Japón es uno de los destinos más demandados por cualquier viajero en los últimos años. Su curiosa combinación entre la modernidad más futurista y sus ancestrales tradiciones lo convierten en un enigma que todos quieren desvelar, y su literatura, presente ya con cierta normalidad en nuestras librerías, constituye una hechicera puerta de entrada a aquella cultura tan alejada de la nuestra.
Japón es sin duda uno de los lugares del mundo por los que merece la pena pasar muchas horas a bordo de un avión.
Es un destino sorprendente, un país lleno de contrastes que a nadie deja indiferente. Contrastes que, dicho sea de paso, encontramos de igual modo en su literatura, que abarcando casi dos milenios de escritos se abrió a las influencias de Occidente tan solo en 1868, tras el ascenso al poder del emperador Meiji. Así, autores y obras de períodos tan importantes como el Heian (794-1185), el Kamakura-Muromachi (1185-1573) o el Edo (1603-1868) resultan inaccesibles al gran público, aunque puedan leerse en la lengua original, mientras que escritores más o menos contemporáneos como los ganadores del Nobel Yasanuri Kawabata y Kenzaburo Oe, la novelista Miyuki Miyabe o Haruki Murakami, probablemente el más conocido en España, son traducidos al castellano con cierta regularidad.
La historia milenaria de este pequeño gran país está presente de norte a sur y de este a oeste, tanto en las grandes ciudades como en los enclaves más pequeños, y convive en perfecta armonía con la futurista sociedad en la que se mueven sus gentes, amables, educadas y corteses en grado sumo.
Quizá sea este civismo lo que primero llama la atención de quien visita tan fascinante país, además de la limpieza y pulcritud de calles y edificios. Pero serán sus templos budistas, sus santuarios sintoístas, los castillos feudales de Kumamoto, Matsumoto y Himeji, patrimonio de la Humanidad, las estrechas calles del viejo barrio de Gión en Kioto, las espectaculares vistas del mar interior y los puentes de Kurushima que se tienen desde el observatorio de Kiro-san, en la isla de Omishima, los viajes en el famoso tren bala, o los espectaculares rascacielos del barrio de Roppongi, en Tokio, las imágenes que se quedarán grabadas en la retina y el corazón del viajero. Sin olvidar, por supuesto, el impacto emocional que supone acercarse a la Hiroshima en que cayó la bomba atómica a visitar el Parque Memorial de la Paz y su Museo.
“Mis novelas están muy relacionadas con la sociedad urbana actual de Japón. Miyuki Miyabe”
Todo lo señalado en el párrafo anterior forma parte de un imaginario tan rico como variado del que se nutren y se han nutrido las obras de ficción japonesas, del mismo modo que se percibe la influencia de China, referente obligatorio de la cultura nipona. No en vano, los primeros autores utilizaban Kanji (caracteres importados de China) para escribir sus obras, lo cual implicaba una labor de copiado que provocó que fuesen las mujeres, que escribían en Hiragana (escritura japonesa), quienes produjesen la primera literatura. Entre ellas destaca Murasaki Shikibu (978? – 1014?) con su Genji Monogatari (La novela de Genji), que relata intrigas y romances de la corte, y cuya versión moderna fue publicada en 1928 por Junichiro Tanizaki, conocido en España gracias a la iniciativa de la editorial Siruela, que comenzó con su obra La madre del capitán Shigemoto una colección dedicada a este autor.
Kioto, corazón cultural de Japón
Comenzar el recorrido por la antigua y milenaria capital del Japón, Kioto, supone hacerlo desde el corazón mismo de la tradición. Situada a pocos kilómetros de Osaka, esta bellísima ciudad, que continúa siendo el centro cultural de la nación, nos ofrece un sinfín de tesoros en forma de palacios, templos y santuarios. El castillo de Nijo, el templo de Kinkakuji, más conocido como el Pabellón de Oro o el santuario de Heian son los mejores ejemplos de ello. Pero serán dos largos y relajados paseos los que convertirán en inolvidable nuestra estancia aquí: el recorrido por el Paseo del filósofo, romántico y evocador, y el del viejo barrio de Gión, en cuyas estrechas callejuelas podremos toparnos a la caída de la tarde, si la suerte está de nuestro lado, con alguna verdadera geisha camino de una casa de té.
Kioto es el máximo exponente de ese Japón misterioso y tradicional que tan atractivo resulta, y casi en cada rincón se perciben una armonía y una introspección que están presentes de un modo u otro en una gran parte de la producción literaria japonesa anterior a los años sesenta del siglo XX. Autores como Kenzaburo Oe y Abe Kobo contribuyen durante aquellos años a cambiar la percepción que el lector occidental tenía acerca de esa limitación temática, pues sus obras reflejan preocupaciones de carácter general y perfectamente asimilables a las que pueblan la literatura de cualquier otro lugar del mundo.
