Hay películas que se definen por su narrativa, su género, su director o sus actores; otras lo hacen por su estilo, por su manera de contar la historia que nos ofrecen. No suelen ser muy populares, en buena medida porque a veces ocultan un notable vacío dramático, merced a que son la obra de conspicuos fumistas. En otro caso la fascinación por la forma se nos puede antojar puro exhibicionismo. Finalmente, cuando tras la forma hay una historia, unos personajes, una narración que se imbrican armoniosamente, late en esas películas el fulgor de un acabamiento técnico formidable, al alcance de pocos cineastas, un rigor narrativo impecable, que concluyen en una manera poética de convertir en imágenes de ficción todo un universo. Es el caso de los hermanos Tony y Ridley Scott, a menudo tildados de estetas vanos, algo así como émulos de un cine con tics publicitarios. Hugh Hudson, de efímera fama tras Carros de fuego y la desigual pero atractiva Greystoke, es otro componente de esa familia, como lo es Michael Mann —Ladrón y Heat son dos buenas tarjetas de presentación— y en sus inicios Walter Hill —Driver, Calles de fuego— y cuyos orígenes, más venerados y venerables, serían nada menos que Robert Bresson y Jean-Pierre Melville .
El universo de Drive es la noche y Los Ángeles y alrededores. Su elemento narrativo, un impasible, muy duro y profesional Conductor, así sin más nombre o referencia (un excepcional Ryan Gosling, digno heredero de Steve McQueen), de coches, que alterna el trabajo en un taller mecánico que dirige su amigo y mentor, el lisiado Shannon (excelente Bryan Cranston), las escenas de acción como especialista en películas y el ser el chófer de atracadores, a los que da cinco minutos, ni un segundo más, en los que está por completo a su disposición: “Yo no participo, no conozco a nadie, no llevo armas. Yo sólo conduzco”. Este estoico, circunspecto, un tanto taciturno, palillo en la boca, mirada de hielo se ve envuelto en algo imprevisto. En el amor. Por Irene (frágil, herida inconfesa de la vida, maravillosa Carey Mulligan). Que Refn expresa sólo por leves miradas, algún gesto, una furtiva caricia de la mano de Irene en la pierna del Conductor. Un talón de Aquiles, junto con su pequeño hijo Benicio, en la vida peligrosa pero ordenada del Conductor. Cuando el marido de ésta, Standard (Oscar Isaac) sale de la cárcel y unos mafiosos quieren cobrarle la protección que ha recibido dentro, todo se vuelve vertiginoso, enrevesado, sangriento, un itinerario de trampas, juego doble, mafiosos de segunda, pero con actores como Albert Brooks o Ron Perlman. La cosa se pone fea, mucho dinero y ninguna piedad. Aquiles regresa al combate con los troyanos y sabemos que ahora es mortal, pero peor aún para los troyanos.
Drive es épica y poética, noche y amor leal, muerte y sacrificio. Puro cine noir destilado al compás de una música electrónica que lo invade todo y de una fotografía hipnótica cortesía de un tal Newton Thomas Sigel. La carrera de Nicolas Winding Refn no ha despegado, pero con Drive, con la que ganó el Premio a la mejor dirección en Cannes, ya tiene un lugar asegurado en el Olimpo de Lang, Siodmak, Ulmer, Don Siegel, Fuller o Joseph H. Lewis.
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Drive. Producida por Marc Platt, Adam Siegel, Gigi Pritzker, Michel Litvak y John Palermo. Dirigida por Nicolas Winding Refn. Guión de Hossein Amini, adaptando la novela homónima de James Sallis. Fotografía de Newton Thomas Sigel. Montaje de Matthew Newman. Música de Cliff Martinez. Interpretada por Ryan Gosling, Carey Mulligan, Bryan Cranston, Albert Brooks, Ron Perlman, Oscar Isaac, Christina Hendricks. Duración, 100 minutos.
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