El escritor y guionista Daniel Remón —Premio Goya al mejor guion adaptado por Intemperie— entrega una novela que, pese al título, es francamente realista: la historia de la ruptura amorosa de una pareja como cualquier otra.
En este making of Daniel Remón explica el origen de Ciencia ficción (Seix Barral).
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Empecé a escribir Ciencia ficción en otra casa, un invierno de mucho frío. La casa no tenía calefacción, pero sí una estufa catalítica de butano que nunca conseguía encender hasta el tercer o cuarto intento. Puede que mis dificultades para hacer funcionar la estufa tengan algo que ver con los problemas a los que me tuve que enfrentar para escribir mi segunda novela. Seguramente no. Lo más honesto sería decir que la escritura es un misterio, y que frente a ese misterio nuestra única defensa es ese intento más o menos torpe de la metáfora y el correlato —lo de la estufa—. Entonces no estaba trabajando en ninguna película, vivía de ahorros y trataba de escribir. Quería contar una historia sencilla. Un chico y una chica se conocen en una escuela de cine. Empiezan a salir, se van a vivir juntos, se separan, se juntan, se vuelven a separar… en fin, la historia de un sentimiento que crece y mengua y crece y mengua y crece y se transforma, la canción más vieja del mundo, nada nuevo. Parece fácil, pero yo no podía. Una mezcla de aburrimiento y desesperación me llevó a matricularme en un taller de escritura. Nunca he creído que se pueda enseñar a escribir —no lo creía ni siquiera cuando se supone que era yo el encargado de hacerlo—, pero sí estoy convencido de que podemos compartir una idea comunitaria de la literatura, leer, o simplemente escuchar a los que tienen nuestros mismos problemas, hacer grupo en torno a un texto y que el texto sea un fuego. No sé si es mucho, pero es algo. Estábamos en pandemia y el taller era por Zoom. La tallerista y el resto de los alumnos estaban en Buenos Aires. Creo que también había alguien en Córdoba —la Córdoba argentina—, aunque no estoy muy seguro. De esa época guardo un recuerdo borroso, que al final es de lo que habla la novela. No de la época, sino del recuerdo borroso de todas las épocas, de las trampas de la memoria, de lo que se queda con nosotros y de lo que, con el tiempo, por defensa o por descuido, dejamos fuera. Y del sueño. Y de la realidad y la ficción. Y del amor. Y de la muerte, porque uno empieza con un vacío y termina tropezando con otro. Yo leía mis textos en voz alta, con las rodillas pegadas a la estufa —solo había una en toda la casa, la tenía que arrastrar de la cocina al baño, del baño al salón, del salón a la habitación en la que dormía y escribía—. Cabezas flotantes y bronceadas me escuchaban antes de decir qué les habían parecido. Entonces no me daba cuenta, pero ahora soy muy consciente de que aquellas palabras, aquella música y aquel ensayo de comunidad me hizo mucho bien. Algunos textos, igual que algunos recuerdos, fueron quedando. La mayoría se perdieron, y está bien así. La novela es fragmentaria porque la memoria es fragmentaria. Con el tiempo, la historia que estaba intentando contar encontró una forma. Algunos pedazos parecían una comedia, o un drama, o una novela de fantasía. Otros eran un ensayo. Otro eran directamente de ciencia ficción. La estufa se rompió. Compré otra en Mediamarkt. La compré a tiempo, treinta y seis horas antes de que la borrasca Filomena destrozara la ciudad. Me acuerdo de verme a mí mismo apartar nieve con una pala, imagen que parece más bien sacada de una película, o de un sueño. Salió el sol, al cabo de unos días. Mientras la nieve se derretía yo seguía escribiendo, cambiando cosas de sitio, más bien. Quería mudarme, pero me parecía que la casa tenía algo que ver con lo que estaba escribiendo, y que hasta que no terminara de escribirlo no me podía mudar. Cerca del final tuve unas fiebres muy altas. En la casa, que no era mía, encontré un termómetro viejo, idéntico al que usaba mi padre cuando éramos niños. Me lo puse temblando bajo la axila y, al ir a sacarlo, se me cayó. El vidrió se rompió en pedazos y el suelo del cuarto de baño quedó lleno de pelotitas de mercurio. Esto tampoco lo he soñado, de esto me acuerdo: las formas que hacían aquellas masas de líquido, cómo se buscaban entre los azulejos, cómo, cuando conseguías juntar una con otra, nacía una pelota nueva que hacía olvidar que alguna vez aquello había sido una galaxia de planetas independientes y enanos.
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Autor: Daniel Remón. Título: Ciencia ficción. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.
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