En su último texto conocido, Jeanne Deroin (Francia, 1805 – Inglaterra, 1894) asumía que no iba a tener tiempo de concluir su biografía —a la que estaba dedicando su tiempo y que tanta importancia daba por su utilidad para la sociedad—, y que ésta sólo saldría publicada cuando hubiese “entrado en otra vida”. Han tenido que pasar más de ciento treinta años para que su profecía se viese cumplida, pues finalmente su primera monografía completa ha visto la luz de la mano de la investigadora, fotógrafa y doctora Sara Sánchez Calvo (Madrid, 1980). La reconocida editorial Comares, en su colección «Mujer, Historia y feminismos», publica Jeanne Deroin, una voz para las oprimidas: Vida, revolución y exilio, en un hito sin precedentes, pues pone de relieve la figura de una mujer única en su tiempo y necesaria por considerarse pionera de los movimientos feminista y obrero internacionales. Además, fue una de las líderes de las «mujeres de 1848» y primera en presentarse a unas elecciones en Francia —a la Asamblea Nacional—, en 1849. Por si todos estos datos resultaran pocos, fue también pionera en áreas como la lucha por los derechos de los animales y por la dieta vegetariana —elemento político para luchar contra la opresión especista—. Y todo ello partiendo de unos orígenes pobres y analfabetos que la condicionaron a trabajar como lavandera y costurera, sin impedirle llegar a ser “maestra, redactora, editora y directora de periódicos”, así como “referente de la lucha por la emancipación femenina y obrera”, siempre desde una postura pacifista. Luchas que le hicieron padecer una “enorme violencia política, la cárcel y el exilio” en Inglaterra —como otros socialistas y demócratas de su tiempo, tras el golpe de Estado de Napoleón III—. Un rechazo que no sólo recibió de quienes podían considerarse “enemigos” de sus ideas, sino —lo que es más doloroso— también de los que se suponían aliados en ideología y lucha.
Al inicio del libro, su autora hace una especificación necesaria: al referirse a Deroin como “feminista”, lo hace en un sentido anacrónico, pues el término no adquiere el sentido por el que lo conocemos actualmente hasta la década de 1880, cuando las sufragistas francesas se apropian de él. Hasta entonces, y desde su creación, el término había sido empleado de un modo despectivo; primero por quien lo acuña, Ferdinand-Valérie Faneau de la Cour, estudiante de medicina que lo incluye en su tesis doctoral “para definir algunas consecuencias que tenía la tuberculosis en el cuerpo masculino”; después por Alejandro Dumas hijo, dándole un sentido político cuando en 1872 lo usa “para insultar a los hombres que apoyaban la lucha de las mujeres por sus derechos, lo cual, según él, mermaba su masculinidad”.
La actitud de Deroin “fue siempre coherente y decidida en el terreno político, a la par que humilde y sin ningún afán de protagonismo en el personal”. Sus constantes intervenciones en la escena pública provocaron que el escritor y periodista Eugène Pelletan afirmase de ella que “actuaba como si estuviera disparando un arma en la calle para llamar la atención”. A esta provocación Deroin contestó muy acertadamente: “Tenía razón, pero no era para llamar la atención sobre mí misma, sino sobre la causa a la que me dedicaba”. Tanto es así que, incluso en el exilio, mantuvo su actividad política, implicándose en estructuras creadas por la comunidad de proscritos franceses, participando en el movimiento obrero internacional, buscando crear nuevas asociaciones solidarias, colaborando en medios escritos o vinculándose al socialismo inglés —fue miembro de la Liga Socialista y participó en el germen de lo que sería el sufragismo—. Esta última etapa londinense (1852-1894) ha sido especialmente estudiada por Sánchez Calvo y supone un auténtico descubrimiento en el estudio de Deroin, pues demuestra lo que no se sabía a ciencia cierta: su continuidad en actividades políticas.
El libro, estructurado en tres partes sustanciales —las referencias intelectuales y marco argumental de Deroin, su implicación en la Segunda República francesa y el exilio inglés—, se divide a su vez en diez capítulos. A lo largo de sus casi 270 páginas, Sánchez Calvo nos llevará de la mano por las distintas fases vitales de Deroin y sus circunstancias —incluyendo a aquellas figuras coetáneas que también contribuyeron con sus acciones a la conquista de derechos fundamentales, como Flora Tristán, o algunas relacionadas con Deroin e influidas por ella (como Hubertine Auclert, considerada la “primera sufragista”, o Anne Knight, pionera en la defensa de la abolición de la esclavitud)—. Una labor meritoria la de esta investigadora, que ha centrado su investigación en el trabajo de campo realizado en archivos y bibliotecas de París y Londres durante casi dos años.
