Extractos del último libro de Paula Izquierdo, El callejón de los silencios (Algaida), ganador del X Premio Logroño de Novela, que se presenta el 4 de mayo en Madrid.
III
Psicosis
(Página 46)
Al contrario de los dolores en la vagina, que parecían que nunca terminarían de desvanecerse y una mañana terminaron por borrarse, mentalmente necesitó muchos años para recuperarse, si es que alguien realmente puede recuperarse de un suceso tan cruel, humillante e inhumano.
El resto del verano, hasta que empezaron las clases, Mirna apenas salió. Al cabo de unos días habló con Carolina para darle las gracias por lo bien que se había portado con ella. Ésta le invitó a pasar una semana en la casa que tenían sus padres en Mallorca, adonde irían todas sus hermanas mayores con sus respectivos novios y algún sobrino. Pero Mirna no se encontraba capaz de hacer vida en familia y, después de agradecérselo, rehusó la invitación. Las horas pasaban arañando los confusos recuerdos, pero eran tan devastadores que un buen día decidió cerrar ese capítulo tan aterrador, atroz y brutal de su vida e intentar, poco a poco, seguir adelante, aplicándose a sí misma una terapia de asunción de los hechos que apenas podía escudriñar. En el fondo se alegraba de que la amnesia no le permitiera revivir más que una gran humillación, ocultando los detalles de lo ocurrido.
Aunque en alguna ocasión pensó en decírselo a Miguel, finalmente decidió que contándoselo no ganaría nada, sólo rememorar unos hechos que la repugnaban, que eran como navajazos clavándose en su interior y con los que apenas podía ordenar un discurso mínimamente coherente.
Su cuerpo era un extraño territorio, como un recipiente sucio que tuvo que reconocer y con el tiempo y con el tiempo aprender a querer de nuevo.
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VI
Bipolaridad
(Página 55)
Cuando Mirna llegó a casa a la hora de comer, Miguel le había dejado una nota en la puerta de la nevera: “Espero que te haya ido bien en tu primer día de alumna. Nos vemos por la tarde. Beso”.
A pesar de tener el estómago vacío, no sentía hambre y menos aún ganas de prepararse algo, así que decidió meterse en su cuarto y tirarse en la cama. Recordó la conversación que había mantenido con Esteban en el bar de la facultad. Le había caído bien, sobre todo admiraba la confianza que mostraba en sí mismo; sabía perfectamente sobre qué iba a trabajar, mientras ella, a pesar de que le rondaban varias ideas, ninguna terminaba de convencerla. Debía poner la lavadora, le tocaba a ella, pero decidió dejarlo para más tarde y siguió pensando en el planteamiento del proyecto que en unos días tendría que presentarle a Ernesto.
Según le contó a Mirna, Esteban iba a proponer un trabajo de estudio sobre la violencia gratuita. Incluso pensaba que era un tema tan amplio y poderoso que quizá Ernesto le permitiera ahondar en él y que, finalmente, pudiera servirle como tema de su tesis doctoral. ¿Qué hace que la gente sea mala o buena? ¿Existe alguna razón social, genética o educativa? ¿Nacemos con el gen del mal o nos hacemos malvados, violentos y crueles según las experiencias vividas en los primeros años de la vida? ¿Qué siente alguien produciendo dolor a otro ser humano de forma caprichosa? ¿Está justificado el comportamiento violento, la tortura e incluso el asesinato cuando se trata de vengarse de un agravio? ¿Y por celos, por ejemplo?
Desde luego era un tema interesante y complejo. Nada fácil ya que en aquella época, cerca de los noventa, no existían muchos estudios sobre psicópatas. Toda la bibliografía que existía en la facultad estaba en inglés y Mirna no sabía si Esteban era capaz de leerlo con fluidez, aunque si era cierto, como le contó, que había pasado una temporada en Estados Unidos, probablemente no le costara un gran esfuerzo. Sin embargo, no había resuelto si debía analizarlo desde el punto de vista individual o grupal y, a partir del trabajo de campo, refutar su hipótesis. Al fin y al cabo, sólo le quedaba ordenar la documentación que había adquirido durante estos últimos meses y así intentar encontrar el cauce de su trabajo.
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X
Ansiedad
(Página 85)
Mirna no salió el viernes por la noche y aprovechó para levantarse temprano el sábado y trabajar. Se puso un café solo, humeante y volvió a su cuarto para encender el ordenador. Comenzó a escribir:
La doble pregunta que sobrevolará todo el trabajo es: ¿Qué significa ser una mujer artista? O mejor, ¿una mujer puede ser artista en una cultura construida sobre cimientos eminentemente patriarcales?
