John Irving es uno de los grandes de la literatura norteamericana. Sus obras son caza mayor. Un autor que podía tener ya un premio Nobel enmarcado en el salón de casa, aunque en las listas de autores estadounidenses más destacados suele estar casi siempre un peldaño por debajo de Paul Auster, Richard Ford o Joyce Carol Oates. Quizás haber triunfado comercialmente a nivel mundial con su cuarta novela, El mundo según Garp (1978), no le haya ayudado a ser tan reconocido. Tampoco la exitosa adaptación de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (1985) —su novela más realista, la que menos transita por el particular universo Irving—, convertida en celuloide como Las normas de la casa de la sidra (Oscar al mejor guion adaptado en 2000), que le dio visibilidad entre las generaciones posteriores. John Irving ha cumplido 82 años —en un buen estado de forma, gracias en parte a haber sido un buen practicante de deportes como el esquí y la lucha libre— y ha condensado todos sus personajes peculiares, sus manías, rarezas, su particular mundo, en una obra con hechuras de testamento literario, El último telesilla (2024, Tusquets).
En El último telesilla la historia comienza, como en la gran mayoría de sus obras, con un padre ausente, que ni siquiera sabemos quién es; con una madre joven y soltera, Rachel Brewster —una mujer independiente que desafía las convenciones sexuales—; y con un protagonista adolescente —su acostumbrado trasunto, disfrazado con diferentes ropajes en cada obra, pero siempre reconocible—, Adam, educado con la lectura de Moby Dick y criado por unos abuelos muy especiales. En las novelas de John Irving el azar juega siempre un papel importante; también aquí. La vida de los personajes cambia de forma drástica por una mala decisión. El destino se retuerce de forma inesperada porque por encima de esa capa de excentricidad con la que los maquilla los personajes del escritor de Nueva Inglaterra son, sobre todo, dickensianos; como el Danny de La última noche en Twisted River (2009) —una de sus mejores novelas—, el Homer Wells de Príncipes de Maine o el personaje que mejor condensa toda su literatura, Garp. Y es que Irving es un escritor del siglo XIX, más influido por Melville que por Hemingway. En El último telesilla arrancamos desde lo alto de las nevadas montañas de Aspen (Colorado) para emprender un vertiginoso descenso hasta el misterioso hotel, lleno de fantasmas, donde Adam fue concebido y al que vuelve a los 80 años cargado de preguntas sin respuestas. Durante este eslalon recorreremos la historia de los Estados Unidos en el siglo XX: la Guerra Fría, Vietnam, la era Reagan, la irrupción del sida, el Tea Party y la presidencia de Donald Trump. Esta novela, de casi 1.000 páginas, no debería de ser su última novela —al menos, esa es su intención—, pero sí su última «gran novela», su último ejercicio de escritura sin límites ni cortapisas. Irving podía haber dejado El último telesilla en 400 páginas, y la obra sería más redonda, mejor, pero no sería la obra que buscaba: un resumen de toda su producción literaria, una carta de agradecimiento a sus seguidores, que sirve como magnum opus para los que por primera vez lean al autor de Exeter.
El autor de Una mujer difícil (1998) se reivindica de nuevo como un digno heredero de los clásicos, un novelista que pone la trama en el centro de su escritura. Pero en las obras de Irving, aunque transiten siempre por el costumbrismo, nada es «normal», no hay convencionalismos, todo es raro y extraordinario: sus personajes son paródicos, inefables y tortuosos; maravillosos todos ellos. John Irving no es condescendiente ni paternalista con sus hijos literarios, y el escritor de Exeter vuelve a reivindicar en El último telesilla lo que ha hecho en toda su obra: la naturalidad de ser diferente. Este conjunto de personas dañadas y luminosas seguro que tendrán su versión cinematográfica, o quizás su serie, porque de nuevo la escritura de Irving —que ha sido adaptado en numerosas ocasiones: El mundo según Garp (1982), El hotel New Hampshire (1984), El inolvidable Simon Birch (1998), la mencionada anteriormente La casa de la sidra (2000) y Una mujer difícil (2004) — está pensada para verse en la gran pantalla.
John Irving es un autor experto en dejar migas de pan por todo el relato. En sus historias no hay pistola que no sea disparada, y todo lo que asoma, aunque sea de forma tangencial, tiene una importancia en la resolución del relato. En El último telesilla John Irving vuelve a lanzar la bomba de humo dentro de la habitación desde las primeras páginas. El efecto perturbador está presente desde el arranque de la novela. Aquí está Irving, todo Irving, y su visión del mundo empapa cada capítulo. Todos sus temas, todas sus obsesiones salpican la obra: esos padres ausentes, esas madres que lo controlan todo, esos personajes que parecen raros y son los más normales, la homosexualidad en todas sus formas, las taras físicas… No sabemos si el luchador abandona la colchoneta para siempre, pero consciente de que el final del combate está cerca, quiere ser él quien golpee la lona antes de que lo haga el árbitro. Por eso ha decidido dejarnos una novela magnífica, enorme, donde caben todas la anteriores.
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Autor: John Irving. Título: El último telesilla. Editorial: Tusquets. Venta: Todostuslibros
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