Cuando empecé en el mundo del hacking lo hice primero disfrutando de las técnicas de inyección de comandos SQL —que si no sabes lo que son no te preocupes, que tampoco es tan importante para las personas normales en su día a día— y de los Metadatos después, que de esto sí que te voy a hablar un poco, pero no mucho.
Yo comencé jugando con esos metadatos en los ficheros de texto, los Word, los PDF, los Excel, etcétera, con una herramienta que automatizaba la descarga masiva de documentos, la extracción automática de esos metadatos, para analizar la información que contenían. Con toda esa información hacía mapas de sistemas informáticos y empleados de las empresas. Era fácil, ya que muchos de esos metadatos daban información del sistema operativo en que se habían creado, del usuario de la empresa que lo había creado, del sistema operativo, etc… cosas que para un hacker son el comienzo de algo más. Creamos esa herramienta, llamada la FOCA, que dio la vuelta al mundo conmigo, y que hoy en día tiene su logo, su animación, y su eslogan y grito de guerra: “Fear the FOCA!”
No sé si podría ser capaz de transmitiros el cambio tan importante que supuso la creación de la FOCA para mi vida profesional —y por ende personal—, pero significó un antes y un después. Y por supuesto, durante un tiempo fui “Metadata Man” en conferencias de todo el mundo. Recuerdo estar al fondo de una sala con un ordenador en una charla de BlackHat, el ponente decir “Metadata”, y que de repente me mirasen a mí decenas de personas sonriendo.
Espero que esta introducción os haga entender qué son los metadatos. Esas piezas pequeñas de información que en forma de etiquetas añadimos a las cosas. Piezas de información que ponemos a todo nuestro alrededor, y esto lo hace nuestro cerebro, queramos o no. Sin darnos cuenta, asocia estos metadatos emocionales a lo que vivimos. A lo que sentimos. A esa canción que sonaba cuando nos dimos el primer beso. A la emisora de radio que sonaba mientras esperabas la llegada de tu primer hijo. A la primera película que viste tras el divorcio. Al libro que leíste aquellas vacaciones con aquel amor que se perdió en el tiempo. A los tebeos que leías cuando desayunabas antes de ir al colegio.
Todos esos trocitos de cosas están llenos de metadatos emocionales. Películas, cómics, libros, textos, anuncios, la ropa que llevabas el día de tu graduación, todo está mezclado de emociones, de olores, de sabores, de colores, de sentimientos. Y sólo cuando nosotros las tocamos, las vemos, las oímos, las sentimos, somos capaces de sacar ese metadato emocional.
Esa pieza de información oculta en un libro, en un tebeo, o en una canción que te hace viajar en el tiempo hasta el día que fuiste feliz sin saberlo, o que la tristeza te pudo, o que te diste cuenta de una traición insuperable.
Sin darte cuenta, cuando vas viviendo, vas manchando todas las cosas que tocas, ves, oyes, vives, de rastros emocionales. Como si fueras un perro San Bernardo saliendo de un barrizal, vas empapando todo tu mundo de ti. Impregnándolo de tu dolor, de tu amor, de tus olores, de tus colores. Están por todo el mundo y todas las cosas. A veces los ves más conscientemente; a veces, sin saber por qué, estás bien o mal en un sitio, o en una cena, o viendo una nueva película que no has visto nunca, pero tu cerebro ha leído metadatos emocionales en una escena que tu yo consciente no ha visto. Y estás jodido, porque te ha puesto triste.
Esto hace que la visión del mundo sea totalmente diferente para cada persona. Es esa “mirada” que dan los años. Que depende tanto de cuantos metadatos emocionales hayan dejado tus vivencias en el mundo que te rodea. Que te hace sentir melancolía constante, o indiferencia absurda, o tristeza infinita, o euforia puntual, o miedo, o simplemente aceptación del destino por mero agotamiento. Nos rodean, para mal o para bien, y no podemos huir de ellas.
Yo soy muy consciente de ellos. De esos metadatos emocionales que he dejado en qué cosas. De las mías. Las conozco. Las temo. Las catalogo. Las tengo guardadas en cajitas para sacarlas cuando las necesito. Y me refugio en ellas cuando tengo miedo a nuevas interacciones que me puedan venir con metadatos emocionales no esperados.
