Está claro que los cuentos populares no solo sirven para entretener, sino que también transmiten valiosas enseñanzas de generación en generación, erigiéndose en reflejo fidedigno del carácter de los pueblos que los producen. Pongamos un ejemplo: el miedo al diablo y sus embustes es algo universal, pero, en la Galicia natal de este que reseña, daría pie al conto de lareira, un arquetipo de historias —a veces, patéticas; a veces, estremecedoras; a veces, cargadas de retranca— tan propias de nuestras gentes que escritores como Ánxel Fole (1903-1986), Rafael Dieste (1899-1981) o Vicente Risco (1884-1963), entre otros, perfeccionarían y reflejarían más tarde en relatos que hoy no solo son obras maestras de la literatura, sino también parte irrenunciable de nuestra cultura.
En los dieciséis cuentos cortos que componen el libro encontraremos madres abnegadas, hermanas inmisericordes, padres poseídos, espíritus maliciosos, lobisomes y lobismulleres, niñas amortajadas, juegos de niños ya no tan niños, criadas de acción, abuelas recias, santas compañas, hijos que se van y que vuelven, cosas de ojos huecos que vagan por los caminos y, en general, hambre, frío y miedo —circunstancias las tres que, dicho sea de paso, suelen ir de la mano—, con un gran resultado que a buen seguro contentaría a destacados literatos galaicos como el bueno de don Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) —por su estilo arcaizante, musical y preciosista—, pero también a Wenceslao Fernandez Flórez (1885-1964) —por el tratamiento que este hace de lo sobrenatural tanto en algunos de sus relatos como en El bosque animado (1943), su obra más conocida. Pero los vasos comunicantes de Montejano no terminan en el noroeste de la Península Ibérica, sino que cruzan los Pirineos para encontrarse con los Cuentos crueles (1883) y la visión macabra del «paupérrimo» —en palabras de Jacobo Siruela (1954) en su magnífica Antología universal del relato fantástico (2013)— conde Auguste Villiers de L’Isle-Adam (1838-1889), e incluso saltan el charco para estrecharle la mano a algún que otro relato del icónico escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), léase «La gallina degollada», por la deformadísima caricatura del horror y la brutalidad surgidos en el seno familiar.
Montejano demuestra ser conocedora del folclore y ambiente gallego, pero también tener una voz propia, que —como hiciera en Profanación (2021), su colección anterior— en muchos de los textos de esta antología breve pone al servicio de quienes no han tenido tantas oportunidades de alzar la suya en el transcurso de la historia de la literatura, como las niñas, madres, hermanas o abuelas, ahora devueltas al centro de la ecuación y antes relegadas a meras comparsas, obstáculos o decorado de los protagonistas masculinos.
Además, cada cuento está ilustrado con primor por el celebérrimo artista de grabados Tomás Hijo —conocido por haber trabajado, entre otros, con Guillermo del Toro, Netflix, el programa de televisión Cuarto Milenio o el podcast Aquí hay dragones—, en un delicioso estilo costumbrista que encaja cual guante de seda con el tono lúgubre del libro. El conjunto lo completa un prólogo escrito por Alberto «Láudano» Martínez Carcedo, voz del genial podcast de audiorrelatos Noviembre Nocturno, y un entrañable posfacio a cargo de José R. Montejano, colaborador de esta casa que es Zenda.
En resumen, Tierra de meigas se erige en una encantadora vuelta de tuerca al género breve con denominación de origen gallega y temática popular, que hará las delicias de quienes no pueden dejar de soñar con esa Galicia mágica y ancestral, capaz de engendrar el horror, pero también el asombro perpetuo; para todos ellos, para todos nosotros, Amparo Montejano es una nueva referencia.
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Autora: Amparo Montejano. Título: Tierra de meigas. Editorial: Numak Ediciones. Venta: Todostuslibros.
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