Foto de portada: José Carlos Nievas.
La escritora Noelia Illán lo afirma siempre: no hace falta componer un verso para ser poeta. Ese ser poeta es, para ella, una actitud ante el mundo, una manera de mirar, un modo de acercarse a la sensibilidad de las cosas, de integrarlas en uno mismo, de narrarlas.
Conozco a poetas que escriben y no publican una sola página.
Conozco a poetas que hablan como si estuvieran declamando unos viejos versos aprendidos de memoria.
Conozco a poetas que viven a través de lo escrito por otros.
Conozco a uno más.
Que pinta palabras en colores y formas.
Que elige papeles y lienzos.
Que traduce el verso a un idioma que abrasa los ojos.
Que también ha escrito.
Que escribe con pinceles.
Que genera, ahora, un MAR DE OLIVOS:
Pensaba que el tema se había agotado,
pero apareció el verdadero espíritu del
lugar y las sombras de las ramas fueron
variando sus formas, conformando nuevas
imágenes frágiles y cambiantes sobre los
grises mármoles tumbados bajo el olivo. Las
tórtolas me miraban.
ME PREGUNTO SI ESTE ES EL PERFIL DE UN POETA. ME RESPONDO: SÍ
Pensaba escribir sobre otras obras. Tengo, en la mesa, los cuatro o cinco poemarios de una escritora que habla de lo inútil y la muerte. Me pongo a ello, y no: manchas de colores se transforman en poema en mi mente.
Recuerdo las palabras del crítico de arte y escritor Pedro Alberto Cruz en Antonio Martínez Mengual: la pintura como lugar de acogida (Newcastle Ediciones, 2023): “La relación pintura-literatura constituye uno de los principales ejes de reflexión en la obra de Martínez Mengual. Desde pasajes bíblicos hasta escritores contemporáneos como Albert Camus o Cernuda, pasando por clásicos como Homero u Ovidio o poetas románticos como Hölderlin, su producción se establece como zona de fructífero contacto entre el gesto pictórico y la palabra”.
En el ensayo sobre quien Cruz considera “uno de los más interesantes exponentes de la generación de pintores españoles que emergió durante la Transición y primeros años de la democracia”, el crítico analiza la relación del murciano, nacido en 1948, con la literatura.
En Martínez Mengual los libros no son solo un pretexto, una excusa, una imagen sugerente sobre la que construir un mundo de pigmentos y trazos: la palabra se inserta en la mayoría de sus lienzos y papeles, se coloca como una primera imprimación inevitable. Es en el diálogo con los versos, en la absoluta integración de estos con su sangre y su intelecto, donde se construye el gesto pictórico.
Así me lo ha dicho en ocasiones: “Creo que una palabra puede ser más importante que un color”. Y, para muestra, un texto que también mantiene el equilibrio entre ambas artes. Con esos dos elementos ha jugado, en su libro Viaje a Grecia (2022), a la manera de los poetas surrealistas (aunque en su caso no parta de los sueños, sino de la reflexión y la necesidad de expresión de esos dos mundos —pintura y literatura—). El resultado es un poema —sí, poema— en el que el lector ve, en sus manos, cómo el verde de un paisaje de Grecia se transforma en abstracción de color monocromo:
Pequeño experimento en el que se concreta todo.
Pero para llegar aquí, para firmar una timidísima literatura propia, han debido de pasar años —más de setenta—: es ahora cuando Antonio Martínez Mengual se asoma a esa realidad de la palabra y la hace suya en un nivel que ‘roba espacio’ a la pintura.
No sin miedo, no sin el temblor de quien concede a la palabra la más absoluta de las virtudes… pero regalándose ya, en esta etapa de su trabajo, el placer de unir imagen y algún manojo de letras propias, frutos ambos de su observación, de su experiencia, del camino de entrega a ambas artes a lo largo de toda una vida.
