«Fui educada para ser una señora de su casa, una mujer que debía entregarse por completo y en exclusividad a su marido y a sus hijos. Pero la realidad fue bien diferente, porque el azar te lleva por otros caminos. Y a mí me arrastró. Me casé y fui madre. Pero ni el matrimonio fue para siempre ni mi existencia se ha reducido a la familia como elemento único y definitivo. Por eso no creo en el destino: pienso que uno mismo se labra su propia vida», afirmaba rotundamente en sus memorias, Dos vidas, María Teresa Campos, la que fuera líder de audiencia de las mañanas televisivas durante años.
Su salud llevaba tiempo siendo noticia en los medios de comunicación y su última aparición pública tuvo lugar en agosto de 2022, atendiendo a la prensa con motivo del nacimiento de su primer bisnieto, y su imagen mostraba ya las incuestionables huellas de su enfermedad.
A partir de ahí, su deterioro cognitivo fue imparable y su estado de salud cada vez más débil. A su lado y hasta el final estuvieron todas aquellas personas que conformaron su vida y su mayor legado. Sus hijas, sus nietos, sus familiares y sus amigos más próximos. Se iba una de las comunicadoras más importantes de España y toda una institución en la profesión. La vida de María Teresa fue intensa y emocionante, aunque también trágica y dolorosa. Pero repasemos sus datos biográficos más significativos.
María Teresa Campos Luque nació en Tetuán (Marruecos) el 18 de junio de 1941, durante el Protectorado español. No obstante, cuando tan solo contaba un año, su familia se trasladó a Málaga, que pasó a ser su ciudad para siempre. Allí creció en el seno de una familia acomodada y numerosa —era la tercera de seis hermanos—. Su abuelo materno era de uno de los comerciantes más importantes de la ciudad, y su padre, Tomás Campos, regentaba un laboratorio farmacéutico. Teresa recibió una educación tradicional y católica, estudiando en el colegio de las Teresianas hasta el bachillerato.
Cuando María Teresa tenía cuatro años unos niños hicieron explotar, inconscientemente, una bomba abandonada de la Guerra Civil, y la metralla casi la mata. Todos los periódicos de la época hablaron de la «niña de la bomba», conservando cicatrices en brazos y piernas durante toda su vida. Dicen de ella que era una niña tímida y reservada, hiperprotegida por su madre, Concepción Luque, de profesión «sus labores».
A los quince años, engañada por su hermano Paco, hizo una prueba de voz en Radio Juventud de Málaga. Fue seleccionada porque al director de la emisora no le pasó desapercibido su enorme potencial. Desde aquel momento compaginó su carrera de Filosofía y Letras con infinidad de trabajos en la radio. Terminó haciendo de todo, desde cuñas publicitarias, programas musicales, gags radiofónicos y magacines. «La radio lo fue todo para mí», aseguraba siempre. Se hizo muy popular en Málaga, donde se la conocía como Mari Tere.
Poco a poco se fue labrando una carrera profesional muy sólida. Fichó por Radio Popular COPE de Málaga en 1986, y aunque nunca se afilió a ningún partido su implicación política de centro-izquierda fue siempre evidente, lo que en la práctica suponía ser una «roja». Desde su participación en la manifestación del Estatuto de Autonomía de Andalucía, en diciembre de 1977, comenzó a ser acosada por miembros extremistas de Fuerza Nueva y, en una ocasión, su coche fue incendiado. De hecho, ya durante la Transición, se encargó de la lectura en Málaga del Manifiesto en contra del golpe de Estado del 23-F. En sus memorias cuenta que junto a la emisora había una comisaría de policía, y algunos agentes que no le tenían demasiada simpatía, tras la intentona golpista, comentaban refiriéndose a ella: «A esa le tenemos que dar un escarmiento». Asustada y sin saber cómo actuar, no se le ocurrió otra cosa que ir a casa para rescatar ropa interior, pensando en lo que aquella situación podía durar y si la iban a meter en la cárcel.
Muy pronto dejaría de ser Mari Tere para convertirse en María Teresa y después en «La Campos». Fue también en la radio donde conoció a su marido, el periodista José María Borrego, con quien se casó cuando solo tenía veintitrés años. Él tenía treinta. Del matrimonio nacieron dos hijas, Teresa Lourdes (1965) y Carmen (1967). Veinteañera de la época, María Teresa Campos trabajaba, llevaba su casa y su familia y cursaba Filosofía y Letras en la Universidad de Málaga. «Podía estar más que atareada y ocuparme de muchas cosas a la vez, pero a mis hijas no las ha bañado nadie más que yo», declaraba.
Era una estrella de la radio en Málaga cuando en 1977 decidió presentarse a las primeras elecciones generales tras la dictadura franquista, en las listas de Reforma Social Española, un partido fundado por antiguos franquistas, pero con carácter aperturista. El partido no obtuvo representación en el Congreso, y María Teresa volvió a centrarse en los informativos de Radio Juventud – Radio Cadena Española, ganando un premio Ondas en 1980.
