Foto de portada: Noelia Quintero Herencia
La diáspora dominicana en los Estados Unidos se cuantifica en cientos de miles de personas que huyeron, durante décadas, en busca de un sueño, que en ocasiones se tornó en pesadilla y la mayoría de las veces se diluyó en la realidad de trabajos precarios y grandes esfuerzos para salir adelante. Cuando estos hombres y mujeres regresaron a su isla lo hicieron, como la tía de Rita Indiana, cargados de «maletas de plástico» del primer mundo, bolsas llenas de artefactos contaminantes para demostrar el cariño a los seres queridos que quedaron atrás. Rita, que ya demostró su preocupación por los problemas medioambientales en La mucama de Omicunlé (2015), propone en sus conferencias que en lugar de afectos de plástico haya otra forma de regalar cariño “higiénica, sofisticada y sin impacto ambiental”. Rita Indiana es escritora, es cantante y, sobre todo, es la gran agitadora del Caribe. Ahora vuelve a las librerías con Asmodeo (Periférica), un artefacto literario picaresco y metalero, donde la autora de Papi (2011) se pregunta si los demonios, ángeles caídos, pero ángeles al fin y al cabo, también merecen ser redimidos.
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—Asmodeo es el archidemonio. Según el libro bíblico de Tobías y el Talmud hebreo era considerado el responsable del pecado de la lujuria. Un buen protagonista para una novela.
—Esta era una idea que tenía desde hace mucho tiempo. Que surge de mis intereses, que parten de mi formación católica en una escuela con los escolapios: el mundo invisible, ese mundo de la biblia, las imágenes infernales de la Divina Comedia… Todo eso me impresionaba mucho. Ese imaginario siempre me llamó mucho la atención. Y es algo que siempre se quedó ahí. Estoy muy interesada en conocer las razones del mal, las razones de la mezquindad, las razones por las cuales se producen una serie de cosas en el mundo. Además, me encanta la literatura del Siglo de Oro y la picaresca. Me apasiona El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara. Y luego está esa idea de la blasfemia, que manejan muy bien los españoles: coger algo sagrado para reírse de ello.
—La novela se cuenta en siete días. Comenzamos con una cita de Hebreos y terminamos con una biblia abierta. Hermanos que se matan entre sí, un padre que sacrifica a su hijo, sexo grupal en Sodoma y Gomorra… ¿Hay algún libro más gore que este?
—No. Es imposible que lo haya (Risas). El listón lo pusieron tan alto con la biblia que todo lo demás es solo un homenaje.
—También están Icosiel y Azazel, el macho cabrío que se enviaba al desierto con la sangre. Rezamos a Dios, pero el que nos da las buenas historias es el demonio.
—Creo que eso está conectado con la marginalidad de estos seres. Si mal no recuerdo, en mi novela se menciona la palabra Dios una sola vez.
—Pero se nota su presencia.
—Exacto. Está por ahí… En el mundo hay mucha soledad y estos demonios están abandonados, bregando con su propia miseria, con la precariedad. Y pasa lo mismo con los seres humanos a los que poseen, que son muy similares y necesitan redención. Ese es mi otro gran interés. ¿Pueden redimirse los demonios? Si nosotros fuimos redimidos por un salvador, ¿podría Dios en toda su misericordia redimirlos a ellos?
—Ese demonio fue en un momento el Ángel elegido.
—Es que sufre una caída igual que la nuestra. Todos somos seres caídos. La cuestión es saber si los demonios tendrán también un redentor.
—En su libro hay mucho heavy metal clásico. Ese género de música se ha identificado con lo satánico. Cuando leía su novela me acordé de una frase del escritor Antonio Ortuño: «Siempre se ha dicho que el heavy metal es una suerte de subcultura pero para mí es mucho más que eso, representa una forma de vida». ¿Está de acuerdo?
—El heavy metal es una forma de vida, definitivamente yo lo pienso así. Y se trata de una cultura, no de una subcultura, que ha penetrado en otros lugares, en otras músicas, en otra forma de ver el mundo. En esta novela el heavy metal es un género literario. Y esa idea de los siete días, que cada uno fuese un disco de metal, con sus diferentes estilos. El exceso que tienen algunos de los capítulos se debe a eso. En un álbum de Slayer lo das todo en cada canción, y cada una es más grosera y profana que la anterior. Esa era un poco la estrategia, sobre todo en los primeros capítulos.
—¿Se inspiró en la historia de Robert Johnston, el músico de blues que hizo un trato con el diablo?
—La historia de Robert Johnston es el referente más grande que conocemos, pero hay más historias. Muchas son del imaginario dominicano en torno a los demonios, también del pentecostal y de otras religiosidades del Caribe.