Ahí, en ese poema polícromo, está el niño que empezó a jugar con unos lápices de colores en la escalera de su casa. Ahí el hombre que amó la escritura de Brines, de Hölderlin, de Ovidio, de Camus. Ahí el viajero que ha pisado todas las piedras de Grecia, que huele a especias de la India, que se eleva como con la fuerza de un coro entre los dedos.
ÉCFRASIS INVERSA: ESTE CUADRO ES UN MANOJO DE ENDECASÍLABOS
Aunque la escritura propia haya aparecido de manera pública casi por primera vez en 2022, la relación de este poeta plástico con la lírica se remonta muy atrás en el tiempo.
El autor ha dedicado muchísimos años de trabajo, series completas de lienzos y papeles, al estudio consciente, sereno y reflexivo de las obras de otros autores: “Veinte [serán, en realidad, unas cuarenta] serigrafías de Antonio Martínez Mengual acompañan a una antología poética de Brines titulada La iluminada rosa negra (2003). También están las exposiciones inspiradas en textos de Pessoa —Somos quien no somos (1987)—, Brines —El otoño de las rosas (1989)—, Cernuda —Donde habita el olvido (2002)— y Homero y sus mitos —Odysseus (2003)— entre otros”, repasa Concepción de la Peña Velasco.
Y no solo ellos: “De Amicis, Kazantzakis, Seferis”, Ovidio e incluso los textos más antiguos de las sagradas escrituras se han convertido en material de trabajo para este tipo extraño de escritor que es el pintor nacido en Murcia.
Porque, como ya he adelantado, Mengual no utiliza la obra como mera inspiración: su trabajo no se limita a transportar a otro lenguaje lo que otros han escrito.
Como el traductor que trabaja seriamente en el poema, Martínez Mengual interroga y se interroga, esboza, borra y deja reposar. Llama a la figuración para ir despojándola en busca de lo abstracto… Consigue, al fin, la esencia pura del poema que traduce y la hace suya, la tamiza con su mundo de gestos ascendentes, de verdes, amarillos y azulados, de negros profundos que trazan letras sin estructura: imposibles de leer tal como siempre, pero que cuentan más que algunos libros.
Y aquí es donde el artista murciano asume un rol de escritor y ensaya la écfrasis inversa. Así lo define Pedro Alberto Cruz en su ensayo sobre la obra del creador: “La palabra que se ‘adelanta a la vista’ es aquella que, en su proyectarse, se vuelve pintura. Ya no cabe hablar de la palabra, por un lado, y de la pintura, por otro. Ambas conforman una continuidad perfecta por el fenómeno de la proyección. (…) La pintura es el cuerpo proyectado de la poesía”.
Ahora habla el artista: “Las palabras sirven para generar no sólo sentimientos o emociones, sino también imágenes. Un sustantivo y un calificativo pueden remover mucho. Leer un poema o un texto seis o siete veces y ver qué te dice, a qué te lleva es… Por centrarlo en colores, a veces lees algo y es, para ti, un verde o lo ves más gris que verde. Es un análisis de lo que has leído que se traduce en imágenes sugeridas”.
El resultado es una obra excepcional, delicada en todos sus bríos y violencias, solemne en sus arquitecturas,… Poemas y párrafos que cuelgan de las paredes para que el lector-contemplador se pierda en las distintas capas de visiones en las que el pintor se ofrece.
En su proceso creativo, Martínez Mengual lee, toma notas, esboza espacios, escribe citas propias y ajenas que se mezclan y trasfunden y ya no son de nadie o son de todos o pintura.
De nuevo, escasísimas palabras que se alargan en la página, se tornan plásticas y maleables y acaban por ser color. De nuevo, la escritura de la que quiere escamotearse aunque sea un poeta insólito:
Nubes. Luz dorada.
Luz dorada. Pinar.
Pinar. Altares.
Altares. Pájaros.
Pájaros. Nubes.
Nubes. Azul.