Pero María Teresa tenía claro que el futuro estaba en la capital, y en 1981 dio el salto a Madrid, aceptando el puesto de directora de informativos de TVE. No podía dejar pasar aquella oportunidad, aun reconociendo que su vida iba a dar un giro de ciento ochenta grados. Tenía cuarenta años y un debate íntimo intenso: deseaba separarse de su esposo. El matrimonio estaba herido de muerte desde hacía años. Se querían como hermanos y, aunque ya se había aprobado la ley del divorcio, ella aprovechó la oferta de trabajo para romper con la situación y recuperar su libertad. Las niñas se quedaron en Málaga con su padre y ella regresaba a casa cada fin de semana.
En Madrid, y sintiéndose libre, María Teresa se convirtió en habitual de la noche madrileña. «Era asidua de Bocaccio y me acostaba tardísimo», explicaba en una entrevista. La situación duró tres años, hasta que en 1984 recibió la más trágica de las llamadas telefónicas: «Tu marido se ha pegado un tiro». La noticia le cayó como un mazazo y solo acertaba a repetir «lo ha hecho, lo ha hecho», porque había vivido con esa constante espada de Damocles sobre su cabeza. Fueron días terroríficos, que La Campos superó como pudo, haciendo todo lo posible para que sus hijas comprendieran que lo que había hecho su padre era fruto de una enfermedad. Pero ellas, sobre todo Terelu, no acertaban a entenderlo.
A pesar del trágico acontecimiento, la vida continuó, y la televisión pública le ofreció incorporarse al equipo de Jesús Hermida en las mañanas de TVE. Su participación como «chica Hermida» fue un éxito e Iñaki Gabilondo la fichó después como subdirectora en la SER, aunque el puesto le duró poco. Regresó a TVE, sustituyendo al propio Hermida cuando este pasó a hacerse cargo de los informativos. Con ella al frente, el programa pasó a llamarse Esta es su casa y posteriormente Pasa la vida.
Con los años pasó por los matinales de Telecinco, con un contrato millonario, pero también tuvo que luchar contra un cáncer de garganta, del que se recuperó con rapidez. Sus hijas también padecieron la misma enfermedad: Terelu cáncer de mama y Carmen de útero.
Durante más de trece años fue la reina indiscutible de las mañanas televisivas, aunque sus detractores la denominaban «reina de las marujas». Ella siempre defendió la televisión rosa desde una actitud profesional que excluye lo denigrante y zafio. Precisamente su forma de abordar este tipo de televisión le valió su segundo premio Ondas por su labor de dignificación de la televisión popular. Fueron los años dorados de La Campos, entre mediados de los 90 y los 2000. Todos la agasajaban. Cuentan que para su cumpleaños los trabajadores de su programa organizaban colectas para regalarle muebles de anticuario, joyas y objetos exclusivos. Políticos, empresarios, actores y cantantes de primera fila no se perdían las fiestas de la malagueña en su espléndido chalé de Molino de la Hoz, en Las Rozas de Madrid. Símbolo del éxito y el oropel en el que vivía la presentadora, podemos echar un vistazo a la piscina que tenía en su casa, una piscina climatizada, cuyo mantenimiento suponía alrededor de diez mil euros mensuales.
Otra de sus características, coincidente para todos sus allegados, fue la auténtica pasión de la comunicadora por los zapatos. Tenía una impresionante colección de zapatos de lujo, de marcas con precios prohibitivos. De hecho, llegó a lanzar una línea de calzado diseñado por ella misma, que no tuvo continuidad.
Pero ni siquiera los mejores guerreros ganan todas las batallas. Tampoco María Teresa Campos. Dio un portazo a Telecinco y fichó por Antena 3 con un contrato galáctico, a razón de seis millones de euros por temporada, como presentadora del programa Cada día, que no obtuvo los resultados esperados. No pudo con el programa de su «enemiga», Ana Rosa Quintana. La reina de las mañanas ya era otra y decidió retirarse de la pequeña pantalla, en 2004, a los sesenta y tres años, refugiándose en la radio. Unos años ausente de la televisión que aprovechó para volver a la radio, sustituyendo a Julia Otero, en Punto Radio, y a Telecinco, donde recuperó el éxito de siempre gracias a programas como ¡Qué tiempo tan feliz!
María Teresa siempre reconoció tener carencias de afecto. «He querido mucho, pero no sé si me han querido a mí», se sinceraba. Y un día, en 1987, tuvo una avería en el coche y un hombre paró para auxiliarla. Se trataba del arquitecto vasco Félix Arechavaleta. Vivieron un amor que duró doce años. Un romance de fines de semana, puesto que él trabajaba en Vitoria y María Teresa en Madrid. Ambos se convirtieron en una pareja sólida y él en un auténtico segundo padre para Terelu y Carmen. Tras la ruptura siguieron manteniendo una relación de profunda amistad, hasta que él falleció de un infarto en 2006.
