Este texto forma parte de una serie de artículos-crónica que la autora escribió tras un viaje por Europa. En él deja de manifiesto su fino sentido humor, su desencanto de una España atrasada y su firme europeísmo. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.
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Al ministro de Instrucción Pública
¡Europeicémonos! A pesar de los cambios, que ya están mucho más arriba de las nubes, al nivel de las estrellas; a pesar del miedo que nos meten hablando de calores senegalianos, de gente que se cae muerta de insolación fulminante en la calles de París, tengamos el arranque de dejar nuestras frescas rías gallegas y asomarnos a ver qué pasa en el mundo aunque sea por un agujero. Manda la iglesia confesarse una vez al año, y antes si hay peligro de muerte. Manda la cultura viajar, sin aparente necesidad, una vez al año, y más si hay estancamiento y tendencia regresiva, manía de andar hacía atrás, que no falta entre nosotros.
Lo que yo le digo al bienintencionado conde es que la civilización no es malo traerla en la maleta, pero sobre todo en el espíritu. Si no fuese así, ¡pobres de los pobres!… o sea de los que no pueden viajar, en estos tiempos de 40 por 100… y lo que venga. Desde su casa, como el ingenioso autor del Voyage autour de ma chambre, pensando, leyendo, cabe obtener la ansiada europeización, que debe ser (Costa tiene la palabra) así como un triple extracto de lo más fino, bello y fuerte del alma europea. Porque a Europa no vamos a recogerlo todo, oficio de traperos; y aun los traperos, realizada su burda cosecha, escarban en ella y apartan lo que les importa conservar. Hay que tragarse la esencia, la esencia exquisita, que embalsama nuestras bravías cordilleras y nuestras mesetas áridas.
Cuando el conde de Romanones organice esa cohorte de peregrinos españoles de la cultura, estoy por creer que me corresponde en ella un puesto, y eminente, ganado por antigüedad rigurosa. ¡Apenas hace tiempo que me europeízo, y que comunico al público lo que veo en la madre Europa! Voy pensando en esto mientras el tren, dejándose atrás la majestuosa Galicia, rueda por las llanuras castellanas, vestidas con la opulenta alfombra rubia de la mies acabadita de segar, y rayadas de vez en cuando por las hileras de altos chopos, erguidos y frondosos bajo la llamarada del sol de julio.
Sintiéndome tan acérrima española, cada vez propendo más a buscar fuera de España remedios y lecciones. ¿Se acuerda alguien de uno de los primeros y muy discutidos dramas de Echegaray, en el que el enamorado de una beldad ciega va a conseguir en remotos países el medicamento o filtro que devuelva luz a la amadas pupilas? España es tan hermosa como la princesa más encantada de más romántica novela de caballería; pero sus ojos están cubiertos de membrana oscura; la lumbre de este sol radioso no penetra en ellos sino al través de brumas y sombras seculares. Viajeros. ¿Quién sabe si daremos con el filtro mágico?
Aparte de lo que corresponde al acierto en la elección del enviado, a pocas cosas mejores podría dedicar El Imparcial su publicidad enorme y la fuerza que de ella dimana, que a ponernos en contacto con Europa. A fuer de país de corto resuello, de energías agotadas pronto, España sólo atiende a localismos; se ha colocado en la postura de los Budas, y se mira a sí misma con estrabismo convergente. La última cogida del torero y el último borborigmo de la casera olla política roban la atención. Si hay un cielo donde se premien las buenas obras patrióticas, en él se encontrará El Imparcial mis campañas y las de otros escritores que mandan a sus columnas soplos de aire exterior, el aire vivaz de alta mar, tónico y excitante.
¿A qué punto de Europa nos convendrá dirigirnos? ¿Dónde encontraremos este año ejemplos saludables? Tomadle el pulso a España (ahora perece que lo ha recobrado, que pulso hay, aunque desatentado y febril), y poco tardaréis en hallar la respuesta. Lo que hierve es la bien o mal llamada cuestión religiosa, que tanto nos dio que hacer durante el para nosotros infausto siglo XIX, y que sigue su curso.