QUIERO SER UN LIBRO, QUIERO SER UN LIBRO, QUIERO SER UN LIBRO
No hay que justificar el perfil escritor de Antonio Martínez Mengual. Pero si acaso fuera necesario, basta con mirar su producción libresca a lo largo de los años.
Más allá de los valiosísimos libros de artista y de los catálogos más sencillos de algunas de las exposiciones, el pintor-poeta ha sentido, durante toda su vida, la necesidad de convertir algunas de sus experiencias pictóricas en genuinos libros que tienen vida autónoma más allá de muestras, galerías y museos.
Primero, con la imagen como única palabra. Después, con los textos de otros a través de los cuales él ha querido decir. En su último proyecto, dejando que los textos propios broten en los espacios más discretos.
En estos libros —El sueño de Jacob, Diario de arena, Viaje a Grecia…— se demuestra la pasión literaria de Antonio: cuida la maquetación, la elección del papel, la tipografía, la reproducción de sus personales colores… Pero también dispone cada obra como respuesta a un propósito narrativo, donde la tradición de los cuentos, de los relatos míticos, de los poemarios temáticos, aparece.
Donde la intención poética en un libro es más que evidente es en La iluminada rosa negra, publicado por Ahora en 2003 y Premio Nacional de Edición en libros de bibliofilia.
Esta catedral de papel es una de esas obras que todo amante de los libros valora tener al menos una vez entre las manos. Veinte serigrafías de Antonio Martínez Mengual traducen —ya hemos utilizado este término— unos cuarenta poemas de Francisco Brines en lo que la pasión lectora del primero se convierte en regalo y acto de ofrecimiento, tanto al poeta como a su verbo: “Brines confiesa que nunca poseerá un libro más bello que el que tenía en ese momento entre sus manos”, explican los editores de este volumen.
Carlos Marzal, autor del prólogo de este proyecto, acierta al afirmar que “como otras tantas veces en el correr del tiempo, la poesía y la pintura aparecen de la mano, como dos artes que se hermanan y se complementan, pero a la vez se desdicen y se dan la espalda para crecer hacia su imagen verdadera”.
AQUELLOS PAPELES QUE ESCRIBIERON TU HISTORIA
Antonio Martínez Mengual tiene 76 años.
Excelente en la conversación, a veces desliza una ironía potente, desencantada, y promete que está cansado, que quizás ya no merezca la pena, que no apetece ya.
Lo escucho, sentado en ese salón que añoro, y me sonrío por adentro: los libros están sobre la mesa, el cuaderno de notas y el lápiz, al lado. Tiene la punta fresca. Detrás, el taller está lleno de papeles que no estaban la última vez. Huele a pintura: ha estado trabajando, tal vez esa misma mañana.
No puede, aunque quiera, dejar de escribir en su idioma pictórico, de crear a partir de la literatura de los otros, que es tan suya, de las palabras propias, que dicen
Lo antiguo. Lo nuevo.
La gran roca con luz de poniente.
La sombra de la nube sobre los mármoles.
Los claros del pinar.
Adelfas. Granados.
…
…
…
En un jarrón nocturno, redondas rosas se abren hasta fundirse con lo oscuro. Toman formas sinuosas en un espacio irreal que a veces es hogar y a veces hielo, que es solemne cuerpo desnudo o soledad.
Este cuadro, de Antonio Martínez Mengual, es infinito. Lleva ya unos años encima de mi cama y no se agota y no se agota y no se agota.
Tampoco lo hace el paisaje —parches amarillos que imitan un sol griego, manchas verdes que serán tal vez un pino— que reina en el salón. Ni el templo atardecido en el pasillo. Ni el barco que navega en un reflejo ocre de mi brazo.
Unos pocos papeles —incluso la piel, incluso la piel— que no son más que el relato de una vida, la de un poeta que, valiente, se ha asomado a la escritura desde un lugar distinto. Y tan verdad.
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