sexual y personalidad extravagante impidieron que el legendario Little Richard, uno de los pioneros del rock and roll, obtuviera en vida el reconocimiento que merecía, según el documental Little Richard: I am everything, dirigido por Lisa Cortés.
«La gente que ha estado analizando los orígenes del rock and roll y que puso a Elvis en el trono, creo que simplemente no profundizaron lo suficiente, estaban cegados por su propia perspectiva y no tuvieron en cuenta los hechos históricos, la verdad», ha dicho a EFE la cineasta.
Cortés analiza la influencia del cantante, compositor y pianista estadounidense en la música, pero también en la moda y la cultura popular como uno de los primeros ídolos adolescentes, a través de testimonios de John Waters, Tom Jones, Mick Jagger, Paul McCartney o Nile Rodgers, entre otros.
«Fue el primero en salir maquillado, arrancarse la camiseta y jugar con las normas de género», subraya.
Para la directora, una de las productoras de la oscarizada Precious (2009) y autora también del documental All in the fight for democracy (2020), era importante contar con esos testimonios como prueba de lo «diferente, importante y revolucionario» que fue Little Richard.
«Mucha gente desconoce por ejemplo la relación que tuvieron los Rolling Stones en sus inicios con él», dice en referencia a la época en que la banda británica teloneó al autor de canciones como «Tutti frutti» o «Long Tall Sally».
En el documental, Jagger cuenta que aprendió de él a comportarse como una estrella en el escenario y a interactuar con el público; el cineasta y pionero del kitsch John Waters asegura que Little Richard le inspiró como artista rebelde, y que el característico bigote fino que luce es un homenaje a él.
Nacido en 1935 en Macon (Georgia, sur de Estados Unidos), el documental recorre los momentos más significativos de su vida, marcados por una firme educación religiosa que entraba en conflicto con sus tendencias sexuales —podía salir de una orgía para irse a leer la Biblia, según uno de los testimonios de su entorno— y por el rechazo paterno, un pastor adventista que le echó de casa cuando supo que era gay.
Richard Wayne, ese era su verdadero nombre, se dedica durante años a liberar sus pasiones reprimidas y a cantar por la calle, hasta que un matrimonio que regentaba un club, le acogió. Allí vio actuar a Sister Rosetta Tharpe, cantante de gospel y guitarrista, que lo sacó al escenario por primera vez.
Cortés aprovecha esa influencia para reivindicar también a Tharpe como figura «fundacional» de la música popular estadounidense, tampoco suficientemente reivindicada.
En sus comienzos, Little Richard actuaba travestido, con el nombre Princess Lavone, en locales de ambiente queer, tolerados aunque ilegales, en plena época de segregación racial, hasta que grabó su primer demo en 1955 y consiguió ser fichado por Specialty Records.
Como herencia de esos inicios con letras más que subidas de tono, el propio músico cuenta que al principio la mítica «Tutti frutti» era una canción que hablaba de sexo anal, pero la discográfica le pidió cambiar la letra y así nació uno de los estribillos más famosos del rock, «auamba buluba balambambú».
Cortés sostiene que a los americanos blancos no les gustaba ver cómo sus hijos adolescentes —un concepto que nació entonces tal y como lo entendemos ahora— enloquecían con la música hecha por afroamericanos y de carácter sensual y sexual por lo que se inventaron a figuras «aceptables» como Elvis o Pat Boone, quienes cantaron canciones de Little Richard.
«Mi música derribó los muros de la segregación», dice un Little Richard a quien le tocó entregar varios premios a otros colegas antes de lograr el reconocimiento para sí mismo. Pero no tenía problema en aprovechar ese altavoz para reivindicarse él mismo como «arquitecto» e «inventor» del rock and roll.
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