En la actualidad, las temáticas urbanas, el reflejo de lo cotidiano, el paso de la juventud a la madurez o la sutil línea que separa la vida y la muerte se han abierto un hueco en el imaginario de los autores japoneses, que despojados ya de apego al pasado se atreven incluso con visiones surrealistas de esa sociedad hiperdesarrollada, urbanita y algo deshumanizada cuyo máximo exponente es, sin ninguna duda, Tokio. Kyoichi Katayama y su novela Un grito de amor desde el centro del mundo, una de las más vendidas en la historia de Japón, o las ganadoras del prestigioso premio Akutagawa Hitomi Kanehara y Risa Wataya, cuyas obras son un fiel reflejo de lo que supone ser joven en el Japón actual, son excelentes ejemplos de este cambio de tendencia.
Tokio, metrópoli futurista
A bordo del shinkansen, el conocidísimo tren bala, podríamos llegar a Tokio desde Kioto en pocas horas, atravesando de Sur a Norte la isla de Honshu, y sumergirnos directamente en el bullicio de esta impactante y abrumadora metrópolis. Con ello, el contraste entre la Historia y el futuro hecho presente sería enorme. Habríamos viajado más de mil años sin darnos casi cuenta, observando atónitos desde el tren lo que realmente significa el término superpoblación, pues apenas quedan parajes sin urbanizar a lo largo de todo el recorrido.
Capital de Japón desde que en 1868 el emperador Mutsu-Hito decidiese convertir la enorme ciudad de Edo, que cambió su nombre por el de Tokio, en el nuevo centro político del país, y ciudad que nunca duerme, es en sí misma un universo en expansión, en donde un paseo por el río Sumida puede ofrecernos unas vistas que nada tienen que ver con las que encontraremos en el barrio de Ginza, el más caro del mundo. Pasear por el centro financiero y comercial de la urbe, el barrio de Shinjuku, o visitar la impactante arquitectura concentrada en Roppongi Hills son también experiencias que hay que vivir. En este nuevo y ultramoderno barrio de la ciudad, creado en 2003, se encuentra la Torre de Mori, en cuyos últimos pisos se encuentran el Museo de Arte y un observatorio desde el que las vistas de la ciudad son sencillamente espectaculares.
El templo de Asakusa Kannon, antiguo centro de peregrinación popular, y la bulliciosa calle Nakamise situada junto a él, y en la que podremos comprar todos los productos tradicionales que podamos imaginar, suponen el contrapunto tradicional a tanta modernidad. Sin olvidar que a la vuelta de cualquier esquina, no importa el barrio en que nos hallemos, nos podemos encontrar con alguno de los hermosos y diminutos jardines zen que pueblan la ciudad.
“En la vida, todo es una metáfora. Haruki Murakami”
El gran Haruki Murakami, que cada vez suena con más fuerza como futuro premio Nobel de literatura, dedicó a la ciudad su obra Tokyo Kitanshu (Misterios tokiotas) en 2005, y Banana Yoshimoto, en su novela Kitchen, describe sin piedad la comida rápida de Tokio. El vacío y la soledad están presentes en buena parte de la literatura comercial japonesa (taishu-bungaku), del mismo modo que esta futurista capital se convierte por obra y gracia de la ficción en hogar de monstruos aberrantes en obras de ciencia-ficción.
País de tradiciones
Pero viajar de Kioto a Tokio en tren nos privaría de conocer parajes tan asombrosos como Ogi-machi y sus casas rurales construidas en madera y con los tejados de paja; o de visitar en Kanazawa, situada antaño en pleno Japón feudal, el distrito Nagamachi y sus casas Samurai; o de admirar el Gran Buda Daibutsu, la mayor estatua de Buda en bronce del mundo en el Templo de Todaiji, en Nara.
Y nos privaría también, y eso sería imperdonable, de la posibilidad de dormir en un verdadero templo de monjes budistas en pleno Monte Koya, compartiendo con ellos tatami, comida vegetariana y rezos matinales, así como de la experiencia tan inolvidable que supone alojarse en un Ryokan-Onsen en Hakone y disfrutar de sus aguas termales.
Gastronomía
El arte culinario alcanza en Japón su máxima expresión. La forma de mezclar los ingredientes, los nuevos sabores, olores y sensaciones que nos deparan sus más refinados platos y una bella y exquisita presentación convierten cada jornada en un placer distinto para nuestros paladares. Sushi, Sashimi, Sukiyaki, Tempura y Kaiseki Ryori son los platos tradicionales más conocidos, basados en el pescado, la verdura y la carne de ternera.
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