Reviso los textos que he escrito en mi vida, en mi blog, en esta sección, y todos ellos están impregnados de mis metadatos emocionales. Manchas que he dejado sobre las palabras al tiempo que golpeaba las teclas. He dejado etiquetas de alegría y de tristeza. Y cuando los leo me programo con ellas. Empáticamente, por osmosis, mi cuerpo se empapa de ellas.
Y mayormente las temo, porque me quitan el control del volante. Me llevan por donde quieren esas emociones, y no por donde quiero ir yo ese día. Así que he aprendido a protegerme, y disfrutar de ellas. Usando trucos de viejo y cobarde, que harto de verse asaltado por ellas por traición en la oscuridad sin esperarlas, se ha parapetado con rutinas.
Por eso, tengo una colección de libros y cómics de los momentos felices de mi vida. De los momentos alegres sin saberlos. De los lugares y las personas que me llenan. Por eso atesoro los regalos que me hacen en momentos felices y me saben a gloria. Porque los he llenado de metadatos emocionales que me salvan.
Las canciones que conocí gracias a personas en momentos felices. Las que ponía en un viaje. Los juegos de ordenador que tengo llenos de metadatos emocionales que me interesan. O los hábitos y rutinas que me conectan con ellos. Guardo aquellos que conozco, para protegerme de aquellos que no conozco y me pueden hacer conectar inconscientemente con metadatos emocionales que no deseo en un momento.
Así, leo cómics de los años 80 con fruición, porque me llevan a estar sentado delante de mi tazón de galletas oliendo la leche y las galletas María. A oír a mi madre decirme cosas bonitas mientras yo mojo la galleta y disfruto de las viñetas. Leo estos tebeos hoy, y soy capaz de extraer todos los metadatos emocionales y sentirme como aquel niño gordito en su mejor momento del día —que luego en el cole habría que aguantar a los niños malos—, y oler las galletas, escuchar a mi madre y sentirme bien. Hoy en día tengo una colección de cómics de esos años enorme y creo que es sólo por eso, por esos metadatos emocionales que tienen.
Qué más da que hoy los dibujos sean más impactantes o que los guiones sean más elaborados. Mis metadatos emocionales están en otro sitio. Unos lo llaman nostalgia, yo solo lo llama abrazar las bolas de colores que he ido dejando en mis cosas cuando quiero y porque quiero.
También atesoro canciones, la mayoría melancólicas y cortavenas, porque supongo que me traen los metadatos emocionales de los momentos más intensos de amor y desamor en mi vida. Los que más me han marcado, los que han hecho que haya sentido que estaba vivo, que tenía algo detrás del esternón. Y tiro de ellas para concentrarme en el trabajo, para que no olvidarme que lo importante es lo importante.
Podría citaros muchos ejemplos, pero sólo con escribir este texto y acordarme de ellos, mi sentido olfativo, mi oído, mi corazón, se están volviendo locos. Como si estuviera haciendo una macedonia emocional al acordarme de esas películas, esos libros, esas canciones y esos textos. Porque la clave para mí es no mezclarlos. Buscarlos con cuidado, seleccionar el preciso en cada momento, y tirar de él. De los metadatos emocionales que lleva consigo escondidos para mí.
Y es que, el que no cuide sus emociones, no podrá dirigir nunca su vida. Dicen que hay que tener mente sana en cuerpo sano, pero para mí, esas dos cosas, necesitan de una gestión emocional sana, así que me aseguro de saber cuáles son los metadatos emocionales del mundo que me rodea y busco estar cerca de aquellos que me permiten elegir con qué emociones quiero vivir en cada momento, que luego pasarán cosas que las cambiarán, sí, pero al menos mis cómics, mis libros, mis películas, mi música, me protegen.
Gracias!
Un artículo magnífico, ver la foto me ha hecho soñar porque compraba esos mismos tomos y los tengo por casa. ¡Qué tiempos cuando sumergirte en los Alpha Flight de John Byrne era todo lo que uno necesitaba para ser feliz!