A pesar de la poca información que se conserva de Deroin, la primera parte se inicia con los orígenes de la francesa, cuyo pensamiento político —esencialmente pacifista— se fraguó a través de sus distintas experiencias en un ambiente de violencia —del Imperio napoleónico y sus diversas guerras a la instauración borbónica con la subida de Luis XVIII al trono—. Su afán autodidacta la hizo una mujer lectora y culta, luchando por avanzar en el conocimiento intelectual y científico, a pesar del entorno hostil en que vivía —la condición social familiar la obligaba a trabajar para subsistir desde muy joven de lavandera y costurera, mientras su madre veía inútil que las mujeres estudiaran—. Sus condiciones de vida, perteneciendo a la clase obrera, la hicieron tener una experiencia “práctica y directa de lo que significaba ser proletaria”. Su combinación de teoría y práctica —lectura y trabajo— le aportaron conciencia de clase y la llevaron a desarrollar unos principios socialistas. También a ello contribuyó la subida al trono de Luis Felipe de Orleans, cuyas mejoras sociales de sus primeros años favorecieron el auge de la prensa progresista y de las nuevas doctrinas sociales. También surgirían distintas propuestas de carácter socialista por parte de la ciudadanía republicana, incluyendo la escuela sansimoniana —primero de los socialismos utópicos cuyo término “socialismo” acuñaron ellos— que apostaba por “la producción colectiva a través de una organización jerarquizada”. También fue la primera doctrina política y social interesada en la situación femenina y “el primer movimiento político que interpeló directamente a las mujeres”. Debido a ello, surgieron un gran número de “devotas” de esta doctrina, entre ellas Deroin. Ello propició que ésta apuntase a los distintos problemas sociales de su tiempo, defendiendo la igualdad entre hombres y mujeres, el republicanismo, la libertad de prensa o criticando las incongruencias del ámbito católico. Su Profesión de fe, publicada en Le Globe con 27 años, da muestra de ello e inicia su actividad política. También su colaboración en la creación del periódico La Femme Libre —“primer periódico feminista francés y uno de los primeros del mundo”—. Desde su experiencia en este medio hasta la revolución de 1848 —en total, 15 años— se desconoce la actividad política de Deroin, aunque se sabe que consiguió dedicarse a la enseñanza y dirigir su propia escuela.
El segundo bloque del libro se inicia con la ilusión de Deroin por la gestación de la Segunda República francesa —en la cual, como bien describe Sánchez Calvo, tuvo un papel determinante la intervención de la ciudadanía femenina—. Así, se involucró con otras compañeras para elaborar distintas propuestas políticas en favor de las mujeres y la clase trabajadora. No tardaron en ser conscientes de que el nuevo régimen seguía dejándolas de lado, instaurando un mal llamado sufragio universal que las excluía. Deroin continuó colaborando en nuevos ejemplos de prensa feminista, como La Voix des Femmes (“la voz de las mujeres”), fundado por Eugénie Niboyet. En él, Sánchez Calvo demuestra cómo Deroin fue precursora de las sufragistas al afirmar que las mujeres deberían estar exentas de pagar impuestos, al carecer de derechos. El periódico llevó aparejada la creación de la Asociación Fraternal La Voix des Femmes, dentro de la cual se llevaron a cabo distintas iniciativas que lograron mejoras en el campo político. La deriva reaccionaria de la República llevó nuevamente al levantamiento de la ciudadanía —especialmente obrera— en las «jornadas de junio», especialmente trágicas por la represión ejercida. Tras el cierre del mencionado periódico y asociación por diferencias entre sus creadoras —surgidas de la postura más moderada de Niboyet—, Deroin y Désirée Gay fundaron un nuevo medio, La Politique des Femmes, destinado a “los intereses de las mujeres y por una Sociedad de Obreras”. Ante las restricciones cada vez mayores del gobierno hacia las publicaciones subversivas, el periódico acabará cerrando y Deroin decide crear L’Opinion des Femmes, primero dirigido por ella. También entre 1848 y 1849 fundó con otras compañeras una serie de asociaciones —claves para la organización popular— en ayudar a las mujeres, como la Sociedad para la educación mutua de las mujeres, o la Asociación fraternal de demócratas socialistas de ambos sexos para la emancipación política y social de las mujeres. Así mismo, es destacable la gestación de una innovadora asociación de profesores cuyo programa buscaba hacer accesible la educación igualitaria para niños y niñas, hombres y mujeres adultos, democratizándola, volviéndola gratuita y secularizada. Igualmente, fundó con Eugénie Niboyet el Club de la Emancipación de las Mujeres, que fue constantemente saboteado hasta su clausura, motivada por la misoginia de la clase política. Así mismo, Deroin y otras mujeres tuvieron dificultades para asistir a los llamados banquetes sociales, reuniones que bajo la excusa de celebrar ágapes incluían discursos políticos a modo de brindis. En ellos también participó y “brindó” Deroin.
