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La camarera elegante

Ocurrió hace poco más de un mes en un hotel de Pordenone, una pequeña y agradable ciudad del norte de Italia. Estaba cansado. Llevaba trabajando desde las cinco y media de la mañana en la revisión de un capítulo de la novela que tengo entre manos —veintiún folios sobre la mesa, llenos de correcciones y notas—, y además de mancharme como un imbécil los dedos con tinta de la estilográfica, había cometido un error serio: el principal personaje femenino se me escapaba de las manos, y el diálogo que mantenía con otro personaje no encajaba con lo que yo había ido mostrando hasta ese momento. Era otra mujer la que aparecía en esas líneas. Más vulnerable, más convencional. Más vulgar, incluso. Decepcionaría al lector como me decepcionaba a mí.

Sabía que en algún lugar de mi cabeza o del mundo que me rodeaba había una solución. Llevo treinta y cinco años escribiendo novelas y sé cómo ocurre: crees estar en un callejón sin salida, pero tienes el instinto profesional de que, a menos que vayas cuesta abajo en edad y talento y flojeen tus facultades —lo que siempre, tarde o temprano, acaba por ocurrir—, resolverás el problema. Y, bueno. Aquella mañana mi situación era exactamente ésa. Así que, sin perder la calma, a la espera del momento, resolví bajar a desayunar, me puse una chaqueta y fui a la planta de abajo.

El Moderno, que tal es el nombre del hotel, era muy correcto, el desayuno era excelente y casi todas las mesas estaban desocupadas, pero no encontré leche templada —no tomo café desde hace veinte años—. Tampoco había ningún camarero por allí. En ese momento, una señora alta y guapa, de cierta edad, vestida con traje pantalón negro y con el cabello gris recogido en una coleta, cruzó el salón con dos tazas en las manos. Se movía con calma y distinción, y no se trataba de la ropa sino de la forma de comportarse: serena, correcta, impecable. Al principio me pareció una cliente más, pero vi que despejaba una mesa; así que me acerqué y prudente, temiendo equivocarme, le pregunté: «Discúlpeme, señora, ¿trabaja usted aquí?». Me miró sorprendida —tenía los ojos tan grises como el pelo— y respondió, mostrándome las tazas: «No creerá que esto lo hago por gusto».

Obtuve mi leche tibia, acabé el desayuno, y al terminar me puse en pie y abandoné el salón, que ya estaba vacío. En el pasillo, justo al pasar ante la puerta que daba a la cocina, me encontré de nuevo con la señora, que me dirigió la sonrisa convencional que suele dedicarse a los clientes. Entonces me detuve a su lado. «Temo haberla ofendido hace un momento —dije—. Pero es que no me pareció usted una camarera».

Me miró primero con sorpresa y luego me dedicó una sonrisa distinta, menos profesional que la otra. Un gesto que iluminó sus ojos y su boca. Pareció pensarlo un momento y después, acentuando la sonrisa, respondió: «No es un trabajo fácil. Procuro enfrentarme a él lo mejor que puedo». No dijo hacerlo, sino enfrentarme a él –utilizó el verbo affrontare–. Y añadió: «Gracias por fijarse en eso». Mientras le devolvía la sonrisa respondí: «No, en absoluto. Gracias a usted por hacer mi desayuno más elegante».

Eso fue todo. O no completamente todo, pues en los cuatro días que aún permanecí en el hotel nunca faltó leche tibia en la mesa –il vostro latte tièpido, signore–, sin necesidad de pedirla, cada mañana que bajé a desayunar. Pero lo verdaderamente notable fue que el primer día, cuando después del desayuno subí a la habitación y me senté de nuevo al trabajo, la escena de la novela que se me había atravesado de tan mala manera pudo aclararse de pronto, y la mujer que por un momento, a causa de mi torpeza, había dejado de ser la que era para convertirse en otra diferente, convencional y vulgar, que poco tenía que ver con el personaje en el que yo llevaba siete meses trabajando, recobró las palabras y actitudes adecuadas. Y el torpe párrafo de diálogo original desapareció del texto, sustituido por éste: La frase se le apagó en los labios. Su habitual serenidad pareció vacilar bajo las nubes sucias que ya estaban sobre ellos, veteadas de plomo. Un sector del cielo se desgarró igual que un trozo de lienzo oscuro, apareció un espacio de sol, y cuando se cerró de nuevo cayeron gotas aisladas de lluvia, gruesas como monedas… Y por una de tantas extrañas carambolas que depara el oficio de imaginar y contar historias, eso fue posible aquel día gracias a la camarera elegante del hotel de Pordenone.

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Publicado el 24 de mayo de 2024 en XL Semanal.

