Decía Patricio Pron hace poco en una entrevista que escribir cambia la manera de viajar. También decía que leer cambia la manera de viajar, pero a mí me ha golpeado sobre todo la primera frase mientras leía este librito de Ricardo Martínez Llorca, que me ha mostrado una realidad a la que yo difícilmente hubiera podido acceder a través de mi propia mirada. Una realidad, por cierto, enmascarada por otra realidad, que es la que nos llega a través de los medios de comunicación sobre países como Mozambique, realidad esta última que también está presente aquí, con lo que debe ser bastante real. Uno, que no ha estado nunca en este país, puede reconocer aquí y allá escenas que ha visto o sobre las que ha leído, incluso hasta el hartazgo.
Un aire de familiaridad impregna, desde el comienzo, cada capítulo. Y, sin embargo, no. Sin embargo hay mucho más: otra realidad, a la que solo tiene acceso el autor y, por lo tanto ahora, afortunadamente, nosotros, los lectores. Es una realidad esta última hecha de otros viajes, a este país, a otros, amasada en la experiencia de la lectura, de la escritura y, sobre todo, de la palabra, de la palabra justa, evocadora, cargada de una terrible poesía, fiera y, a la vez, reparadora. O si no, lean este párrafo, situado ya hacia el final: “Hay un instante, horas antes de terminar el viaje, en el que se sabe que el mundo ha envejecido. Se trata de una certeza que aflige y, en caso de no disponer de una puesta de sol en condiciones, no cabe afrontarla de otra manera que no sea celebrando la despedida con un plato típico del país, acompañado por una cerveza, y prolongar el rito con un paseo por las calles revisando el rostro de la gente, que ahora se mueve un poco como fantasmas en una gasta de lluvia.”
Arrancar belleza de lo rutinario, de lo anodino, de lo sórdido —muy presente, desde luego, en estas páginas—, he ahí el gran reto del escritor de viajes en este texto absolutamente logrado. Tanto que, en realidad, estas planas acaban siendo una invitación a postergar el viaje, a no hacerlo nunca, porque difícilmente verá uno allí lo que ha visto Ricardo Martínez Llorca. Un temor a disolver el encanto se apodera del lector al terminar estas páginas. Es un claro ejemplo, por lo tanto, este cuaderno, hecho de prosas y fotografías que multiplican la experiencia sensorial, de lo que debe ser la literatura de viajes, lo contrario, por supuesto, de la guía turística, concebida para exhortar al puro, banal traslado. Uno quisiera viajar solo a estas páginas, no al Mozambique de las guías o los documentales de televisión, visitar un día un capítulo, otro día un párrafo, detenerse a comer, a dormir, y de nuevo visitar y ver, como en un viaje cualquiera, en definitiva, pero un viaje en este caso sí, verdaderamente único, atravesado por la belleza, la poesía, la desolada hermosura que solo alguien como Ricardo Martínez Lorca puede poner ante nuestros ojos ciegos.
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Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Moçambique. Editorial: Villa de Indianos. Venta: Todos tus libros.
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Cracovia sabe
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Abusos sexuales, en La ley de la calle (XI)
/abril 21, 2025/Este episodio, emitido el 16 de septiembre de 1989, tiene un protagonista especial, un reportero de raza, Jeremías Clemente, de Radio Nacional de Cáceres. Clemente escribió al programa para contarles la historia de un anciano, un estanquero de más de setenta años, que además de vender tabaco y chucherías era aficionado —presuntamente— a abusar de las niñas del pueblo.
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Hasta que me sienta parte del mundo, de Ana Inés López
/abril 21, 2025/*** toda junta qué lindo ir al cine un viernes suicida y que la película termine con amigo piedra y que los actores sean tan buenos y que se enamoren bailando los viernes se me viene la vida encima toda junta y nunca nunca hay nadie que me salve yo no me puedo salvar de nada por ahora sé que mañana cambia porque pasa los viernes la depresión antigua no me desespero como antes espero que me agarre el sueño mañana me despierto y en el medio cambió todo no tengo pesadillas qué podría hacer? canciones? comidas?…
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Periplos literarios
/abril 21, 2025/Zarpar en un barco de tinta y papel, embarcarse en una travesía literaria a través de la lectura o un viaje tangible y real. Trazar una cartografía alternativa, comprobando cómo el paisaje se revela, muta y explota en resonancias bajo la mirada lectora, y cómo en ese ir y venir entre puerto y puerto se propicia un enriquecimiento personal. “Porque somos del tamaño de lo que vemos y no del tamaño de nuestra estatura”, nos dice Fernando Pessoa, y es que pareciera que tanto el viaje como la lectura nos potencian, expandiendo nuestros mundos internos, hurgando en una zona común…
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