1849 será una fecha simbólica, pues Deroin presentará su candidatura a las elecciones legislativas del 13 de mayo. Y lo hizo sabiendo que era “ilegal”, pues las mujeres no podían ser ni electoras ni elegibles. Deroin asumía que el derecho al voto y al trabajo eran inseparables, así que no cejó en su reivindicación con esta acción. De todo ello dejó constancia en su periódico. Pronto las críticas llegaron de socialdemócratas, mujeres e incluso de los medios —el artista Honoré Daumier caricaturizó su candidatura, realizando una serie de ilustraciones en Le Charivari atacando directamente a Deroin—. Finalmente se rechazaría inscribirla en la lista de candidatos. Las disputas periodísticas que Deroin mantuvo con Pierre-Joseph Proudhon —responsable por su influencia del retraso en la adquisición de derechos de las mujeres francesas— fue también memorable.
De nuevo, hay que sacar a colación la figura de Flora Tristán, quien en 1843 propuso realizar una pionera Unión Obrera, que incluía la defensa de la igualdad de géneros. Aunque no llegó a materializarse, sí lo hizo la de Deroin, seis años después: dando un paso más, llevó a la práctica un proyecto de Unión Obrera, “germen de los sindicatos y de las cooperativas de trabajo asociado”. Como Tristán, buscó la “emancipación de la clase obrera por ella misma” poniendo “especial atención en la situación de las mujeres y en crear medidas específicas para subvertir la desigualdad que sufrían”. Desgraciadamente, su actividad duró sólo ocho meses, siendo disuelta por las autoridades ante el miedo de patronal y capitalistas a perder sus privilegios. Desde la espera del juicio a los miembros de la asociación hasta que fueron condenados a penas de prisión y éstas tuvieron lugar, Deroin permaneció privada de libertad cerca de un año de su vida. En el tiempo en que estuvo presa continuó sus actividades reivindicativas hasta el punto de establecer, epistolarmente y junto a Pauline Roland, una conexión transoceánica con otros movimientos feministas como el de Inglaterra o Estados Unidos. Nada más ser liberada “retomó sus actividades políticas en defensa de los derechos femeninos”. Solo cinco meses después, Napoleón III dio un golpe de Estado con su consiguiente purga “contra los elementos revolucionarios de la sociedad francesa”. Deroin fue una más de esos miles de proscritos que tuvieron que exiliarse en Inglaterra.
El tercer y último bloque del libro corresponde precisamente a esta etapa, en la que nuestra protagonista continuó activa con sus inquietudes. Prueba de ello es la continuación de un medio que inició en Francia y continuó en su exilio: L‘Almanach des Femmes. Otro de los medios en que colaboró fue L’HOMME, que se distribuía en distintos países difundiendo así los escritos de Deroin internacionalmente. También mantuvo sus actividades políticas, destacando su apoyo al movimiento por la templanza —contra el uso abusivo de alcohol por los hombres, asociado con la violencia de género— o el uso de una ropa más cómoda para las mujeres —incluyendo el pantalón—. A ellas hay que sumar un sorprendente descubrimiento llevado a cabo por Sánchez Calvo: el vegetarianismo de Deroin como posicionamiento en contra de la opresión sufrida por los animales —sumada a sus dos anteriores luchas contra la opresión de género y clase—. Se sitúa así a Deroin como “pionera de lo que se puede llamar un vegetarianismo socialista y feminista”. De igual modo, es reseñable que pidiese ser aceptada en la Logia de los Filadelfianos, no por convicción sino por buscar romper con la exclusión contra las mujeres en el ámbito masón. Siguiendo con su lucha en favor del proletariado, Deroin se unió en su fundación a la Asociación Internacional (1856) y se involucró en la Asociación Internacional de Trabajadores (1864), manteniendo distintas confrontaciones con éstas, dado el rechazo de sus miembros a la emancipación política y social femenina.