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Ricarrob
Ricarrob
6 meses hace

La elegancia. Es cierto, sorprende. Siempre ha sorprendido aunque antes, en el Jurásico del cual provengo, era más habitual, aunque siempre escasa. Tema interesante don Arturo. Y no es baladí ya que la elegancia hace más soportable, más estética, nuestra vida. En ese mundo antiguo se criticaba y se señalaba la ordinariez.

Hoy, su carencia es acusada. Y lo es en todos los aspectos de la vida: en el deporte, en la política, en las artes, en todo lo social y… hasta en lo económico.

Para quien, como yo, tenemos una edad, podemos comparar comportamientos de antes y de ahora. Hace 40 `o 50 años, un futbolista metía un gol y su comportamiento era austero e incluso circunspecto. Hoy, la gestualidad excesiva, los aspavientos grotescos e incluso obscenos, campan. Y si contienen una humillación al contrario, mejor. El exceso y la falta de elegancia predominan. Por eso, cuando la excepción aparece, como fue el caso de Federer, es de agradecer.

Y, en la política, ya es el colmo. La total y absoluta falta de elegancia ha invadido todo su ámbito. No son elegantes al hablar, ni al gestualizar, ni al reirse, ni al comportarse… ni al vestir. La falta total de elegancia en la vestimenta es proverbial. No digamos cuando se ponen en campaña electoral y se enfundan en los sempiternos tejanos para parecer jóvenes y bellos, cuando no son ni lo uno ni lo otro. Vestimentas estrafalarias en ellas (es obligado ser original), y casposamente ridículas en ellos, a ser posible marcando paquete. Y ya el colmo es ir al Parlamento, a la sagrada casa del pueblo, en tejanos, como hemos podido y podemos observar…

En cuanto a falta de elegancia, mencionar especialmente el caso concreto del huevales. Imagen internacional que dimos de país opuesto radicalmente a la elegancia. Triste. Ordinariez.

Comportamientos de manada, de grupo de babuinos. Si sociológicamente nos seguimos comportando todos como grupos tribales, en la política se puede observar esto sin el menor esfuerzo. Todo ello opuesto al tema que estamos tratando: la elegancia.

Quizás en Italia se ha salvaguardado más este viejo concepto que no es privativo de clase social ninguna. He conocido gente humilde con una elegancia natural que se traslucia en todo su comportamiento. Y gente de las élites, lo podemos ver continuamente, con una ordinariez proverbial.

Nos hemos convertido en un paìs ordinario. La elegancia ha desaparecido. Y hay que atreverse a decirlo. A estas alturas y, sobre todo a una determinada edad, nada ni nadie escandalizan. No es eso. Se pretende provocar en un país que está harto de provocaciones. Se pretende escandalizar cuando ya nadie se sorprende de nada. Fracaso. Y se lleva a Eurovisión una actuación de ordinariez supina y de total ausencia de elegancia. Fracaso. Eso sí, somos más mooooooodernos que nadie.

Imagen de país: ordinariez. Recuperemos la estética, la clase y la elegancia, por favor.

Diego González
Diego González
6 meses hace
Responder a  Ricarrob

Muy buen comentario, cuarenta y un años tengo y me siento muy identificado, cada vez tengo menos ganas de sobrellevar la ordinariez imperante hoy en día.

Koncha
Koncha
6 meses hace
Responder a  Ricarrob

Me encantó leerlo…igual o más que al escritor. Sencillo y fabuloso,al.mismo tiempo. Un saludo,desde la tierra Nazarí

Ethan Edwards
Ethan Edwards
5 meses hace
Responder a  Ricarrob

Totalmente de acuerdo con Ud., pero todo lo que dice es muy fácil de resumir : educación, que es todo lo contrario a ser un impresentable

Josefina
Josefina
6 meses hace

Me gustó. Y mucho. Me trasladó de lo trivial a lo fascinante que fué ese momento, de prestar atención
La caballerosidad distinguida, p de hotel. Y la cosecha diaria del caballero durante su estadía, de un servicio de gratitud silenciosa, de parte de ella. Un homenaje a su actitud.
Un maestro de las letras…pues lo imaginé como una película.

