Querido Luis Alberto:
De vez en cuando nos vemos en algún acto o cuando te hago alguna entrevista. Siempre es una alegría escucharte, con tu cultura y calidad humana, tu profundidad, tu literatura, pues sin duda también eres un “escritor oral”, como lo son algunos otros. Pienso ahora en Ángel Antonio Herrera. Esto de los “escritores orales” es algo interesante que se podría estudiar, si es que no lo ha sido ya. Hay escritores que también lo son, y mucho, cuando hablan. En general el escritor lo es siempre, al hablar y también al moverse, en toda su vida, pero hay unos que lo son especialmente. Y creo que esto no lo he aprendido haciendo entrevistas, que he hecho muchas, sino simplemente observando y escuchando.
Hoy me he parado a pensar cuándo te conocí, Luis Alberto, y creo que fue con motivo de la entrevista que te hice sobre La guerra de las galaxias y el mito artúrico, entrevista que coloqué al final de mi libro La guerra de las galaxias, el mito renovado como una especie de anexo. Recuerdo de aquel día tu cordialidad, amabilidad, tu espíritu abierto —siempre he pensado que tienes don de gentes, o que lo has adquirido o que simplemente lo has cultivado—, tu erudición… pero una erudición dinámica, amena, divertida. Tú disfrutas mucho con la cultura y consigues que los demás disfrutemos con tu cultura. La palabra “diversión” es obligada cuando se habla de Luis Alberto de Cuenca, a mi juicio.
Aquella mañana en que te entrevisté, hace tantos años, unos 17, me sentí muy bien recibido, muy bien acogido, en tu despacho del CSIC aquella mañana. Luego te he entrevistado varias veces, quizá cinco veces más, tal vez en más ocasiones, y he coincidido contigo en muchos actos, en conferencias, en cursos, en muchos sitios. Me has presentado dos o tres libros y siempre te has portado conmigo maravillosamente.
Para ser sinceros mi libro sobre La guerra de las galaxias, que luego funcionó tan bien, se publicó gracias a ti. Tardó tres años en salir a la luz y lo hizo gracias a tus gestiones. Una vez en tu casa, en tu fantástica biblioteca, te pregunté por este libro mío, qué te parecía, y me dijiste: “Es un libro magnífico”. De lo cual no puedo estar más contento porque es un libro muy querido por mí, y muy personal, como siempre me dice el profesor Daniel M. Sáez Rivera, compañero de facultad y también hombre muy sabio: “Para mí, de los que te he leído, es tu libro más personal.”
Lo mismo que pienso de ti lo pienso de tus obras, querido Luis Alberto. Me parece excelente esta identificación del hombre y la obra, del escritor y su creación. Con razón tú dices que “la cultura y la vida son una y la misma cosa”, como puse de titular en una de nuestras entrevistas.
Hace poco, ayer mismo, te dije en un mensaje que me parecías “un todoterreno de línea clásica”, y me imaginaba un coche de ese estilo, todoterreno, fuerte y práctico, pero con línea clásica, bello y de algún modo ligero, ágil, versátil, grácil. Porque tú has demostrado que eres un gran poeta, un muy buen conferenciante, un estupendo entrevistado, un magnífico contertulio de radio. Y la clave de todo esto creo que reside en tu espíritu, en tu vocación, en tu inteligencia, en tu cultura, en la pasión con la que afrontas todas tus lecturas, todo hecho cultural pero también la vida en el sentido más amplio. En realidad, claro, la clave está en ti, en tu persona, en todo tu ser. Y cuando leemos tus poemas nos damos cuenta de que ahí está la cultura, el pasado, pero también tu vida, tu presente, tu cotidianidad, tus amores. Estás todo tú. Y qué mejor se puede decir de un escritor.
Ahora estoy terminando de leer un librito tuyo delicioso que se llama Palabras que son vida. El placer de pensar, de Plataforma Digital, en el que seleccionas 50 palabras y ofreces su origen etimológico, explicando éste, a la vez que haces un pequeño desarrollo ensayístico. Palabras como “arcano”, “disciplina”, “esfuerzo”, “laberinto”, “pátina”… Me parece un libro bellísimo, y lo recomiendo mucho desde aquí. Son apenas 120 páginas, pero muy llenas y muy amenas, plenas de sorpresas, porque las palabras significan mucho más de lo que parecen y en su origen ocultan espléndidos misterios. Misterios que tú desvelas. Es un libro a mi modo de ver que consigue mucho, muchísimo, con muy pocas pretensiones. Eso es lo que pienso. Puede parecer arte menor, pero tú lo vuelves mayor.
Ahora voy a leer Historia y poesía (Nausícaa), que creo que constituye tu discurso de ingreso en la Real Academia de Historia, pero “sin su ropaje académico”, según me has dicho. Y tengo a mano para releer Necesidad del mito, que publicaste por primera vez en 1976, el año en que nací, fíjate qué lejano en el tiempo…
Creo que te mueves bien en todos los campos de la cultura en los que te internas, y en todos los géneros literarios que cultivas. Hace poco en una entrevista de podcast que te hizo un amigo mío, César López, te preguntaba el entrevistador qué recomendabas a los que querían escribir, y tú contestaste, llanamente: “Que lean, que se cultiven.” No hay nada mejor. Y cuando decías cultivarse te referías a algo muy amplio, podía ser ir al cine, al teatro, leer libros, etc. Sobre todo, pienso yo, leer libros, pues creo que es lo que más va a ayudar al futuro escritor, aparte de la vida, vivir, que también es esencial para escribir. Y creo que tanto la vida como la cultura son lo que le da el sello característico a tu obra, y lo que la hace tan entretenida, tan divertida, si me permites insistir en ello.
Me decía en una ocasión Arturo Pérez-Reverte que él pensaba que cada uno, cada escritor en este caso, se enriquecía como podía, y estoy de acuerdo, partiendo siempre de la vida y de la cultura, ya que no tenemos otra cosa. Tú has bebido, bebes constantemente de una y de otra, y en una de las entrevistas antiguas que te hice decía, escribía, que en tu obra la vida y la cultura se abrazaban la una a la otra como un todo. Tampoco es muy original la idea, pero sí es exacta.
Sí, yo creo, como dice Pérez-Reverte, que cada escritor se enriquece como puede, con lo que tiene a mano seguramente. En unos pesa más lo libresco, en otros más lo cinematográfico, o las aventuras vividas en primera persona, o ciertas experiencias especialmente importantes. En fin, cada persona es un universo, y cada escritor, quizá, muchos universos. La escritura, en mi experiencia, pone orden y concierto, aclara, todo lo vivido y lo leído, y gracias a la creatividad, lo lanza y le da otro nivel, llamémosle arte, llamémosle literatura, pero sigue siendo vida, vida escrita.
Me acuerdo ahora de aquel librito tan hermoso de Javier Marías sobre escritores, Vidas escritas. Ahora creo que el escritor quizá no sea sólo “el que escribe” sin sobre todo “el que ha escrito ya”, y por tanto escritor. Quizá el que ha escrito ya y al que ya se le ha leído también. Tú lo eres en una categoría, en mi humilde sentir, muy alta, aunque declares, como tantos otros escritores —aquí es obligado citar a Borges—, que te guste más leer que escribir, que para ti sea más importante leer que escribir.
No es mi caso precisamente, importándome tantísimo leer, gustándome tanto leer, pero me gusta todavía más, me importa todavía más escribir. Pero te comprendo perfectamente, a ti, a Borges y al mismo Pérez-Reverte, entre otros, que estáis de acuerdo en esto.
En fin, querido Luis Alberto, cierro mi carta porque ya va larga. Te conozco mucho y veo que lleno las cuartillas sin mucho esfuerzo, pero hay que pensar en el lector —esta carta también es un artículo—, que preferirá un texto más breve, y yo lo entiendo muy bien.
Sabes que te deseo lo mejor y cuánto te agradezco lo que has hecho por mí. Estoy seguro de que lo has hecho por muchos otros, porque mi experiencia me dice que el hombre bueno, en el fondo, lo es con todos, y que cada uno se relaciona con el mundo tal y como es. Te considero una persona muy completa y los que disfrutamos de tu amistad lo sabemos; también los que han disfrutado en una ocasión u otra de tu sabiduría y cordialidad, en vivo y en directo, en el libro o en los diferentes medios de comunicación, sabiduría cordial, amable, diría yo, y también, por supuesto, de tu poesía, tan premiada y celebrada.
Tu poesía siempre nos dice algo nuevo al releerla, siempre aparece algo nuevo en ella cuando abrimos sus páginas, y esto es algo que compartes con los autores clásicos, con nuestros escritores más leídos y frecuentados, más queridos.
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