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Empeñados en ser felices, de Miguel Munárriz

Empeñados en ser felices, de Miguel Munárriz

Del libro de Miguel Munárriz, Empeñados en ser felices, “Crónica sentimental de una vida entre libros” (Aguilar), que estará en las librerías el próximo día 9, Zenda adelanta el capítulo dedicado al poeta José Agustín Goytisolo, que hemos elegido de los muchos que forman el índice y entre los que se encuentran Arturo Pérez-Reverte, Ángel González, Carmen Martín Gaite, Günter Gras y Manu Leguineche, entre otros que pueblan estas páginas llenas de vida y libros.

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Días y noches con José Agustín Goytisolo

Traducir es hacer un viaje por un país extranjero.

(George Steiner)

Estar con José Agustín Goytisolo en Barcelona siempre fue un viaje interminable por la imaginación y la sorpresa. Daba igual que camináramos por Las Ramblas solitarias, bien pasada la medianoche, y nos paráramos en alguno de los quioscos cargados de prensa, húmeda aún de la tinta de la rotativa, para que un quiosquero sonriente y solícito le apurara uno o dos periódicos diciéndole: «Buenas noches, señor Goytisolo; hoy sale usted en la prensa».

En el restaurante Flash Flash pedíamos una de sus más de cuarenta tortillas sentados en los sofás Bibendum de rollos blancos de escay bajo las fotografías de chicas pop vestidas de negro, tocadas con gorras de visera y cámaras de fotos con un resplandeciente flash, obra de Leopoldo Pomés, uno de los propietarios, con Alfonso Milá. El gran fotógrafo Pomés, a quien había admirado desde siempre, pasó a saludar a José Agustín. No le dije nada del anuncio de las burbujas de Freixenet, del que fuera creador, porque me pareció solo una anécdota en su espléndida carrera que protagonizó junto a otros grandes como Miserachs, Colita, Català-Roca y Oriol Maspons; este último es el autor de la mítica fotografía de 1961 a Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y el crítico Castellet en las escaleras de la entrada de Seix Barral, a la que Carlos llamaba «la casa oscura de la calle Provenza».

"Entre los recovecos de la estructura de Walden 7 soplaba un viento que venía del mar, cuya visión azul turquesa desde las azoteas era sencillamente magnífica"

Una tarde fuimos a Sant Just Desvern porque quería que conociera el edificio Walden 7, que proyectó Ricardo Bofill, y en el que José Agustín tenía uno de los apartamentos. Parece ser que Walden 7, cuya estructura se asemeja a una ciudad en vertical, se pensó en un principio como una colonia en donde se pudiera practicar la relación vecinal. Impresiona la entrada a un gran patio en el que entonces, debido a las grietas, tenía sujeta a sus extremos una enorme red para que las pequeñas baldosas que se caían no se estrellaran contra el suelo. En la película de Vicente Aranda, basada en la novela de Juan Marsé, El amante bilingüe, Imanol Arias, el protagonista, vive en uno de esos apartamentos y cada vez que entra en el edificio tiene que sortear alguna de esas baldosas.

Entre los recovecos de la estructura de Walden 7 soplaba un viento que venía del mar, cuya visión azul turquesa desde las azoteas era sencillamente magnífica. A esa altura, en donde hay dos piscinas, se ve abajo el Taller de Arquitectura del que salían los proyectos del arquitecto y del que Goytisolo escribió un libro de poemas, con ese título, Taller de arquitectura. En el poema «El entorno» se refiere a las expectativas que suscitó Bofill con aquel edificio, cuyo nombre también era toda una declaración de principios porque proviene de Walden, la obra de Thoreau, continúa con Walden dos, de Skinner, y cuatro ensayos más de vida en comunidad en Estados Unidos.

Igual que en cueva o castillo mágico / todo iba a cambiar en aquel sitio, / todo iba a cambiar porque en el sueño / las cosas imposibles ocurren fácilmente.

