No uno, sino dos disparos sonaron en la habitación cerrada por dentro: Eugen Bischoff, el famoso actor, acababa de morir y nadie podría haberle matado, en apariencia, más que él mismo. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué le empujó a la muerte? En fin, ¿hay alguna premisa más atractiva para cualquier lector?
Leo Perutz, brillante y popularísimo autor de la primera mitad del siglo XX al que (re)descubrimos en otoño de 2016 de la mano de Libros del Asteroide, ha vuelto. Si bien entonces la editorial catalana eligió su última novela, De noche, bajo el puente de piedra (1953) —reseñada en estas páginas— para añadirlo a su catálogo, ahora nos trae uno de sus trabajos intermedios, El maestro del juicio final, ambientado en la Viena de principios del siglo XX y con el motivo de la habitación cerrada como motor de la historia. A saber: aquella pasión que invadió en su día a Poe, a Conan Doyle, a Leroux por presentarnos una muerte misteriosa en una habitación cerrada, que no podía ser un suicidio pero que tampoco podía haber sido obra de nadie de este mundo, de nadie que no fuese capaz de atravesar las paredes o de evaporarse a voluntad: todo tenía esa explicación a la vuelta de la penúltima página que derrumba al lector. ¡Lo teníamos delante de las narices todo el rato y no lo habíamos visto!
Esto se propone Perutz y esto resuelve de manera magistral, técnica y literariamente: su desenlace no solo no decepciona sino que se encuentra entre los mejores al misterio de la habitación cerrada. Además, completa la narración con una voz que recuerda tanto a la del mejor Stefan Zweig cuanto que reivindica a Viena como capital del mundo, sí, pero también en la medida en que deja infiltrarse a las artes y a los artistas en la trama, en que plantea sus preocupaciones e incluso se adivinan las cuitas del autor por detrás de sus personajes. De algún modo (y seré abiertamente críptico para no destripar la lectura), aunque nos encontremos en 1923 y la acción se sitúe en 1909, Perutz ya empieza a reflexionar sobre Europa, pero sin ampulosidad ni grandes pretensiones: no hay grandes soliloquios de personajes sapientísimos, ni acerados e interminables diálogos, sino que la historia se funde con la Historia, a ratos, y el trasfondo y la trayectoria de cada uno de los pocos personajes marca sus acciones. Las define, casi como un dios omnipotente y determinado.
Por último, conviene subrayar que todo esto, desde lo más gustoso para el lector hasta lo más elevado para pensar el continente, sucede en tan solo 226 páginas y en distancias muy cortas, en veintidós capítulos y una nota de los que se pueden leer mientras que termina de hacerse el café, mientras se espera al autobús, en esos ratos en los que aparentemente no ocurre nada, que es donde siempre ocurren las cosas más importantes.
Si bien ni la concisión ni la odiosa «facilidad de lectura» tienen por qué ser valores literarios en sí mismos, en el caso de un autor como este sí se vuelven importantísimas, y un gran activo: siempre hay que aplaudir que un autor logre colocarse tras su historia, o a su servicio, con el fin de servírsela al lector en el mismo plato en el que ya ha degustado tantas otras, pero con nuevos aditamentos. A quienes hemos disfrutado tanto —¿hay algún lector que no lo haya hecho?— con Sherlock Holmes o con el mejor misterio y aventura finiseculares, esto es un regalo, un añadido: justo lo que promete, pero mejor. Qué intriga por conocer el próximo título de Leo Perutz.
Autor: Leo Perutz. Título: El maestro del juicio final. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Amazon y Fnac
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