Francesco
Francesco
6 meses hace

Me encanta cuando usted escribe de Italia, lo hace con cariño y elegancia, un cariño que como todo italiano no llego a tenerle a mi Pais. Lo que pero a llamado mi atencion es El «Voi» eh vez de «lei» (il vostro, en vez que il suo) que la camarera utilizo… alomejor le a caido usted muy bien.
Un saludo y gracias

Basurillas
Basurillas
6 meses hace

La verdad es que la elegancia nunca sobra y siempre se agradece. Hasta en el postrer acto de morir cabe la elegancia, así sin molestar y sin aspavientos ni tragedias.
Hay personas que tienen una elegancia innata, lejos de quien la aprende -la copia mas bien- mediante cursos, academias o de becario de algún personaje famosete, repartiendo lisonjas y sonrisas con trajes de Armani. Las personas que lo son desde que nacen la muestran indistintamente entre el lujo o la pobreza o, como la señora del relato de don Arturo, luciendo su menesteroso trabajo con orgullo, con clase, con prestancia y con esmerada educación. Yo recuerdo a una pescadora, en la lonja de un pueblo de Huelva, que exponía al público su género, (chocos, acedías, cazón etc) y su presencia con la elegancia de Petronio y conducía las pujas de los lotes con la fruicción, ampulosidad y el donaire de un experimentado subastero en Sotheby’s.
Cuando te encuentras con esa elegancia personal es fácil caer en el enamoramiento, en la atracción gustosa ante alguien, y deseas mantener a esa persona como pareja, amante o amiga. Sabes que te hará conocer a gentes, situaciones y experiencias novedosas e interesantes. En definitiva te hará experimentar la alegría de la vida através de formas, modales, culturas y, en especial, por sus miradas. Quien ha visto la mirada de la elegancia no la olvida jamás.

Ricarrob
Ricarrob
6 meses hace
Responder a  Basurillas

Las sonrisas, en sí mismas no son elegantes, a veces, la mayoría de las veces, todo lo contrario. Tenemos políticos, la mayoría de ellos, que se rìen en un funeral. Ante una desgracia internacional o nacional ellos y ellas se ríen. Siempre se ríen. Recuerdo la cara seria y circunspecta de las apariciones de Adolfo Suárez en televisión ante hechos trágicos y noticias negativas, con ojeras y dando la impresión de no haber dormido. Hoy, se ríen, siempre se ríen… se ríen de nosotros, de todos nosotros. Sonrisa profiden de subnornales profundos.

Elegancia. Brilla por su ausencia. Reirse es poco elegante.

Un abrazo, sr. B.

Julia
Julia
6 meses hace

Sr Pérez Reverte, la camarera no tenía buen carácter.
En grandes almacenes, en cuanto no me atiende alguien, pregunto a cualquier mujer si trabaja allí y hasta ahora siempre me han contestado de buenas maneras.
No veo su torpeza por ninguna parte, tal vez tenía buen mal día o no estaba contenta con su trabajo.

Lo que sí me sorprendió fue que no toma café y la leche debe ser blanca y tibia.
Para desayunar, tomo leche desnatada con café descafeinado, y la mezcla debe tener un color caramelo. Solo así puedo tomarla, aunque lo que más me gusta son los bollos y cosas dulces que acompañan a un buen desayuno.
Aborrezco la leche desde mi infancia, y el café huele muy bien pero igual que el vino, me sienta mal.

Me gusta conocer las costumbres de la gente y sus gustos culinarios, algunos son muy curiosos. En otros tiempos siempre procuraba agradar a mis invitados.
Mi familia nuclear se componía de cinco personas y un día, se me ocurrió preguntar qué deseaban, como consecuencia tuve que preparar cinco comidas distintas. Nadie había coincidido, fue un solo día, pero no volví a preguntar.

Qué le dijo ‘alguien’ a la mujer del libro para dejarla sin habla? Intrigante párrafo, cómo le gusta el suspense, eh?

Celso
Celso
6 meses hace

La ELEGANCIA, menuda palabra que en nuestro querido país apenas se practica. Da igual la edad y/o la condición social o económica. Hay gente, que sólo con mirarla es elegante, que mucha gente confunde con la belleza.

Ricarrob
Ricarrob
6 meses hace
Responder a  Celso

Mil perdones por dar mi opinión. Lo siento. Decirle solamente que la belleza, del tipo que sea, siempre es elegante.

Liliana
Liliana
6 meses hace

La belleza de las cosas simples. Qué lindo relato (como todos los suyos!!!) Un placer vivir esa mañana! Gracias

sepolvora
sepolvora
6 meses hace

Don Arturo me recuerda al prestidigitador que, después de engañar a la audiencia de chiquillos, les explica como se hace el truco y, al final, les vuelve a engañar mostrando la moneda donde nunca había estado. O sea, que no solo escribe bien, sino que nos muestra como se hace y después nos deja ver que detrás del truco lo que había era oficio y sudor. Un verdadero cabrón, si me permite el anglicismo usado como elogio superlativo.

Francisco Brun
6 meses hace

Si me lo permiten, me tomo el atrevimiento de contar un cuento de mi autoría, que tiene que ver con una mujer y un hombre que se cruzan en la vida…muchas son las cosas que pueden ocurrir.

EL TESORO EN LA PLAYA

Ser soltero tiene sus ventajas y desventajas; del mismo modo que la edad; no es lo mismo tener treinta años que sesenta y cinco, Adrián tenía sesenta y cinco, era soltero, jamás quiso formar una pareja y no pensaba hacerlo ni ahora ni nunca.
Le gustaba caminar por la playa al atardecer, tanto en invierno como en verano; cuando lo hacía se sentía pleno, reconfortado, sus pensamientos giraban en torno a su pasar que no era malo, tampoco prodigioso, pero podía darse ciertos gustos que lo gratificaban plenamente. Su relación con su familia era distante, tanto en tiempo como en espacio, tenía un hermano menor que vivía en Inglaterra con el que con suerte se saludaban para navidad y un tío curiosamente solterón como él que sufría de ataques de pánico, esto era suficiente motivo para no ir a visitarlo jamás.
Esa tarde de otoño el mar estaba color gris como las nubes y soplaba un viento del sur que anticipaba el invierno. Su vista después de la operación había quedado excelente, tal es así que divisó a una persona muy lejos sobre la playa desierta; cuando se fue acercando pudo garantizar que era una mujer, estaba sentada en una silla de playa cubriendo su cuerpo con una manta color claro, y tenía una gorra con visera que protegía del viento su pelo negro atado formando una pequeña colita detrás que asomaba por su gorra. Indefectiblemente la desconocida estaba ubicada en su camino, tenía dos opciones pasar entre ella y el mar, al que contemplaba con detenimiento, o por detrás; decidió la primera opción, esto lo colocaba en la disyuntiva de saludar o pasar indiferente, cuando estuvo a unos pocos metros comprobó que la señora desconocida lo miró, por lo cual no perdía nada con saludarla; pero cuando sus miradas se cruzaron, algo imprevisto le pasó a Adrián; en toda su vida de solterón empedernido jamás había visto unos ojos tan bellos, resaltados por una sonrisa deslumbrante…y eso que todavía no había visto su cuerpo, la señora lo sorprendió poniéndose de pie, dejando la manta sobre la silla y le preguntó con un tono de voz muy cordial.
—Perdone señor, sabría decirme si este viento frío continuará por mucho tiempo. —la señora después de preguntarle esto cubrió sus hombros nuevamente con su manta.
Adrián en esos pocos instantes constató que la señora no era joven, pero podía llegar a afirmar que era solo unos pocos años menor que él.
La respuesta de Adrián no fue muy precisa, porque sin quererlo dio toda una disertación que comenzaba con la formación de los cumulonimbus, pasando por aspectos climáticos como la baja presión, las precipitaciones y las tormentas, concluyendo con un poco cordial.
—Buenas tardes.
Y continuar sin más con su caminata.
La señora solo tuvo la oportunidad de agradecer la información a un hombre mínimamente tosco.
Como suele ocurrir con los hombres desprevenidos que creen tener toda su soltería bajo control, para Adrián ese encuentro casual con una mujer desconocida cambió su vida a partir de esos primeros pasos dando la espalda a una posible relación. En esos primeros momentos solo pensó que sus discurso climático había sido excesivo sin ninguna necesidad, hubiera bastado con decir, “el invierno se aproxima”, o, “es normal para la época el viento”, y nada más, no era necesario la perorata. Estos pensamientos lo acompañaron todo el camino de regreso, a tal punto que pensó que no estaba demás pedir una disculpa y resolver el asunto con una frase más inteligente, o graciosa como ser: “habrá que prepararse para el invierno”, o, “aquí el clima nos toma desprevenido”, o quizás, “son muy pocas las personas que le agrada el mar en invierno”…aunque esta última frase no la consideró graciosa, más bien tonta, y dicha señora podía interpretarlo como de mal gusto, porque cada quien disfruta de su vida como quiere, pero todas estas conjeturas fueron en vano porque cuando pasó por el lugar de aquel encuentro, la mujer que desató en su mente una tormenta de ideas, ya no estaba.
Cuando Adrián comenzó a preparar su cena escuchando las noticias en la radio con el televisor encendido en voz baja como siempre lo hacía. Se dio cuenta que no podía dejar de pensar en ese fortuito encuentro; continuaba tejiendo posibles respuestas; en un momento dado se dio cuenta que esa mujer desconocida aunque no quisiera reconocerlo, lo había perturbado y no podía sacarla de su cabeza, justamente él, cuya vida estaba perfectamente planificada disfrutando de su soltería.
A la mañana siguiente cuando se miró en el espejo, se vio desprolijo; para empezar su barba entrecana de cuatro días lo hacía más viejo y su pelo era un desastre; este último detalle jamás le importó porque su gorra de pescador lo cubría, pero si por algún motivo tenía que quitárselo pondría al descubierto su cabello, al cual ni siquiera peinaba. Su ropa era otra situación conflictiva, jamás planchaba; había incorporado en sus costumbres la teoría que un hombre soltero justamente podía disfrutar siendo, vistiendo, y manteniendo una completa desprolijidad; esta creencia consolidó en su aspecto y en su casa una situación más que caótica, se podría denominar catastrófica.
