He venido leyendo todo cuanto ha publicado Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) por una razón tan extravagante como arbitraria. Su primer libro, La ternura del dragón, ganó en 1984 el premio de novela de mi pueblo, y la edición en que vio la luz originalmente formó parte de la biblioteca de mi familia desde que tengo memoria. Recuerdo que lo leí por primera vez casi al mismo tiempo que los cines anunciaban el estreno de Carreteras secundarias, la película que Emilio Martínez-Lázaro dirigió sobre otra de sus narraciones, y sé con certeza que a partir de entonces fui poco a poco hurgando en su bibliografía, hacia delante y hacia atrás, hasta echarme a los ojos casi todos los títulos que el autor ha venido dando a imprenta en una trayectoria tan prolífica como fiable.
Cuento todo esto no para lucir galones, sino con el único fin de acreditar un conocimiento suficiente para afirmar que Derecho natural (Seix Barral) es una de las mejores novelas de Ignacio Martínez de Pisón y que en ella se continúa, felizmente, un estado de gracia que dura ya más de una década y que arrancó, a mi juicio, allá por 2005. Fue en ese año cuando el escritor zaragozano publicó Enterrar a los muertos, un portentoso ensayo en el que seguía la pista de José Robles, traductor al español de John Dos Passos, al que los servicios secretos soviéticos asesinaron en 1937, en plena guerra civil. Aquel trabajo, en el que las herramientas del novelista se ponían al servicio de una ingente labor indagatoria por cuantos archivos, diarios y testimonios pudiesen arrojar luz sobre aquellos tiempos vertiginosos y voraces, fue el prolegómeno de una serie de narraciones en las que Martínez de Pisón afianzaba el que acaso sea su gran tema recurrente, la familia, para ponerlo a dialogar con los distintos momentos históricos que en un lapso temporal muy concreto, el siglo XX, ha tenido que atravesar un país determinado, que es el nuestro. Dientes de leche (2008) hacía al lector viajar por las tres generaciones de la familia que fundara el italiano Raffaele Cameroni tras instalarse en España en 1937 —otra vez ese año— para alistarse como voluntario en el bando nacional. El día de mañana (2011) evocaba los avatares de Justo Gil, obligado por las circunstancias a cuidar de su madre enferma, y las tareas poco o nada edificantes que había tenido que llevar a cabo para sobrevivir en la Barcelona franquista. La buena reputación (2014, ganadora del Premio Nacional de Narrativa en 2015) se ocupaba de cinco miembros de una misma familia vinculada a una ciudad como Melilla, aparentemente alejada de cuanto se refiere al devenir español, pero en realidad claramente atada a él, y cuyo arco temporal arrancaba en la década de 1950 para concluir treinta años más tarde.
Derecho natural, la novela que acaba de hacer llegar a las librerías, sigue esa línea, pero a la vez entronca de una manera nada artificiosa con las inquietudes del primer Pisón, en cuyos libros despuntaban los personajes que atravesaban el tránsito de la infancia a la madurez, con una atención especial al modo en que iban construyendo sus imaginarios. Es ahora uno de los protagonistas, Ángel, quien nos habla de su familia. Un padre que tras vivir a trancas y barrancas como actor de serie B y abandonar a su suerte a su compañera y a sus hijos en no pocas ocasiones termina encontrando relativas fama y fortuna como imitador de Demis Roussos. Una madre resignada a sobrellevar las huidas y las turbulencias propiciadas por el hombre al que pretende unir su destino y que termina emancipándose sin conseguir creerse del todo su nueva condición de mujer liberada. Un hijo introspectivo y con tendencias delictivas que terminará encontrando en la religión, primero, y en el catalanismo, después, vías de escape por las que ventilar sus frustraciones. Dos hermanas que, sin ser gemelas, se comportan como tal para consolidar el vínculo endeble que las une, ya que la menor es fruto de la relación del padre con otra mujer. Y otro hijo, el narrador, que va relatando una epopeya familiar que deja regustos agridulces y conduce a la constatación de que el fracaso casi siempre se ceba con los mismos. Un grupo de personas obligadas a acostumbrarse a las ausencias y condenadas a priori a una existencia gris, aunque en absoluto rutinaria, en la que sin embargo quedan ciertos resquicios por los que se cuelan de cuando en cuando la sorpresa o el asombro. No cuesta sentir cierta complicidad hacia todos ellos, incluso en sus momentos más deplorables, ni sonreír con ternura cuando la suerte les depara raros trances de felicidad compartida, casi todos subrayados por los acordes con los que Joan Manuel Serrat puso música al «Romancillo de mayo» de Miguel Hernández.
Vuelve a ser la familia el gran tema de este libro —el derecho natural que le da título matiza el paralelismo de las relaciones que se dan en el núcleo familiar y las que rigen en los ámbitos administrativos y de poder—, focalizada en buena parte de su argumento por la relación entre un padre medio tarambana y un hijo que se ve obligado a actuar como cabeza de familia en ausencia de aquél. Y vuelve a ser España, su historia reciente, el contexto sociológico y temporal por el que se mueven unos personajes que comienzan deambulando como pueden por la Barcelona de la década de 1970 y terminan la narración asistiendo a los milagros y las cloacas de la movida madrileña. Desfilan por en medio hitos históricos tan reconocibles como el atentado contra Carrero Blanco, la muerte de Franco, el referéndum constitucional o el golpe de Tejero, mientras las cuitas y las ambiciones de los protagonistas oscilan al compás que marca su propio tiempo. Es Derecho natural un retrato panorámico de la clase media española, aquella que comenzó a hacerse ver con el desarrollismo y encaraba la llegada de un nuevo siglo con la convicción de que nada podía ir a peor. Es un balance de sus fracasos y un compendio de sus anhelos, es un espejo que la coloca ante su propio paso por la transición a la democracia, es una demostración de cómo todos terminamos siendo hijos de la época que nos toca vivir, es una exploración escrupulosa de los abismos generacionales y es una revisión castiza del famoso adagio de Tolstói según el cual, si bien es cierto que todas las familias felices se parecen, no es menos verdad que las desdichadas lo son cada una a su manera. Pero es, sobre todo, una estupenda novela que añade una pincelada más a ese gran proyecto que desde hace años tiene a Ignacio Martínez de Pisón ocupado en el firme propósito de desvelarnos quiénes somos.
Título: Derecho natural Autor: Ignacio Martínez de Pisón Editorial: Seix Barral Venta: Amazon y Fnac
Foto de portada de Elena Blanco
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: