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¿Quiénes somos?

¿Quién soy?, me pregunto delante del espejo. ¿Quiénes somos en realidad? ¿Quién fui en el pasado? ¿Soy el mismo que fui entonces? ¿De qué manera he cambiado? ¿Cómo el pasado confluye en mi presente, cómo ambos se encontrarán en el futuro? ¿Qué cambia, qué permanece? ¿De qué modo lo que vivo, lo que leo, lo que experimento, incluso esto que escribo, puede modificar lo que soy, lo que seré?

¿Qué puedo hacer para conseguir un destino mejor? Si quiero ser una buena persona, ¿cómo puedo lograr serlo? ¿Cómo puedo conseguir ser una persona mejor, portarme mejor con los demás, ayudarlos…? Si soy un artista, ¿cómo puedo alcanzar mayor virtuosismo en mi arte, mayor perfección, o mayor hondura, mayor capacidad para llegar a los demás, en el sentido más pleno?

Todos llevamos dentro un mundo. También un discurso. Dicen que dialogamos con nosotros mismos, por dentro, y que lo que decimos a los demás, lo que hablamos —supongo que también lo que escribimos—, responde a ese discurso. Entonces nuestro mundo exterior dialogaría sutilmente con el interior, al tiempo que sería influido por él. Ambos entablarían como un diálogo, muy fructífero, pienso. Lo deseable, pienso, es que ese diálogo tenga un equilibro razonable, aunque también sospecho que el milagro de la creatividad, o de la sensibilidad, puede responder a un diálogo un tanto alterado de esos dos mundos.

Hay un momento en la vida en que uno sospecha que todos los libros son el mismo libro, no sólo el que escribimos, también el que leemos. Todos los libros que escribimos y todos los que leemos, todos los libros existentes. Pero también intuye, tal vez, que todos somos la misma persona, todos formamos una unidad, que lo que le ocurre a uno nos ocurre a todos, que el prójimo soy yo mismo, que ayudándole le estoy ayudando a mí mismo, que su éxito es mi éxito, etc.

Hay un instante en la vida en que uno pierde el interés que tenía por la carrera, el progreso personal, el interés material, la gloria, etc. O al menos relativiza todo eso mucho. Acaso sea eso la madurez, una forma de madurez, un punto de tal cosa. Sin embargo, hay que hacer esto compatible con el seguir viviendo, alimentándose, ganando un dinero suficiente, razonable… No sólo de palabras vive el hombre, de literatura, de conocimiento, incluso de sabiduría. Tal vez de sabiduría viva el hombre, y que esta se encuentre como levadura en todos los seres y cosas de este mundo, también en la comida y la bebida, por supuesto.

Tal vez la sabiduría viva del hombre, de los hombres, de las personas quiero decir, más que al contrario. Es posible que nosotros, en nuestra ignorancia, en nuestra inconsciencia, la alimentemos.

A veces me miro al espejo y me pregunto quién soy, qué he sido, pero sobre todo quién soy. Me comparo con el que creo que he sido. Me veo mayor, pero en seguida me adapto al que soy, al que he llegado a ser. Me parece que García Márquez decía que había un momento en la vida en que un hombre se mira a su espejo y ve a su padre reflejado en él. Yo me recuerdo a mi padre, efectivamente, pero eso me gusta, porque me llevaba muy bien con él y lo admiraba.

El espejo es un objeto de conocimiento. Tiene muchas aplicaciones. Juan Antonio Vallejo Nájera decía que no sólo sirve para peinarnos, también para mejorar nuestra oratoria: recomendaba hablar ante el espejo en su libro Aprender a hablar en público hoy. El espejo sirve para dialogar con nosotros mismos, y dentro de eso para adentrarnos en el mundo, no sólo en nuestro mundo, el mundo del espejo, que puede ser el mundo en general, llevar a él. El fondo del espejo.

A Borges le fascinaban los espejos. Creo recordar que le inquietaban. A mí hoy por hoy me parecen mágicos. Hoy me pregunto por muchos objetos de nuestra vida cotidiana que en su momento debieron de ser grandes inventos, grandes revelaciones. Mi amigo el escritor Rafael Narbona habla mucho del asombro, por ejemplo para hablar de las lecturas, de los escritores que nos llaman mucho la atención. Yo creo que ese asombro es válido para un sinfín de fenómenos de nuestra vida, incluso los más prosaicos y cotidianos. En el fondo todos tuvieron un origen asombroso. Es el uso y el tiempo los que los ha vuelto tan cotidiano.

Hay que quitarle a esos objetos, esos fenómenos, gran parte de su historia, para devolverles a su significación original; entonces vuelven a ser asombros. Como el espejo, que mi sirve para ver más lejos, más hondo, dentro de mí, dentro del mundo, dentro de ti, lector. Y con él, con este espejo de palabras, conectar contigo, dialogar contigo, como si al final fuéramos una sola unidad, escritor-lector, lector-escritor. Al fin y al cabo eso es lo que soy, tantas veces, en mi vida, lector y escritor, de mí mismo y del mundo, de mi libro y de todos los libros.

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