Sus relaciones con el sexo opuesto jamás prosperaron, en los últimos cinco años tuvo la posibilidad de compartir su vida con tres mujeres, con la primera llamada Laura solo quince dias, la relación se apagó porque ella dormía hasta el mediodía y a él le gustaba disfrutar de las mañanas, esto provocaba un descalabro de horarios y la hora del almuerzo de él se mezclaba con el desayuno de ella. La segunda candidata Nora, no sabía cocinar ni un huevo frito, y le recriminaba cuando la comida que preparaba él no era de su agrado, todo duró una conflictiva semana. Por último Gloria, cubría todas sus expectativas, hasta coincidían en gustos como ciertas películas, libros, música, e incluso el ajedrez, pero este último ítem fue la causa de la ruptura del vínculo; ella le ganaba todos los partidos en forma contundente logrando el jaque mate en no más de quince movimientos…el fue el que pateó el tablero…literal.
Recordando por algún motivo sus viejas relaciones, llegó a la conclusión que él no era una persona simple de llevar, por ese motivo lo mejor era continuar soltero, no pensar más en ese casual encuentro y olvidar el asunto; para reafirmar esto con su mano derecha se despeinó con ganas y en total libertad como a él le gustaba.
Esa tarde cuando salió a caminar por la playa, tuvo que reconocer que tenía ganas de encontrarse nuevamente con esa señora, mientras caminaba practicó algunos posibles comentarios como: “buenas tardes, a pesar que sigue el mal tiempo”, o “que tal, ¿disfrutando del mar?”, esta última oración le pareció muy adecuada porque distingue esa actitud de estar pensando frente al mar, algo que él practicaba siempre. Pero cuando miró a lo lejos la playa estaba desolada, entonces se dijo, que mejor así, qué motivo tenía para entablar una charla con alguien que era una total desconocida que quizás tenía una familia, hijos, esposos, o un carácter insoportable …no obstante aún no podía entender como un simple cambio de palabras le había afectado de tal forma que no le permitía dejar de recordarla.
Cuando estuvo en el preciso lugar del encuentro del día anterior, allí se detuvo un momento y nadie había, el sol comenzaba a caer coloreando de rojo intenso unas nubes y el tronco del árbol seco que indicaba la marca de la mitad de su caminata; cuando se quitó la gorra una ráfaga de viento movió su pelo, con su mano trató de acomodarlo, después de mirar a su alrededor, el mar con su sonido le recordaba esa voz, pero no había nadie allí, con cierta decepción se colocó nuevamente su pescadora y continuó con su solitaria caminata.
Su marca de llegada era un casco de barco oxidado que quedó allí semienterrado en la arena después de algún naufragio; pero esa tarde no tenía ganas de regresar y siguió caminando un poco más. Cuando dio la vuelta para regresar, se sobresaltó gratamente, allí estaba de nuevo esa desconocida; como el sol empezaba a irse, apuro el paso.
—Hola, ¿qué tal el mar?. —Eso fue lo que le salió decir cuando estuvo a un par de pasos de la mujer, la cual, al verlo se le iluminó la cara con un sonrisa, y el sol se reflejó en esos ojos que Adrián no podía olvidar.
—El mar, siempre el mar, es mi tema preferido, sabe usted, cuando era chica venía aquí con mi padre y nos quedábamos hasta poder ver el cielo estrellado. —le respondió la señora, poniéndose de pie— pero eso fue hace mucho tiempo.
—A mi me gusta caminar por la playa, a veces me parece que lo he hecho toda mi vida, es decir hace miles de años. —la señora se rió y se presentó extendiendo su mano.
—Me llamo Alma.
—Adrián, mucho gusto —dijo él quitándose respetuosamente su ridículo gorro sin darse cuenta.
—Bueno, encantada, ya somos dos a los que nos gusta el mar, entre los millones de personas por todo el mundo —ambos rieron.
—Bueno, ehh…—Adrián trató de decir algo más para poder seguir la conversación, pero no se le ocurría que decir y se daba cuenta que su interlocutora lo miraba como para poder cerrar esa charla de algún modo amable.
—Bien, ya me voy, es tarde y refrescó mucho. —,dijo la señora plegando su silla.
—Si, por las noches refresca, —Adrián se sentía como un tonto por no poder decir al menos algo simpático, pero de pronto se animó y dijo:
—Le gustaría caminar mañana conmigo. —Después de decir esto, Adrián imaginó que estaba forzando una relación y la señora lo tomaría a mal, y seguramente pondría una excusa cualquiera para no volver jamás.
—Si, me gustaría, encontrémonos aquí mañana a las cinco, ¿le parece bien? —Adrián no podía creer que esa mujer había confirmado una cita con él.
—Excelente señora Alma, a las cinco entonces —dijo él sin saber que ponía la cara de un chico al que le regalan un chocolate; su actitud hizo sonreír a la señora que le respondió.
—Tutiemonos Adrián, somos dos personas grandes para tanto formalismo, nos vemos mañana.
Desde ese momento hasta que llegó a su casa Adrián quedó flotando sobre una nube pensando en cada una de las palabras dichas por esa mujer con la que formalizó una cita. Su imaginación lo llevó a pensar cómo sería convivir con esa señora; evidentemente se adelantaba a posibilidades remotas, pero su mente continuaba realizando conjeturas que en un punto se derrumbaban porque no sabía nada sobre esa mujer.