—¿Qué importancia tiene lo punk en su prosa?
—Muchísima, muchísima. De hecho, doy un curso de punk. Este semestre inauguramos un taller de canción en el máster de escritura creativa en español. Le damos a la canción valoración como género literario. Hay una sesión que está dedicada solo al punk y es una de las más productivas para los estudiantes, muy liberadora. Lo que digamos ahora tú y yo aquí es una canción. Vete a buscar la guitarra. (Risas).
—¿Y el ser una mujer queer cómo influye?
—Ser queer no es algo mercantilista. Para mí ser queer no es una estrategia. De hecho, hay pocos personajes queer en mis novelas. Yo escribo de hombres heterosexuales, machorrones hijos de la gran puta (Risas). Yo no uso ser queer como un punto de venta en mis textos. Queer es lo que soy y por lo que he sufrido ciertas situaciones. Pero yo tampoco utilizo eso. No voy por ahí con una bandera rainbow.
—¿Hay una apropiación de lo queer?
—Claro que sí, claro que sí la hay. Pero es que el capitalismo lo absorbe todo. Cuando el capitalismo ve un nicho al que le pueda vender usando la identidad, utilizando las experiencias del otro, lo absorbe y crea unos valores mainstream para que le compre esa gente.
—La he escuchado hablar del desastre ecológico en los mares y de la migración. Dos fenómenos asociados a ese capitalismo. ¿Deben posicionarse los escritores? ¿No tienen que hacer nada, solo escribir?
—Cuando escribí La mucama de Omicunlé (2015), que es una novela que trata del tema medioambiental casi en su totalidad, no estaba pensando en cambiar el mundo. Había una urgencia, en mi caso, de entender esa situación y de explicarla desde una narrativa. Eso es lo que yo hago, y me sirve para explicar ciertas cosas sobre el Caribe. Escribo no para cambiarte, sino para explicarte esas cosas. Luego tú puedes coger la información que te dé la gana. Es una especie de ensayo en la ficción. Igual que en Asmodeo. Me pregunté cuál era la forma más divertida de explicar el escenario de clases en la República Dominicana.
—Con la ley seca nació la novela negra, ¿cómo será la literatura que contará el desastre ambiental?
—Ya hay escritores que están empezando a hacer una literatura donde los seres humanos no son los protagonistas, que están pensando en una ficción donde lo son las plantas, la naturaleza, los ríos, la microbiología. Se trata de sacarnos a nosotros de ese primer plano.
—No somos tan importantes.
—Pensemos en novelas donde no haya seres humanos. Y eso está bien para que nos vayamos preparando para nuestra desaparición (Risas).
—¿Tiene miedo a que haya un retroceso en los derechos con la llegada al poder de propuestas populistas en Hispanoamérica y también en Estados Unidos?
—La única vía que tengo es ser vocal. Si me van a poner un micrófono en la boca, no voy a hablar de literatura y de teoría literaria, porque pienso que estamos en una situación de mucha urgencia. Por eso cuando tienes la oportunidad de que te escuchen más de diez personas, debes aprovecharlo. La cosa no está para papas fritas, la cosa está jodona. En las novelas ya es distinto, hay algunas que tienen una vocación política y otras que tienen una vocación más literaria. Asmodeo es una novela con política, pero, sobre todo, es una novela para disfrutar.
—En Asmodeo también hay tragedia griega.
—No hay nada más heavy metal que la tragedia griega. Es como el soundtrack perfecto. Pasa lo mismo que con la biblia. Nos gustan esos efectos espirituales y emocionales en el ser humano.
—En la tragedia griega hay catarsis, que engancha con la idea de redención.
—Claro. Es que nos gusta mucho ver a los demás sufrir y ser castigados.
—¿Cómo engarza el pesimismo creativo en su trabajo literario?
—En nuestros países las personas de escasos recursos tienen una esperanza radical. Ese empuje, esa alegría que hace que nos vean felices con nuestra música del Caribe, aunque estemos viviendo las tragedias más despeñadas. Yo me crie en un país donde la gente todavía tiene espacio para el baile, para el gozo y para la solidaridad en medio de las precariedades más absolutas. Y eso es pesimismo creativo también.
—Hay un lenguaje muy rico en su novela. Mucha oralidad. Pero menos que en las anteriores.
—Esta es mi novela más española, aunque sea una obra muy dominicana. El lenguaje es sumamente poético, y desbordado en ocasiones, pero respeta la gramática más tradicional. De forma voluntaria evité el slang. He jugado a rendirle un homenaje a España, esa madre perversa y problemática que tenemos, pero a la que también amamos.
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