Siempre me impresiona una operación que podemos denominar “creación del pasado en directo”. Se trata de asistir, como ciudadano, a la toma de una decisión que en el futuro hará que tu presente sea un pasado distinto. Sé que T. S. Eliot hacía frases más bonitas con estos conceptos. Quiere decirse que uno ve las cosas que tiene delante, algunas de las cuales conoce de primera mano, y de pronto el Poder (cultural o político) da un timonazo y uno sabe que, mañana, la mirada sobre eso que ahora tiene delante estará totalmente equivocada.
Muchos dirán que el pasado siempre ha sido una invención, y que buena parte de la pelea política e ideológica consiste en ser capaz de imponer tu pasado, tu dibujo y tu patrón a las generaciones venideras. Yo pienso que eso es una barbaridad.
Así las cosas, me entero de que en Usera van a confirmar un Barrio Chino, mediante la edificación de distintas estructuras de aspecto asiático que validen la ficción sociológica. Esto se va a poner en marcha este año más o menos, de modo que dentro de 20 años Usera será, para los nacidos mañana, y para los futuros turistas, el Barrio Chino de Madrid.
Como digo, me impresiona esta fabricación en directo de una realidad inexistente. Viví en Usera como dos décadas, en la calle Pilarica, perpendicular a la calle Dolores Barranco, que llega desde una placita triangular donde lleva casi esas dos décadas un restaurante gallego (y donde algo después se abrió el que dicen mejor restaurante chino de Madrid) hasta la Biblioteca Pública José Hierro. Al fondo de la calle Dolores Barranco se encuentra también el parque Olof Palme. Está todo muy mezclado, como ven.
El caso es que iba a diario a la biblioteca, recorriendo por ello toda Dolores Barranco, y mirando mucho los comercios, las fachadas, los bares, la placita (otra) del Hidrógeno y los cambios que se producían aquí y allá. Siempre hubo población de origen chino, junto a familias de etnia gitana, ecuatorianos y colombianos, amén de los españoles de toda la vida o los recién llegados de provincias, como era mi caso.
La calle Dolores Barranco empezó a cambiar por los bares. Cerraban y abrían, siendo ya de gerencia china. Esto estaba muy bien, porque los bares que cerraban eran cutres, españolísimos, y los que abrían eran nuevecitos e higiénicos. Un restaurante al lado del parque Olof Palme permitía pedir la comida con una tablet, lo que entonces (y aún hoy) era muy pintón. Había (hay) un restaurante de comida vietnamita, etcétera.
Después llegaron otros comercios, como uno dedicado exclusivamente a organizarte la boda (clientela china, mayormente, supongo), con limusina y todo. A veces la veías aparcada delante del establecimiento.
También se abrió un supermercado con productos muy chinos, y una peluquería, y creo que una agencia inmobiliaria, con la cartelería propia de estos negocios puesta en el escaparate con sinogramas. En la plaza del Hidrógeno abrió un bazar descomunal.
Existió, antes, un videoclub chino, pequeño, rojo, underground. Era muy bonito de ver. Pero esto sí lo cerraron.
Y eso, amigos, es un poco todo. El barrio chino de Madrid.
Ah, y los talleres ilegales. A veces, pasando por una calle cualquiera, se abría la puerta de un garaje y veía uno dentro un intenso runrún de máquinas de coser o similar, y mucha gente apiñada con la cabeza baja.
El caso es que, por lo que fuera, la inmigración procedente de China eligió Usera para instalarse. Al prosperar, como pasa siempre, el efecto llamada hizo que más chinos de la misma zona tomaran el mismo camino y acabaran en el mismo barrio, a 15.000 kilómetros (a pie, según Google Maps) de su tierra. Ahora hay como 10.000 ciudadanos de origen chino en Usera, lo que, según he leído (aquí), constituye el 7% del total de habitantes del distrito. Lógicamente, al igual que otras comunidades o colonias de otros países, la abundancia de paisanos justifica y anima la apertura de negocios dirigidos a ellos, particularmente relacionados con la comida y el ocio. A toda esta normalidad absoluta, vivencial, la van a convertir ahora en turismo.