Cuando caminaba hacia la costa, pensaba en que debería tratar de no demostrar tanto interés y comportarse como el hombre mayor que era, en busca de una ocasional charla informal para disfrutar de ese atardecer. Cuando llegó al lugar detrás del médano apareció la señora puntual.
Cuando se acercó le dijo con su cara jovial:
—Hace mucho que me esperas.
—En este instante acabo de llegar, que puntual eres —le dijo estirando su mano para saludarla, pero ella se adelantó y le dio un beso en la mejilla; que para Adrián fue como si lo hubiera acariciado un ángel sintiendo su perfume embriagador.
—Me llama la atención que nunca te he visto por aquí —le dijo él cuando empezaron a caminar.
—Lo que ocurre es que yo trabajo en Madrid, soy bioquímica y he aprovechado mis vacaciones para venir a este lugar, mi familia tenía una casa cerca de aquí y es el lugar donde he sido muy feliz, pero mi padre se enfermó y después al año de morir, mi madre lo acompañó, siempre pensamos con mi hermana que fue de tristeza, se amaban muchísimo; nosotras éramos jóvenes yo recién recibida sin trabajo, y mi hermana trabajaba en un hotel, por lo cual tuvimos que vender la casa, ella consiguió un mejor empleo con su novio en Córdoba y yo conseguí un trabajo en España que aún conservo, no hay mucho más, ¿y vos?.
—Yo estoy en la depresiva situación de ser un jubilado argentino, esto implica la célebre frase “billetera mata galán”, por lo cual vivo solo y esto debo reconocer me ha convertido en un ermitaño, con muchas posibilidades de convertirme en cura u obispo, practicando un celibato intachable. —ella se rió con ganas al escucharlo.
—Yo estoy separada hace ya cinco años, pero debo decir que a mi edad, la cual nunca te la diré, me siento sola a pesar de tener mucha gente amiga, pero el día es muy largo si no se comparte con nadie.
—Mi problema es que cuando he compartido mi vida con alguna mujer, siento en un determinado momento que me falta el aire y no puedo resolverlo, esto hace que continúe soltero, pero me temo que estoy necesitando alguien con quien charlar, mi espejo cuando me afeito me responde siempre lo mismo que yo ya sé.
—A mi me ocurre algo parecido, en Madrid una mañana me mire al espejo y vi a una vieja, el problema se agravó cuando esa vieja era yo, —ambos rieron—- entonces decidí venir al lugar que siempre fui feliz, a encontrar respuestas.
—¿Te respondió algo el mar?, porque a mi jamás me dio una respuesta; o tal vez me dice siempre lo mismo y yo soy un tonto que no lo entiendo.
—Mi padre me decía que todas las respuestas estaban mirando al mar; cuando supo que se iba a morir, vinimos los cuatros aquí; nos abrazamos y esperamos que anocheciera, entonces nos dijo, que junto a nosotros había pasado los días más felices de su vida, y que nos lo agradecía. Después, continuamos viniendo con mi madre y mi hermana y realizábamos el mismo ritual…creo que él estaba junto a nosotras.
—Muchas veces pienso que la muerte, que es irremediable, nos permite entender lo maravilloso de la vida, y que la vejez nos va preparando para la despedida, la cual suele ser una etapa muchas veces difícil, y me enfrento a una disyuntiva, por un lado nada se puede hacer, solo envejecer y otra veces pienso que son muchas las cosas que podemos hacer cuando envejecemos.
—¿Qué podemos hacer? —le dijo ella mirándolo muy seria.
—Hacer el amor es una opción —le dijo él mirándola a los ojos. —¿Por qué será que los hombres siempre resuelven los problemas en la cama?, —dijo ella riéndose.
—Porque los hombres somos seres simples, más cerca de ser animales que personas, en cambio ustedes las mujeres, debo reconocer, poseen una inteligencia superior que les permite observar el cielo estrellado y ver un universo, en cambio nosotros sólo vemos estrellas inalcanzables.
—Nunca escuché algo así de boca de un hombre.
—Gracias por el cumplido pero yo no soy ninguna excepción, —cuando él dijo esto estaban a pocos pasos del barco oxidado—, aquí está mi marca de llegada, el pobre continúa oxidándose como yo, frente al mar.
—Mi padre decía cuando pasábamos por aquí, que era un barco pirata, y que en algún lugar tendría que estar enterrado el tesoro, que seguramente cuando fuéramos grandes lo encontraríamos.
—¿Encontraste al tesoro?. —le preguntó él, mirándola.
—-Creía que lo había encontrado cuando me casé con el hombre equivocado, por lo cual aún sigo buscando ese tesoro, que tal vez no sea un hombre, y solo sea una respuesta a mi vida, más reconfortante.
—Así es, quizás la vida sea una eterna búsqueda de algo o alguien, pero cuando envejecemos la decepción nos abruma.
—Comparto tu punto de vista; te lo dice una mujer que no suele ponerse de acuerdo con nadie, ni con nada. Soy de las que busca la prenda de vestir perfecta y jamás la encuentra. —ambos sonrieron– Regresamos.
—Si. —dijo él con ganas de seguir caminando.
El regreso lo hicieron en silencio, a pesar de que sus pensamientos tal vez eran similares; pero a cierta edad a nadie le gusta quedar en ridículo.
Cuando llegaron al lugar de partida, ambos dijeron a la vez:
—Si quieres.. —los dos rieron, y entonces ella se adelantó y dijo.
—Si quieres vamos a mi casa.