Para su subsistencia en Londres, Deroin tuvo que volver a ejercer de profesora para niños franceses —desconocía la lengua inglesa— e incluso de lavandera y posiblemente costurera. Ello no le impidió continuar ayudando a exiliados, como los proscritos de la comuna de París que llegaron a Reino Unido. También, en 1886, se uniría con su hija Cécile a la Liga Socialista de William Morris, el famoso fundador del movimiento Arts and Crafts. Su relación con este grupo, así como con su líder, fue bien fructífera, a pesar de que el machismo imperante incluso en este ambiente le granjeará tantas simpatías como enemistades. Deroin no lo tuvo fácil, pues además de sus carencias económicas había que añadir las tareas de cuidado —en concreto las dedicadas a su hijo Jules —que padecía hidrocefalia—. A la dura vida de esta pionera feminista hay que unir su triste final en 1894 y sepultura, ésta última junto a la de su hija Cécile, hoy en día imposible de identificar —el cementerio donde estaba enterrada fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial en 1940—.
Resulta encomiable el trabajo de la autora de este libro, que a lo largo de cinco años ha llevado a cabo la difícil tarea de sacar a la luz el mayor número de datos posibles en torno a la figura de Jeanne Deroin. Sánchez Calvo busca cubrir el incontable número de lagunas en torno a su figura —propiciadas en gran medida por el desprecio del preponderante ámbito masculino hacia su labor— a través de indicios, conjeturas y probabilidades más que fiables y que darían claro sentido a hechos sucedidos en su tiempo y posteriormente en su entorno o zonas de interés, recalcando una importancia extra a la ya conocida aunque investigada insuficientemente con anterioridad. Como bien dice la autora, es ya hora de acabar con la invisibilidad a la que tantos nombres femeninos de la historia fueron sometidos pues, por fortuna, esos prejuicios sociales contra ellas han desaparecido. Las necesitamos para comprender la mitad de nuestra Historia y de nuestro mundo.
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Autor: Sara Sánchez Calvo. Título: Jeanne Deroin, una voz para las oprimidas: Vida, revolución y exilio. Editorial: Comares. Venta: Todostuslibros
Nada me pone más en estado de alerta y previsible fuga, ante una experiencia como lector o espectador, como el recurrente uso del adjetivo «necesario», endosado al libro o a la película, por parte del autor de la reseña. Me digo, cuando topo con lo de «necesario», que sermón habemus y que muchas gracias, pero paso. Y puede ser injusto, muy injusto, porque a veces el sermón es la reseña de un activista que vive intensísimamente todas esas causas, de las que quiere hacer cómplice al escritor o al cineasta, y no hay tal sermón en la película o el libro, que tienen un interés cierto y específico, mucho más allá de la cualidad «educativa» sobre la que el reseñista hace tanto hincapié. Pese a lo disuasorio del contenido del texto del muy concienciado (¿o será «concientizado» en su jerga? activista Javier Mateo Hidalgo, texto que no puede ser más disuasorio, intuyo que la obra de Jeanne Deroin puede tener su interés. Aunque sea a título de curiosidad literaria.
También se deduce que la autora de este ensayo biográfico ha tendido a rellenar, con sus creencias y vehementes cultos militantes, todas las incógnitas sobre un personaje del que, en el fondo, muy poco puede saberse. Es decir, ha hecho proyección Sara Sánchez Calvo de cómo se percibe ella misma, en cuanto «luchadora» y, mostrando ciertas cualidades de medium, introducirse ella misma en los avatares y razonamientos de la semidesconocida Jeanne. Que, si tuviera acceso al texto, en el más allá, tal vez se mostraría encantada con todos los adornos que le han colgado, cual árbol de Navidad. O no.