Es decir, tienes a un tipo abriendo una zanja con una pala, o a una chica a la puerta de su floristería, y vas y le pones un cartel enorme encima, que dice: “MIREN ESTO”. Y de pronto la gente normal, la gente común y su vida totalmente ordinaria, pasa a ser algo icónico, mirable, visitable y fotografiable. No lo entiendo muy bien.
Yo he estado en algunos barrios chinos por el mundo; por ejemplo, en el de Yokohama. Según la Wikipedia, es un barrio que se creó en 1860, y que ahora cuenta con tres o cuatro mil habitantes, casi ninguno chino. Es un lugar muy bonito y estridente, muy movido, con grandes arcos de madera tallada de muchos colores y un templo, si no recuerdo mal. Las dos veces que fui a verlo pensé que era de verdad, que era un Barrio Chino natural y sólo un punto exagerado. Que hundía sus raíces en la historia y en la verdad. Ahora no sé qué pensar realmente.
Porque, al mismo tiempo, cuando estuve en Tailandia visité un mercado acuático, también muy chulo. Uno paseaba por las riberas del río y, en sus aguas, varias barcazas se movían de un lado al otro vendiendo frutas y verduras y comidas propias. Esto era muy curioso y grato de contemplar. Luego me enteré de que a ningún tailandés se le pasaba por la cabeza vender frutas desde una barca, era el gobierno el que pagaba a todo el mundo allí para que representara ante tus ojos esa tradición inventada o, en todo caso, perdida hace siglos.
La consolidación turística de un Barrio Chino en Madrid consistirá en la gran payasada de disfrazar un par de calles con arcos y estatuas y símbolos y colores que alguien (esperemos que alguien que sepa) entiende que son chinos. No creo que a los propios chinos les haga mucha gracia esta sobre-actuación folclórica. Ellos no han abierto su restaurante para que vayas allí a comer (siendo que todos somos bienvenidos, claro), sino para dar servicio al barrio tal y como se conoce. Así, convertir en fenómeno exógeno lo que era un desarrollo connatural a un trocito de Madrid se me hace tan triste como convertir en franquicia una panadería de toda la vida. Una panadería de toda la vida sólo puede ser una panadería de toda la vida, no puede ser cuarenta panaderías.
Una consecuencia interesante, por paradójica, de esta operación del ayuntamiento de Madrid sería que, con el paso de los años, el Barrio Chino se vaciara de chinos, totalmente hartos de hacer todo el día de chinos para los turistas. Entonces sólo quedarían los camareros y camareras chinas, y las guías y los cicerones. Otra consecuencia, esta inevitable, es que la vivienda en Usera (en rigor, en el barrio de Almendrales del distrito de Usera) subirá de precio, lo cual significa más expulsiones de gente que no se puede permitir alquilar o comprar las viviendas userinas, normalmente las más baratas de Madrid.
Finalmente, en 2050 los niños y los jóvenes creerán que en Madrid hay un Barrio Chino desde tiempo inmemorial, y que vivir en Usera, ser de Usera o ir a Usera tuvo siempre que ver con esos arcos ostentosos y esos osos panda y esos restaurantes de comida asiática. Mi propio pasado en el barrio será visto como con muchos dragones y palillos, y festivales constantes con papel maché y farolillos.
Y será mentira.
Esa operación que tan bien describes la llevan haciendo los nacionalistas hace décadas. Con la ciudad, desde luego: mira el barrio gótico barcelonés, construido en el XIX-XX a la medida de los mitos locales; o el barrio viejo de Fuenterrabía, que ocupa ahora mismo el doble de superficie tradicionalmente vasca que la que ocupaba a mis diez años, hace cincuenta. Pero también con la historia. Maquillar el presente para que en el futuro sea un pasado a nuestra medida es una operación típicamente nacionalista.