Ricarrob
Ricarrob
6 meses hace
Responder a  Francisco Brun

Hay cierta elegancia en su relato que conmueve, sr. Brun.

Daniel
Daniel
6 meses hace
Responder a  Francisco Brun

La nada misma el relato.

Francisco Brun
6 meses hace
Responder a  Daniel

Tiene idea usted que es la nada Daniel…no lo creo; se lo voy a explicar:
La nada, es por ejemplo cuando un joven, sólo encuentra una solución a su vida en la droga, o en entretenerse masturbándose con su novia por un celular, o no asumir algún sacrificio para estudiar y ocupar un lugar útil en la sociedad, justamente en la sociedad de la nada a la que usted se refiere.
La nada son aquellos que ni siquiera se atreven a formar una familia y tener descendencia, porque prefieren jugar a la play. La nada querido Daniel, es aquel que detrás de un nombre anónimo emite una opinión como mínimo maleducada, solo con la intención de agraviar.
El mundo está lleno de pobres “nada”, querido amigo.
A mi me dan lástima…no sé a usted.

Basurillas
Basurillas
6 meses hace
Responder a  Daniel

En un Aleph cabe el todo y la nada al mismo tiempo. Y es muy fácil confundir ambas realidades… De usted depende soñar con uno u otra. Un saludo.

Basurillas
Basurillas
6 meses hace
Responder a  Francisco Brun

Enhorabuena señor Brun, un relato muy vital al principio de la existencia compartida y armoniosa de dos personajes, ya entrados en edad, encontrados a si mismos y al otro.
Y también un relato maravilloso que, aunque usted no se haya dado cuenta, ha abierto un portal y ha ocasionado una colisión-coincidencia cósmica entre su relato y el de don Arturo. Cuando usted ha escrito en su relato la frase «… , y mi hermana trabajaba en un hotel, …» ha conjurado las entropías, las causalidades, los polvos de mágicas estrellas y los recovecos de las junturas universales para hacer compatibles ambos relatos al mismo tiempo. Ha cerrado usted el tránsito entre uno y otro…con elegancia, la elegancia de hacer las cosas sin querer, sin forzar, con arte y gracia. Elegancia natural y mágica, la verdadera. La gracia y la elegancia de un Aleph en el que caben muchos mundos al mismo tiempo.
Y a mi se me ha otorgado el don de descubrirlo y presenciarlo. Gracias.

