Uno de los capítulos de la novela comienza con esta pregunta, que se va repitiendo: «¿Quién narra?» (p. 106). Sin embargo, quizá la clave de La lealtad de los caníbales (Anagrama, 2024) sea más bien: ¿desde dónde se narra? Aquí tendríamos que responder: desde el bar del chino Tito, que, de algún modo, funciona como una fuerza centrífuga, pues a partir de su centro dispersa las historias, pero luego, igual que un camino de ida y vuelta, actúa como una fuerza centrípeta que atrae todas ellas de regreso. Diego Trelles Paz vuelve, tras el éxito de La procesión infinita, con una obra tan universal como concreta (o concretísima), cuyo fulcro es una taberna situada en el centro de Lima que, en lugar de un enjambre, presenta un avispero donde las vidas de los múltiples personajes se entrecruzan aguijoneándose.
Dividida en dos grandes partes y un epílogo, con sus correspondientes subdivisiones, rinde homenaje en su modus operandi a La colmena de Camilo José Cela, lo que hace explícito, aunque también se escuchan ecos de Los últimos días de Raymond Queneau, y es que no cabe olvidar que el autor lleva diez años instalado en París. Desde ese marco, dibuja un mapa del Perú y sus crueldades, y en parte cauteriza las heridas. Un libro de libros, un derroche de lengua limeña y una cartografía que, como mis queridos Paneles de San Vicente de Fora, pone ante nuestros ojos, uno a uno, los diferentes estratos y personalidades de la sociedad peruana contemporánea, y demuestra que los monstruos tienen más que ver con las violencias políticas que con las producciones de terror cinematográfico.
Un camarero nikkei que busca vengar el asesinato de su padre a manos de paramilitares; un comandante, abusado y abusador, que baila al ritmo de Píper Pimienta, «el Showman de la Salsa»; una cocinera que lee los culos como si se tratara de cartas astrales; un cura catalán, joven y guapo; un sacerdote viejo, obeso y aquejado de diabetes cuya pedofilia lo llevó de España al exilio latinoamericano, pues «estaban seguros de que la gente pobre y devota soportaba más los abusos» (p. 212); las salvajadas de Sendero Luminoso y la corrupción policial (como el secuestro de un deficiente mental, las falsas acusaciones o el asesinato); mujeres que beben temprano mientras leen a Heidegger; cambios de identidad y comienzos desde cero; un aspirante a escritor que quiere darle al país la gran novela peruana del bicentenario y que en un arranque de genialidad compone estas líneas, resumen de lo que será su texto, La lealtad de los caníbales, y retrospectiva de lo que ha sido la homónima novela de Diego Trelles Paz: «los caníbales son todos aquellos que traicionan sus principios de vida y están dispuestos a llevar a cabo el horror antropófago de ‘‘comerse’’ unos a otros para obtener un poder sobre el resto» (p. 152).
En fin, hay perseguidos y perseguidores, vidas dañadas y venganzas que se deben cobrar, y que suenan como en una orquesta, donde los diferentes instrumentos se acompasan mientras se interpreta la obra. Es una denuncia de las dictaduras y las posdictaduras de América Latina, pero sin perder en ningún momento el sentido literario, que lo posee, amplificado (para trabajar en el bar, el chino Tito ponía como obligación ser un lector). La lealtad de los caníbales consigue aunar las diferentes voces que pueblan sus páginas en una maravillosa novela coral y poética, cuyo microcosmos coloca de nuevo a Diego Trelles Paz como uno de los nombres propios de su generación.
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Autor: Diego Trelles Paz. Título: La lealtad de los caníbales. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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