Cuando María Teresa parecía haber cerrado las puertas al amor, tema sobre el que escribió un libro lleno de ironía titulado Amar, ¿para qué?, editado por Planeta, la veterana presentadora sorprendió a todos enamorándose de nuevo, a los setenta y tres años. Había tenido otras relaciones sentimentales, con Felipe Maestro, José María Hijarrubia, Santiago García y Gustavo Malinow, si bien ninguna de ellas duró más de dos años. Pero un buen día invitó a su programa ¡Qué tiempo tan feliz! al humorista chileno Edmundo «Bigote» Arrocet. Fue el romance más mediático del verano de 2014. Formaron pareja durante seis años, salpicados de continuas crisis y polémicas. Pero, como ella misma reconoció en más de una ocasión, con Bigote Arrocet llegó «la alegría a la casa». Juntos incluso grabaron un disco que presentaron con muchísima ilusión, bajo el título Una bella historia, en el que ambos cantaban canciones y grandes éxitos muy conocidos y seleccionados por ambos. Sin embargo, la decepción fue grande, porque apenas consiguieron vender unos pocos ejemplares.
Y entremedias, La Campos sufrió un ictus que le afectó a la visión de los dos ojos. Gracias a la rápida reacción de su chófer, Gustavo, la presentadora llegó a tiempo al hospital. Finalmente, se recuperó sin secuelas. Sobreponerse a la isquemia cerebral y recibir de manos del entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, convirtieron el 27 de julio de 2017 en un «día muy especial» para María Teresa Campos.
Poco antes, en 2016, se convirtió en protagonista junto a sus hijas, Terelu y Carmen, del docu-reality Las Campos, emitido por Telecinco.
A finales de 2019, la relación con Arrocet se dio por finiquitada tras un sonado escándalo. Ella le recordó después como «ese ser que pasó por mi existencia, seis años más o menos felices, pero ya no está ni se le espera».
Aunque ella intentó regresar a la televisión e hizo alguna que otra aparición puntual, por decisión de sus hijas María Teresa se retiraba definitivamente. Más tarde, se supo que «Bigote» rompió con la presentadora a través de un WhatsApp, y hay quien sostiene que esta ruptura, junto al hecho de no regresar a la televisión, mermaron su ánimo y provocaron un gran dolor, que coincidió con su mayor declive.
Finalmente, la presentadora vendió su mansión y se mudó cerca de su hija Terelu. Su estado de salud empeoró muy rápido y, debido a su severo deterioro cognitivo, pasó a tener contacto solo con su círculo más cercano. Y así permaneció hasta el final de sus días.
Además de su frenética rutina diaria como presentadora, compañera, madre, abuela y amiga, María Teresa Campos fue una prolífica escritora, con ese tono desenfadado y alegre, sin dramatismos ni tragedias, que impregna todos sus libros. En su haber, los títulos siguientes: Cómo librarse de los hijos antes de que sea demasiado tarde (1993), ¡Qué hombres! (1994), Agobios nos da la vida (1997), Mis dos vidas (Memorias, 2004), Historias de mi tele (2009), ¡Qué tiempo tan feliz! (2011), Princesa Letizia (2012) y el ya citado Amar, ¿para qué? (2014).
Más allá de su éxito profesional y de los hombres que marcaron su vida, María Teresa Campos siempre tuvo una máxima: el bienestar de la familia. Abuela abnegada de tres nietos y un bisnieto, ella siempre se desvivió por los suyos, a los que ayudó con su sabiduría y generosidad, tanto afectiva como económica.
Porque si algo tuvo María Teresa Campos fue esa proximidad que poca gente consigue en los medios. Y ella rompió moldes antes que muchas, a las que abrió camino. Ella fue una feminista a su manera. No iba de intelectual ni vestía de progre, sino todo lo contrario. Era una de tantas, madre y viuda, enfundada en su traje de chaqueta clásico, que se encumbró como defensora de aquellas que estaban en casa por las mañanas. Las dignificó cuando la mayoría las relegaba como un público devaluado y de escaso interés. Ella les dio voz y voto, y voto de izquierdas, porque siempre fue una progresista declarada que defendió la democracia, poniendo incluso su vida en peligro cuando pocos daban un paso adelante. Su figura ha quedado ensombrecida por esa pátina rosa, pero su exigente y esforzada personalidad la hizo ser premiada como una de las mejores. Conviene recordarlo cuando al encender la televisión nos asalta tanta morralla.
La gran dama de la pequeña pantalla fue durante años la «reina de las mañanas». Y de las tardes. Incluso hizo sus pinitos en las noches. Su rostro ocupó casi la totalidad de las franjas horarias. Tanto, que sentó cátedra durante toda una época con una forma de hacer televisión que aún hoy sigue vigente.
La huella de La Campos no solo se mide por su extensa trayectoria profesional, sino por su capacidad para trascender su propio personaje, hasta convertirse ella y su familia en casi una subsección televisiva fija dentro de la información del «corazón».
Genio y figura o figura y genio hasta el final. Hasta que el cuerpo aguantó, hasta que su mente dijo basta. La Campos se retiró de la pantalla, obligada, poco antes de cumplir los ochenta. Y falleció rodeada de muchos compañeros de profesión que no solo la querían, sino que, sobre todo, la admiraban. Porque para muchos no solo fue una compañera más, sino todo un referente en el mundo de la radio y la televisión.
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