Sacó de un archivador todo lo que había acumulado en estos últimos años sobre el asunto que tanto le había atraído. Casi todas las mujeres sentían que no eran nada, sin embargo, encontraban en las palabras la llave para la libertad. No recordaba bien qué era aquello que había escrito, pero el mero hecho de pasarlo al ordenador le ayudaría a rememorar y a recapacitar sobre el planteamiento que, finalmente, presentaría como sinopsis de su futuro estudio. Eran las siete de la mañana, de modo que contaba con suficiente tiempo para iniciar esa labor que en aquel momento no sabía adónde la conduciría. Comenzó a teclear el texto manuscrito desde la primera página.
Las voces de las mujeres en el exilio
Ser “una misma” siempre resultó una tarea ardua en
cualquier ámbito y en cualquier época.
“y sucedió también que
fatigados los comediantes
se retiraron hasta la muerte
y las carpas del circo se abrieron ante el viento
implacable
de la realidad cotidiana
y si me preguntan diré que lo he olvidado todo
que jamás estuve allí
que no tengo patria ni recuerdos
ni tiempo disponible para el tiempo.
Además, no se puede construir una sociedad justa mientras los que vivimos recordamos o podemos recordar. Podemos olvidar o se debe olvidar un amor, depende, pero no el agravio a perpetuidad, porque este no deja de doler.
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XIII
Claustrofobia
(Página 122)
Ernesto había propuesto a sus alumnos salir a cenar, una vez terminaran las clases, el día 22 de diciembre, y todos estuvieron de acuerdo.
El restaurante era un libanés que se encontraba en la parte de atrás de la Gran Vía, en una bocacalle cerca de Callao. Ernesto lo conocía: era un lugar que le gustaba frecuentar y fue quien tomó la iniciativa a la hora de pedir la comida. Mirna estaba sentada enfrente de él, de modo que pudo observarle durante toda la noche a sus anchas. Por su parte, Esteban se había puesto al lado de Mirna y no dejaba de intervenir en la conversación que mantenían alumna y profesor en medio del griterío general. Alguien propuso ir a tomar una copa. Hacía tanto frío que a uno se le helaban los pensamientos, como estalactitas en el cerebro, de un modo que sin duda perjudicaba a las sinapsis neuronales. Ya en la barra, cuando fueron a pagar, una chica hermosísima y vestida con la ropa de la danza de de los siete velos les regaló un baile de movimientos de caderas; llevaba la tripa al aire y la borla que le colgaba del ombligo tintineaba sin parar. Todos aplaudieron y dieron las gracias a la bailarina. A pesar del frío, lo que le apetecía realmente a Mirna era separarse del resto del grupo y tomar algo a solas con Ernesto, pero no hubo lugar. Finalmente pidieron la copa en el mismo restaurante, para no tener que desplazarse y pasar frío, mientras la chica seguía bailando al son de la música.
A las dos de la mañana, cuando se disponían a salir del libanés, donde habían disfrutado de una comida llena de matices distintos, los comensales comenzaron a despedirse. Esteban le propuso acercarla, pero ella declinó su oferta alegando que estaba muy cerca de su casa y que en moto la sensación de frío sería más intensa. De hecho, estaba empezando a nevar tímidamente. La Gran Vía aparecía repleta de un gentío numeroso que iba y venía cubierta hasta la nariz. Cualquiera hubiera dicho que aún era de día, porque todas las calles estaban tan iluminadas con las luces de Navidad y los fluorescentes de las tiendas que había cierta sensación de amanecer. Era una de las características de la más hermosa artería de Madrid: no descansaba nunca, como el corazón. Ernesto y ella se habían quedado de pie en mitad de la calle, sin saber qué decir, y después de unos minutos de silencio, Ernesto también se ofreció a acompañarla. Al principio ella rehusó aquella nueva propuesta, pero ante su insistencia comenzaron a caminar en dirección a la buhardilla.
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Sinopsis: Tras un paréntesis como profesora, Mirna comienza sus estudios de doctorado en psicología social. Tres años atrás sufrió una violación en grupo durante una fiesta (le pusieron un bebedizo en el gintónic) y va reponiéndose del subsiguiente estrés post-traumático. Comparte buhardilla con su exnovio, Miguel, con quien mantiene una excelente relación de amistad.
Título: El callejón de los silencios. Autora: Paula Izquierdo: Editorial: Algaida. Venta: Amazon
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