Francisco Brun
6 meses hace
Responder a  Basurillas

Quizás estimado amigo, todos estemos unidos por un hilo invisible, que conforma una red de acontecimientos, discrepancias, sutilezas, encuentros y desencuentros.
Tal vez de una forma o de otra todos estamos frente al mar, esperando descubrir algo trascendental, sin comprender que lo maravilloso y trascendental es la vida misma.

Cordial saludo estimado amigo.

Antonio Pérez Valero
Antonio Pérez Valero
6 meses hace

Antonio Pérez Valero

PEPE JESÚS
PEPE JESÚS
6 meses hace

Soy un lector habitual de las novelas de Arturo, aunque no coincido con él en algunos aspectos sobre la vida, cosa que él seguro respetaría en el hipotético caso de poder intercambiar opiniones, de la misma forma que haría yo con las suyas.
En todo caso, no puedo evitar comentar algo que me ha llamado la atención en este relato.
En un momento dado, le dice a la señora en cuestión que no le ha parecido una camarera.
Sin pretender dar lecciones de nada, sí debo decir que una camarera (o camarero) puede interpretar esas palabras como un menosprecio a las personas que desempeñan esa profesión.
Me consta que hay profesionales de la hostelería que se comportan con más clase , educación, y respeto que otras con títulos o profesiones más ostentosas.
Como demuestra precisamente la camarera del relato.
Arturo, si por casualidad leyeras esto, espero que no lo tomes a mal.
Seguro que sería genial oírte o leerte la respuesta a mi osadía.
Yo seguiré leyendo tus novelas y tus artículos.
Saludos

Mirta Vazquez
Mirta Vazquez
6 meses hace

Lo que cuenta Perez Reverte consiste en esa mezcla del azar que se cruza con el deseo inconsciente y permite destrabar un problema. Lo mismo puede ocurrir con un sueño. En psicoanálisis correrse del punto de conflicto y buscar una salida breve hacia otra cosa despeja el camino. No es huir del problema, es hacer un alto que permita retomar la cuestión para encontrar una solución con menos presiones. Y así aparece.

Osvaldo
Osvaldo
6 meses hace

Le pido que me disculpe el atrevimiento, pero la palabra por la que quiero llamarlo hoy es Maestro. Lamento no haberlo conocido personalmente, pero usted no sabe todo lo que me ha enseñado. Le envío un saludo cordial desde Argentina.

Philippe
Philippe
6 meses hace

Perdon por mi castillan este hombre es un senor , un crac

José Prats Sariol
José Prats Sariol
6 meses hace

¿Se siente usted un dandi? ¿Con i y a la inglesa con y, es un catrín?

Sabrina Analia Cabrera
Sabrina Analia Cabrera
6 meses hace

«EL OFICIO DE
IMAGINAR Y CONTAR
HISTORIAS»
PÉREZ-REVERTE

Sabrina Analia Cabrera
Sabrina Analia Cabrera
6 meses hace

LA ELEGANCIA EN
LA SUCESIÓN DE
ACONTECIMIENTOS.
LA BELLEZA EN EL
«MIRAR HACIA ATRÁS»
PARA DESCUBRIR QUE
TODO TENÍA UN
«PARA QUÉ».
LA ESPIRITUALIDAD
ESCONDIDA Y
FUNDANTE EN TODO.
LA POESÍA EN TU
HISTORIA
PROTAGONIZADA.
EL CANSANCIO QUE
VALIÓ LA PENA.
RESPIRAR TU
LIBERTAD.
MI 30/7/’2O Y LAS
FECHAS QUE
VINIERON LUEGO
TUVIERON SU
ESPACIO: ALSINA 798
ENTRE MITRE & ROCA.
BURZACO. PROVINCIA DE
BUENOS AIRES.
ARGENTINA.

Lucía
6 meses hace

Qu1e ermoso lo que cuenta Arturo, me ha encantado la historia tan genial

Antonio
Antonio
6 meses hace

En la gente se puede encontrar muchas maneras de ser y estar, se puede ver personas que un día vivieron una situación, y otro día están enfrentándose con lo mejor que tienen de sí mismos a otras circunstancias. Encontrar personas especiales o que por un momento nos transmitan algo parecido es maravilloso, pero también es excepcional. El ser humano no es tampoco complejo como a veces creemos.
Tenga usted un feliz domingo.
Caballero Arturo Pérez Reverte.

Pedro
Pedro
6 meses hace

Si no oyes no hablas

Julieta Camejo
Julieta Camejo
6 meses hace

!Cómo me encanta este hombre! Siempre escribiendo algo interesante ❤