La luz ha sido siempre reflejo y territorio, herramienta y oráculo, un medio para deshacer interrogantes. Cuando Edipo, sabedor de su tragedia, se arranca los ojos, renuncia no solo a la contemplación del delito, sino a los haces que doran los rincones más bellos de Tebas. La luz es sinónimo de verdad y conocimiento, pero también la certeza de que todos los espíritus son perdurables, incluido el suyo. En Las Bacantes, Eurípides contrapone la luz de Penteo, siempre lógica y racional, a la oscuridad ritual de Dionisio. Ambas son complejas, desafiantes e incompletas, como los espejos que refractan el reflejo de los incrédulos.
Como bien describió el novelista George Saunders en su obra Lincoln en el Bardo, en silencio contemplaba el presidente el cuerpo embalsamado de su hijo Willie, mientras la guerra colapsaba las arterias del país. En su tez blanquecina e incorrupta, buscaba el padre un signo contrario a la muerte. Era el suyo un deseo de cultivar en cautividad la pureza luminosa de quien, al otro lado de la vida, se debatía entre merodear la estela prohibida del padre o convertirse en un halo iridiscente y ascender a las alturas celestiales.
Se trata de la misma luz que describe Tomás González en su novela La luz difícil (publicada en 2011 y reeditada ahora por Sexto Piso): una luz transformada en destello, en habitáculo que protege los diferentes vértices del dolor. El autor de Abraham entre bandidos y Niebla al mediodía nos entrega el relato de David, un pintor que vive sus últimos días en una cabaña en las montañas de Antioquia, Colombia, rememora la tragedia que marcó años atrás a su familia: la muerte de su hijo Jacobo, quien se suicidó debido a un dolor insoportable causado por un accidente de tráfico. A lo largo de una noche arrítmica e insomne, David y su familia aguardan la terrible noticia que debe llegar desde Portland. Unidos y en soledad, atados al frenético ritmo que imponen la vida y sus secuelas, ajenos a los rituales propios de una despedida definitiva, así conviven los protagonistas. Y así lo describe David años más tarde, afincado en su tierra natal, resignado por razones médicas al empleo de la luz.
Pero la historia, más allá de ser dramática, supone un ejercicio extraordinario de captación. Al igual que el protagonista se esfuerza por captar la luz de un cuadro ––luz insoportable que se escondía en una maraña de perfección––, González despliega de forma extraordinaria una batería de recursos para demostrar que la vida y la muerte cohabitan en la misma luz, en ese espacio inmaterial que aúna la herencia y el recuerdo, las voces que fueron y el sonido que se repite ahora dulcemente, reanimado por los muchos olores del mundo, por el tacto que sobrevive en los destellos, en las efusiones luminosas que despliegan, lejos del agotamiento, la felicidad, la resignación y esa mutua complicidad que solo nace entre quienes profesan el amor verdadero. Con una prosa directa y emotiva, la historia fusiona el pasado y el presente para construir un solo territorio, el lugar tamizado no solo por la angosta luz de una despedida, sino por la certeza de que la muerte es, sin duda, la perfecta prolongación de un estado luminoso.
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Autor: Tomás González. Título: La luz difícil. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros.
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