"Cenar en una librería era entonces una experiencia única; creo que Laie fue la primera librería-restaurante a finales de los setenta"

José Agustín fue también un exquisito traductor y con ese empeño creó en 1985 el proyecto editorial Marca Hispanica (sin acento en la grafía catalana), para la traducción al castellano de literatura escrita en catalán (en ediciones bilingües), cuyo objetivo era difundirla a través de cátedras y academias de español en el mundo. De las cien obras previstas solo publicó veintidós. José Agustín siempre tendió puentes en ese sentido, pero de nuevo la incomprensión y la falta de voluntad política hicieron añicos el proyecto en el que estaban involucrados los más destacados poetas y narradores catalanes y un grupo importante de intelectuales encargados de las traducciones.

Goytisolo mantuvo siempre un espíritu cosmopolita en su relación con el compromiso de escritores europeos. Su preferencia por la cultura italiana hizo que viajara de vez en cuando a Milán, en donde conoció a Pasolini y leyó a Pavese, a Vittorini y a Salvatore Quasimodo, a quienes tradujo. El ritmo y la musicalidad de la poesía de José Agustín se trasladaron varias veces al arte musical de Paco Ibáñez y de Joan Manuel Serrat.

Creo que fue a finales de los ochenta cuando fuimos a cenar al restaurante de la librería Laie. José Agustín había quedado con Amalia Rodríguez Monroy porque entre los dos estaban terminando de traducir Por los muertos de la Unión y otros poemas del poeta norteamericano Robert Lowell. Pocos años más tarde el libro se publicó con una introducción sin firmar. Amalia es profesora emérita del departamento de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Pompeu Fabra.

Cenar en una librería era entonces una experiencia única; creo que Laie fue la primera librería-restaurante a finales de los setenta. Ahora, quizá debido a que las librerías no gozan de tanto favor y fervor, véase si no el caso de Lagun, en San Sebastián, una de las librerías míticas que lucharon por la libertad y que recientemente tuvo que echar el cierre, algunas abren con el añadido de una barra para tomarse un refrigerio, o un espacio que combine librería-café, pero no conozco ninguna que comparta espacio con un restaurante.

"Y así fue como asistí a una clase magistral de traducción, en un ambiente de calma nocturna"

Salimos de Laie temprano, aunque ya anochecido, y cruzamos la plaza de Catalunya para adentrarnos en la Barcelona de L’Eixample, una delicia para caminar despacio por la infinidad de manzanas que pueblan ese barrio. Subimos a un ático de una de aquellas casas señoriales y nos sentamos en la terracita para seguir charlando bajo una luna llena y un par de pequeñas lámparas de pantalla de una suave luz amarilla.

Y así fue como asistí a una clase magistral de traducción, en un ambiente de calma nocturna, en el que los dos traductores, que ya tenían avanzada la mayor parte del trabajo, antes de empezar leían el poema original para acordar el sentido del poema, para analizarlo, apuntar posibles notas que irían a pie de página, demorarse en la polisemia de algunas palabras y encontrar los sinónimos más adecuados. Amalia traducía un verso, por ejemplo, y a veces José Agustín hacía preguntas sobre el significante de tal palabra para proponer nuevas posibilidades rítmicas.

Robert Lowell es desde entonces el poeta cuyo recuerdo me hace presente la noche en la que sus dos traductores me dieron la oportunidad de observar su método de trabajo. Poco antes de que clarease el día nos despedimos de Amalia y salimos a la calle hacia el Drugstore de Paseo de Gracia en donde tomaríamos café y nos cargaríamos de periódicos.

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Autor: Miguel Munárriz. Título: Empeñados en ser felices. Editorial: Aguilar. Venta: Todostuslibros

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Clidia Diaz
Clidia Diaz
7 meses hace

Que banquete nos espera!. Que llegue el 9!.