Hay varias cosas incuestionables en Reina Roja, apuesta internacional de Amazon basada en el fenómeno editorial de Juan Gómez-Jurado. Por un lado, confirmar que Hovik Keuchkerian es una de las presencias más arrolladoras del audiovisual español, una fuerza de la naturaleza capaz de detectar la más ínfima cantidad de empatía y humanidad e impulsarla a través de la pantalla. Otra de ellas, que la serie en gran parte dirigida por Koldo Serra es, y a estas alturas ya ha habido algunos, un nuevo hito en la industria patria en la época del streaming. La factura técnica de la primera temporada al completo, del primero al séptimo capítulo, es simplemente superior, ayudando a redondear la robustez de una ficción que trasciende en su conjunto cada elemento de su manufactura, su naturaleza de (reconocido, honesto) producto comercial.
En su traslación al formato serie, la historia de Antonia y Jon, dos superdetectives en el Madrid contemporáneo, se apoya en el Sherlock de Moffat, Gatiss y la BBC (el de Benedict Cumberbatch, para aclararnos) pero más tarde va diversificando sus influencias. A medida que la espiral se aleja del procedimental policial que le sirve de sustento básico, la serie crece y crece mientras fabula sobre el propio mito . Y se hace mejor con ello. Las referencias de Gómez-Jurado, cogidas al vuelo —justo es decirlo— por la showrunner Amaya Muruzábal, van desde la saga Saw hasta El silencio de los corderos, pero el espíritu de folletín aventurero y romántico que recorre el relato policial sin laminarlo es lo que acaba capturando el ánimo del espectador, creando una extraña mezcla de violencia y ternura, espectáculo e intimismo, realismo (ojo a las calles de un Madrid extraordinariamente bien aprovechado) y fantasía.
Serra, en calidad de director principal, se hace cargo de una realización sin fisuras que sobresale con la pura acción pero también permite a los dos intérpretes sintonizar entre ellos. La chispa entre Vicky Luengo, que sale airosa de un trance difícil, y el citado Keuchkerian no llega al principio, en tanto la serie va amalgamando su propio relato, pero tampoco tarda demasiado. Antes del ecuador de la primera temporada la interacción entre Antonia y Jon parece plenamente engrasada sin caer en la parodia
Lo que Serra aporta desde el comienzo, y este sí es un valor diferencial, es un gusto por los géneros populares (desde el giallo al slasher, pasando por la buddy-movie de colegas o la comedia dramática) que surge de manera natural y que va de lo obvio hasta el homenaje culterano (la retransmisión continua en cierta televisión del Espartaco de Kubrick, y quizá ese guiño musical por partida doble a M, el vampiro de Dusseldorf y otro clásico televisivo español, las Historias del Otro Lado de Garci, a través de la mítica pieza musical de Edvard Grieg). El tono alucinógeno y alucinado que adopta la intriga a medida que se descubren recuerdos y motivaciones trasciende el hallazgo visual inicial, el del Sherlock de la BBC a la hora de plasmar la inteligencia de Antonia, y parece hundir sus raíces con más profundidad en el género de horror fantástico.
Lo mejor de Reina Roja, serie que no oculta su ambición de gustar a cuanto más público mejor (su estreno es simultáneo en 240 países) es su honestidad y espíritu lúdico. Como thriller es fuego de artificio de primer nivel, con Gómez Jurado adentrándose en universos a lo David Fincher pero sin ocultar un latir pulp a lo Russell Mulcahy. Como relato de investigación consigue coserse a lo fabuloso y lo icónico, redondeando —ya era hora— dos Mulder y Scully españoles construidos desde lo sentimental, pero válidos en un mundo de superhéroes. Y como trabajo puramente estructural, hace del requiebro inverosímil del folletín aventurero parte integrante de una intriga que no entiende de fronteras pero en la que retumba la fuerza de unas cocochas o una tortilla de patatas. En suma, Reina Roja es alegre disfrute, manipulación consensuada en tiempos de constantes fabricaciones políticas.
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