Arquímedes decía “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” y eso fue lo que hizo el filósofo Inmanuel Kant (1724-1804) desde la ciudad de Königsberg, capital de la Prusia Imperial hasta 1945. Su punto de apoyo fue la razón, palanca de cambio que revolucionó el pensamiento moderno y cuya influencia todavía sigue resultando imprescindible para comprendernos. Quizá por eso son interesantes libros como esta biografía intelectual —escrita con motivo del bicentenario de su muerte y reeditada por Akal en el tricentenario del nacimiento del filósofo alemán (1724)—, que permite acercarse al gran pensador de una manera inteligible y diferente. Por eso señala su autor, Manfred Kuehn, ya en el prólogo: “Pero Kant tuvo una vida (…) y pese a que la mayor parte de su vida se resume en su trabajo, queda sin embargo por contar sobre él una historia altamente interesante y quizá incluso excitante” (p.50). Dispuesto a terminar con muchos tópicos que han acompañado la figura del gran filósofo desde su mismo fallecimiento, Kuehn entrelaza el desarrollo de su pensamiento con acontecimientos vitales significativos ayudando de esa manera no sólo a enmarcarlo correctamente, sino también a componer una imagen más colorida, sugestiva y alegre del pensador.
Frente a todos estos prejuicios, Kuehn se muestra convencido del interés de su proyecto sobre todo porque Kant, al igual que otros pensadores como Montaigne o los estoicos, consideraba que la gran obra vital era vivir convenientemente: “que Kant viviese o no su vida ‘convenientemente’ es una cuestión abierta; y eso convierte en fascinante su vida para todo el que piense que la filosofía tiene una importante contribución que aportar al entendimiento de nuestras vidas” (p.52).
Con esos objetivos se embarca en la ingente tarea de investigar todos los documentos, cartas y testimonios referidos al filósofo, a su época, su ciudad y a su mundo. De entre todo ello, va desbrozando diversos aspectos que, desde la infancia de Kant, nos muestran ya la increíble determinación de su carácter y su honesto compromiso con la libertad que luego constituyó la base de su pensamiento moral. Así descubrimos, por ejemplo, cómo la educación que recibió en su familia y su escuela (pietistas) contribuyó a formar su opinión sobre la pedagogía y explican su apoyo posterior en favor del Instituto de Dessau que lideraba Basedow con una educación que todavía hoy en día resulta innovadora en muchos aspectos: “Si el pietismo llegó a influir realmente sobre Kant, la suya fue una influencia negativa. Precisamente en el hecho de conocer tan bien el pietismo pudo estar el motivo de su rechazo casi total del papel del sentimiento en la moralidad (…) La filosofía madura de Kant está caracterizada, al menos en parte, por su empeño en legitimar una moralidad autónoma que esté basada en la libertad de la voluntad; y ese empeño debe ser considerado también como una batalla contra los que quisieran esclavizarnos debilitando nuestra voluntad” (p.97).
También descubrimos un Kant joven que disfrutaba con los juegos de mesa, con la comida, la amistad y que vestía con combinaciones alegres de colores a pesar de que ya en 1744, con tan solo 20 años, era consciente de su capacidad intelectual y mostraba una sorprendente seguridad y confianza, como señala él mismo en el Prefacio a sus Ideas sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas: “Hoy podemos atrevernos ya a no respetar siquiera el prestigio de un Newton o de un Leibniz si eso representa un obstáculo para el descubrimiento de la verdad, y a no obedecer a más argumentos ni convicciones que los del entendimiento mismo (…) Me he trazado ya el camino que pienso seguir. Lo emprenderé y nada ni nadie me impedirán seguir adelante” (cit por Kuehn en p. 143). Disertación escrita, como señala acertadamente Kuehn, no para sus colegas de la universidad de Könisgberg sino para “el público alemán en general” (p.144). Es decir, muy pronto fue consciente el filósofo de que debía mirar más allá de las limitadas paredes de su entorno a pesar de que con ello estaba desafiando y enfrentándose a aquellos que le podían garantizar el puesto de profesor en la universidad que él deseaba. Sin miedo a pesar también de que en 1746 fallece su padre y sobre Kant recae la responsabilidad de mantener a toda su familia. Actitud ejemplar que mantuvo toda su vida y que encontramos más adelante en sus ensayos políticos e históricos en los que, señala Kuehn: “lo que ocupaba ahora la mente de Kant no eran tanto las particularidades de la sociedad prusiana o incluso europea, como el destino de la humanidad en su conjunto. Prusia no era más que un episodio en la narrativa de una historia universal en clave cosmopolita” (p. 403).
Frente al trabajo de otros expertos en Kant, Kuenh considera que, en la Crítica de la Razón Pura, Kant no buscaba una refutación global del escepticismo, sino tan solo a las pretensiones de conocimiento que se establecían en la metafísica, es decir, estaba convencido de que Hume no negaba la verdad de los juicios sintéticos necesarios y que, por tanto, sólo era preciso dar una respuesta limitada a Hume. El verdadero interés de Kant se refería al carácter moral ya que “Kant quería evitar que la moralidad se hiciera demasiado naturalista y demasiado relativista. Y deseaba demostrar que incluso en ausencia del conocimiento de la realidad absoluta, la moralidad tenía exigencias sobre nosotros que la hacían absoluta e incontrovertible” (p. 382). De ahí el desarrollo posterior en la Metafísica de las costumbres que, como explica Kuehn: “Fue lo que al principio le había motivado para comprometerse con el proyecto crítico” (p. 383).
Destaca Kuehn la extraordinaria importancia que tenía para Kant la socialización con sus amigos y lo pone en relación con su pensamiento: “Kant era una figura muy gregaria y social (…). El diálogo era más importante para él de lo que mucha gente quisiera admitir ahora. Su filosofía crítica es expresión de este modo de vivir, y adquiere sentido primero y principalmente en el contexto de esta forma de vida. Lo que Kant demolió o quiso demoler, en su Crítica, eran los monstruos que impedían esa vida” (p. 393). Algo que une al filósofo alemán con Platón y sus diálogos, cuyo sentido no es el de encontrar una verdad, sino el de avanzar juntos a través (en griego dia) de la palabra (logos).
La actitud de Kant (tanto religiosa como política) le fue granjeando poco a poco la enemistad de algunos de sus contemporáneos y, a pesar de su reconocimiento, llegó incluso a tener un enfrentamiento con la censura. La dificultad de comprensión de su obra contribuyó a generar esa imagen de un filósofo oscuro, encerrado en sí mismo y en sus maniáticas costumbres. Para Kuehn “El Kant maduro no era un pensador más feroz que cualquier otro filósofo. Pero irrumpió en la escena como un pensador iconoclasta. Su filosofía crítica era justamente el resultado de una autodisciplina sin contemplaciones, al igual que lo era su carácter moral. Pero también era algo más que eso, pues planteaba, en último término, un arsenal de fascinantes cuestiones” (p.453).
A su entierro no acudieron autoridades, durante días fueron sus propios conciudadanos los que desfilaron ante el ataúd de la figura más famosa y reconocida de su ciudad. Desde Königsberg, Kant iluminó al mundo y nos dio las armas para seguir cuestionando el poder y para desarrollar al máximo nuestra capacidad como ciudadanos libres y autónomos, por eso, 300 años después de su nacimiento, sigue siendo tan revolucionario.
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Autor: Manfred Kuehn. Título: Kant, una biografía. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros.
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