El crítico literario es un ser apacible. Vive tranquilamente leyendo los libros que otros han escrito y publicado, y que unos señores llamados libreros venden o tratan de vender a unos señores llamados lectores, a unas señoras. El crítico no paga por el libro, le llega gratis y, si le apetece o se lo mandan, lo lee. Luego escribe lo que le ha parecido. En general, le ha parecido bien.
El crítico literario es un agente del amor. Su cometido es que todos leamos, que el autor sienta que su libro ha salido niquelado, que el editor pueda espigar en su texto de análisis un par de frases comerciales, impactantes. Uno de los libros del año, una novela necesaria, se lee de una sentada, corran a la librería a comprarlo… Y así.
Es raro, por tanto, que al crítico literario se le llame “crítico” y no, pongamos, adulón literario; “zoilo” y no, pongamos, zalamero; o cobista o carantoñero o simplemente celestino o promotor literario, pues un buen crítico promueve mucho más de lo que critica, de lo que disuade.
Su cobertura intelectual suele ser esta: ¿merece la pena hablar de libros malos?, ¿por qué dedicar tiempo a una novela mediocre?, etcétera. Es una pena que los críticos, sabiendo como saben con tanta seguridad cuáles son los libros malos, no lo digan, pues, para el común de los mortales, pareciera que los libros malos no son tan fáciles de detectar. De hecho, existen opiniones encontradas sobre casi cualquier libro, y no hay novedad que se precie que no cuente con alguien que la considere una obra maestra al tiempo que otro la tacha de porquería.
Así, podemos reformular esta aproximación al crítico literario diciendo que el crítico literario es aquel que sabe cuáles son los libros malos, pero no nos lo quiere decir. Prefiere señalar siempre qué libros son los buenos, y darnos ese amor, esa alegría.
Como es lógico en esta tesitura, la crítica literaria no genera problemas, y el crítico vive muy lejos de cualquier polémica. De hecho, ningún crítico crea nunca ninguna polémica. Crea más polémicas literarias un taxista que un crítico, lo cual es verdaderamente admirable. El reseñista opina públicamente una vez a la semana sobre el trabajo de los escritores, que son muy dados a enfadarse por cualquier pequeño afeamiento hecho a sus creaciones o por la racanería de los elogios. Sin embargo, la fascinante habilidad del crítico para encontrar libros de los que sólo puedan decirse cosas buenas está tan depurada que es imposible que alguien se le cabree.
La cordialidad entretejida por las reseñas literarias ha de preservarse, y por eso otro principio inalienable del ejercicio de la crítica literaria es que en ella no pueden entrar los escritores. No es relevante que un escritor sepa algo de escribir, ni que, de hecho, a diferencia del crítico, haya escrito algunos libros, con menor o mayor acierto. El escritor no puede hacer crítica literaria porque resulta sospechoso. El crítico no resulta sospechoso. El escritor sí resulta sospechoso. ¿Sospechoso de qué? Pues parece que de hacerle críticas elogiosas a los amigos y enojosas a los enemigos o rivales. Como es sabido, el crítico no tiene amigos ni enemigos que escriban libros, ni interés alguno en que un sello u otro aparezca apaleado o aplaudido en un periódico. Más que agentes, los críticos son ángeles.
A veces uno lee reseñas negativas, incluso muy negativas. Aunque son escasas, existen, y sería muy torticero por mi parte no dar cuenta de esta anomalía en este pequeño ensayo sobre crítica literaria. Es verdad: en ocasiones un crítico literario pone a parir un libro.
A mí me ha costado veinte años descubrir la verdad de la crítica, y esa verdad sólo se me ha revelado después de leer críticas negativas. Lo mejor de una reseña demoledora es que alumbra una verdad sobre el oficio de reseñar, aunque hay que estar muy atento para percibirla.
Uno ha sido tan tonto, tan cándido, como para pensar que el crítico literario tenía en mente a los lectores cuando hablaba de un libro. Descubrir que esto no es así es todo lo que tengo que decir sobre crítica literaria, al cabo.
¿Para quién escribe un crítico literario?, ¿quién es el destinatario de su reseña? Esta es la pregunta que hemos de hacernos -y, si es posible (y la mayoría de las veces no lo es) contestarnos.
Por ejemplo, una crítica negativa. Alguien podría pensar al leer una reseña muy agresiva escrita por A sobre un libro de B que A quiere decirle a B que su libro es muy malo, es decir, que el crítico está escribiendo para el autor del libro, al que desea dañar, ofender o amargar. Pero ya hemos dicho que el crítico es un agente del amor, y siempre escribe para contentar a alguien.
Si uno ha escrito algún libro y ha leído una reseña negativa de su obra, conocerá la extrañeza que provocan: hablan de ti, pero todo el argumentario resulta como recalentado; los defectos que te señalan parecen expresados en algún tipo de código privado; la pieza en su conjunto suena a epílogo de una conversación, a apéndice de una charla de café.
Esto es así porque, en efecto, la reseña (sea negativa o positiva) es el apéndice de una charla de café. De hecho, toda la crítica literaria en España viene del bar y acaba en el bar, que es el centro intelectual de la literatura. En el bar se dice la verdad y en la reseña se continúa la conversación, aunque no sepamos entre qué interlocutores. ¿Con quién ha hablado en el bar el crítico? Si lo supiéramos, conoceríamos finalmente al destinatario de su crítica.
Por tanto, una reseña literaria es una carta secreta, aunque muchos crean que se trata de un texto de enjuiciamiento destinado a orientar a todos los lectores y curiosos. Por supuesto, hay críticos que escriben para todos los lectores: por eso el número de buenos críticos literarios es tan escaso.
Un buen crítico no es el que más sabe, el que escribe mejor, el que pone a parir más novelas o el que cita con soltura a Walter Benjamin. Un buen crítico es simplemente el que, en lugar de ir al bar a tantear verdades, dice en su reseña su verdad, sin preocuparse de cuántos la secundan o de quién va a molestarse o aplaudirle.
Es decir, el crítico literario ideal viviría en un lugar desapacible, muy solitariamente, cayéndole mal alternativamente a unos y otros. Y, encima, sin bar.
Pero a los españoles nos gusta demasiado el bar.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: