Simon Leys escribió que algunos escritores urden los principios de sus obras como «el pescador de caña lanza su cebo con la esperanza de pescar una trucha». Hay muchas estrategias para agarrar al lector del cuello en el arranque de una novela y ya no soltarle hasta la última página, y cada cual tendrá sus primeras páginas predilectas. No volveremos a mencionar los inicios más célebres, del Quijote a Ana Karenina pero sí creemos necesario llamar la atención acerca de una manera de poner en marcha una historia que no es pirotécnica, epatante, locuaz, no. Se trata más bien de una obertura morosa, enigmática, ambiental, irresistible. Un gato, por ejemplo, llamémosle Ocho. Tiene un ojo rojo y un colmillo de oro e intenta zafarse de una corona del Burger King ajustada con una goma a las orejas «mordidas en cien peleas de gasolinera» en un camping levantino vacío bajo la fina lluvia de octubre.
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—»Un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo», escribe. ¿Resume aquí su proyecto narrativo?
—Mi proyecto narrativo no es tal proyecto, es algo que va saliendo sobre la marcha. Los libros son cortos porque antes de acabar el que estoy escribiendo, ya tengo otro nuevo en la cabeza y quiero quitarme de encima el anterior. Cuando uno ha dicho lo que tiene que decir, es mejor dejarlo. Es mejor que el lector se quede con ganas.
—Pero en tiempos de libros cada vez más largos, de tochos por todas partes, usted va a la contra.
—A mí también me gustaría en algún momento escribir un libro largo, pero sé que no va a pasar. Y reconozco una cosa, me gusta cuando alguien me dice que se lo ha pasado muy bien leyendo algo mío y «qué rapidito lo he leído».
—Cuando dicen que sus novelas son raras, o «jodidamente raras», como puede leerse en este libro, ¿cómo lo lleva?
—Ya en el cole me llamaban «la rarita» y en los años setenta aquello no hacía tanta gracia como hoy. No me importa que digan que mis libros son raros, aunque a mí no me lo parecen. Es verdad que siempre me gusta meter algo fuera de lo cotidiano, no sé si describirlo como sobrenatural o de ciencia ficción.
—Con Los guapos prosigue eso que se ha dado en llamar «Trilogía de los países del Este». Primero Benidorm en Spanish Beauty, ahora la Albufera valenciana. ¿Qué accidente del destino te ha llevado ahí?
—Resulta que fui a entrevistar a Ricardo Cases y él me llevó de visita por toda la zona del Saler. Me quedé flasheada, aquello era una maravilla. Varios meses después me fui sola por mi cuenta en temporada baja a un camping allí que es justo el que sale en el libro. No había nadie y llovía mucho. A la mañana siguiente visité una librería en Valencia y me topé con un libro sobre los crop circles, esos supuestos círculos alienígenas que aparecen de pronto en los cultivos como en la película Señales de Shyamalan. Y todo aquello se juntó en mi cabeza para escribir Los guapos. De hecho, diría que toda mi literatura nace de ese tipo de coincidencias extrañas.
—He leído que sus personajes vuelan solos y que usted los acompaña. ¿Es así?
—Sí. A veces tengo muy claro al protagonista, aparece un personaje secundario al que no he prestado la menor atención y monta la marimorena. En esta última novela me ha ocurrido con la niña que se escapa. Y a mí me encantan que mis personajes se me escapen de entre las manos.
—Aquí una vez más el protagonista, Adrián, es un buscavidas. ¿Sólo cuando te buscas la vida, la vida sale al encuentro?
—El azar no se presta a la vida rutinaria, ocurre cuando uno se ve de pronto fuera de su espacio habitual. Miras de otra manera y te pasan cosas en lugares que no conoces y entre desconocidos. Muchas veces estoy escribiendo algo que no me acaba de gustar porque es demasiado realista y, de pronto, me doy cuenta con alegría de que en su seno está brotando algo muy poco realista, una planta marcianísima. Y es increíble que esto ocurra porque yo escribo de corrido, rapidísimo. Acabo el primer borrador en un par de meses.
—¿Calificaría esas «marcianadas» como sobrenaturales?
—No exactamente. Sí son extraordinarias, se salen de la norma. ¿Extraterrestres? ¿Fantasmas? ¿Por qué no? ¿Por qué he tardado en escribir algo así con lo que me gusta?
—Usted es una escritora tardía…
—Sí, empecé con cuarenta años y tengo sesenta. Y a esta edad lo que me apetece es divertirme escribiendo. Hacer el friki.
—Habla mucho de los frikis en esta novela. De cómo los que antes tachábamos de inadaptados ahora son los que marcan las modas.
—Claro, como comentaba antes, cuando a mí en el cole me llamaban «la rarita» no me gustaba nada. Era tímida, gastaba unas gafas enormes de diez dioptrías, leía todo el rato… Y yo sabía que el tema de lo freak iba a acabar saliendo en mis libros. Mis novelas anteriores tal vez fueran más elaboradas y ahora me doy el lujo de escribir lo que me da la gana.
—¿Es cierto que disfrutas mucho escribiendo?
—Me lo paso pipa. Escribir es puro goce para mí. Si entiendes la literatura como un sacrificio, mejor no lo hagas. A mí me pasaba un poco al principio, sufría en busco de un tono elevado. Ahora me lo tomo más a la ligera y, la verdad, creo que sale mejor.
—La especulación urbanística está muy presente en Los guapos. ¿Ha escrito un reverso fantasmático de Crematorio, de Chirbes?
—Puede ser. Me fascina el espacio urbano. Camino muchísimo, fotografío las esquinas, voy atento a la atracción de calle y edificios. Y El Saler es tan distinto, tiene tanta personalidad. ¿Cómo es posible un desarrollo urbanístico en un entorno natural tan bestia? También me gustaba mucho Benidorm, protagonista de mi novela anterior. Persigo los contrastes. Sueño, por ejemplo, con ciudades en medio del desierto que brotan y desaparecen en solo unos días. Lo llaman distopías pero, para mí, son utopías.
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