Esa cuestión no es sólo nuestra, como la del separatismo, verbigracia; no somos el único país católico; tal problema lo encontramos en todas la naciones latinas. Hay quien no ve en él sino un efecto de imitación. Hay quien identifica las órdenes religiosas, mejor dicho, su situación actual en España, con el catolicismo, hasta el extremo de creer que éste acabaría si aquélla variase. Ha llegado, pues, un momento en que interesa conocer por vista de ojos lo que en este terreno sucede en Francia y sobre todo en Bélgica: una república donde domina el laicismo, una monarquía donde domina el catolicismo desde hace diecisiete años y ambas, la república y la monarquía, como ya quisiéramos estar nosotros de adelantadas y prósperas; lo cual, a esta distancia, parece significar que de todos modos se puede ser europeo, y que los males de España no deben achacarse al catolicismo, sino a la manera que tuvimos siempre de entender y practicar esta religión de paz y dulzura.
Pero no adelantemos los sucesos, que decían los novelistas en los buenos tiempos de la segunda guerra civil; no llevemos opinión hecha y preconcebida, que es como llevar anteojeras de mulo; no demos el cobre de nuestro criterio en vez del oro de la realidad. A estudiar se ha dicho, y a referir lo que se aprenda.
Retrepémonos en el ángulo del departamento, abramos la Guía oficial, texto vivo de los viajeros, y vaya un favor con dos disfavores a la Compañía ferroviaria. Señor ministro de Obras Públicas, todo lo que facilite el viajar es el principio de europeización. Al que viaje, puente de plata, diré corrigiendo una popular sentencia. Y no me parece puente de plata, ni aun Meneses, que los procedentes del noroeste nos pasemos quince horas en la estación de Venta de Baños esperando a enlazar con un tren que nos lleve a la frontera. Venta de Baños, aunque tiene curiosas antigüedades y muy aceptable fonda en la estación, Venta de Baños no es la Europa que perseguimos… y quince horas son casi un día. Los extranjeros incluyen estas soluciones de continuidad de los itinerarios de los trenes entre los fenómenos atávicos de España, país donde a nadie le importa perder el tiempo a puñados.
Y va uno de los disfavores. Ahora, el favor. Este año ha resuelto la Compañía europeizar las páginas de la Guía oficial, diciéndonos en ellas que podemos formarnos a voluntad nuestro itinerario, trazarlo en el mapa de la red de ferrocarriles y comprar el billete circular con rebajas a razón de los kilómetros que nuestro trazado comprende. Aplausos, felicitaciones. Sólo que… ¡ya me extrañaba a mí! Disfavor segundo.
Sólo que, para lograr esta ventaja, hay que pedirla con ocho días laborables de anticipación, lo menos (sic); bajo nuestra firma; depositando una fianza de diez pesetas; y si en el plazao de otros ocho días, lo más, festivos y laborables, no recogemos el solicitado billete, perdemos el derecho a la devolución del depósito y tenemos que constituir nueva fianza.
Vamos, era milagro… Con tales tranquillas, ligaduras, compromisos y resabios del expedienteo español, la ventaja es ilusoria. Y si la Compañía trataba de implantar una cosa útil ¿por qué no hizo? ¿A qué fianzas, documentos, multas y retrasos? Si trató de imitar a Suiza ¿por qué no la imitó efectivamente? Allí se compra en la taquilla billete para un trayecto de dos, tres, cuatro mil kilómetros. Lo gastáis como se os antoja, en la dirección que os viene en gana, con largo plazo y libertad de asunto. Ese sí que es itinerario «a voluntad del viajero».
Ya está aquí el sudexpreso, a las altas horas, rápido como un ave, silencioso porque todos duermen dentro de los departamentos cerrados. Me deslizo en un sleeping y despertaré en la raya.
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(Artículo publicado en El Imparcial el 12 de agosto de 1901)
¡Grande, muy grande Emilia!