Ilustración de Marc Torices para el libro Cortázar
Cada vez me alegro más de haber leído intensamente a Julio Cortázar cuando tenía que leerlo, es decir, a la edad juvenil en que tenía que descubrir la fuerza de sus cuentos, que eran como una “cachetada metafísica”, en expresión de Luis Harss en Los nuestros (Sudamericana, 1964 / Alfaguara, 2012), un libro de entrevistas a autores que más tarde se conocerían como el boom latinoamericano: Borges, M. Á. Asturias, Guimarães Rosa, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa.
“Hay que leer a Cortázar” fue un lema de Juan Cruz en los años 90, siendo editor de Alfaguara, cuando se lanzó a la afortunada y estimulante tarea de crear la Biblioteca del autor de Rayuela, una campaña que se ayudaba de un subtítulo que todos le robamos alguna vez: “Queremos tanto a Julio”.
En 1994 organicé uno de Los Encuentros Literarios que llamé “¡Viva la literatura viva! (otro título ocurrencia de Juan Cruz), que duraron tres días y que cerré con un homenaje a Cortázar con el socorrido lema “Queremos tanto…”. Allí estaban José Mª Guelbenzu y Andrés Amorós, y también actores que leyeron sus cuentos y un grupo de jazz que puso el broche musical para los adictos a la literatura del cronopio por excelencia. Estos encuentros están recogidos en un libro que recomiendo buscar para ver qué cosas se hacían con voluntad, generosidad y el mínimo gasto posible, al que asistieron, además, Caballero Bonald, Ángel González, Fernando G. Delgado, Luis García Montero, Javier García Sánchez, Almudena Grandes, Juan Madrid, Mariano Arias y Rosa Regás.
Aurora Bernárdez, a la que escribí una carta pidiéndole que asistiera para hablar de la persona más importante de su vida, respondió cariñosamente:
“Estimados amigos, les agradezco muchísimo la invitación a Los Encuentros de Oviedo que me hubieran permitido saludar a tantos amigos de Cortázar a quienes no conozco. Lamentablemente no me será posible estar con ustedes: este es para mí un año atiborrado de actividades y no soy capaz de dar satisfacción a todas. De todos modos, quiero transmitir a todos los participantes en ¡Viva la literatura viva!, mi adhesión y mi agradecimiento.
Los saluda con amistad, Aurora Bernárdez”.
De Julio Cortázar escribí con fruición (en Zenda el 9 de junio y el 11 de agosto, ambos de 2016) y lo leí con absoluta pasión, sintiendo una inmensa alegría cuando se anunciaba la salida de una nueva entrega. Al saber que iba a publicarse este libro sobre él sentí algo parecido. Una joya que firman Jesús Marchamalo a los mandos de la historia, y Marc Torices recreándola con sus espléndidos dibujos. Una vez más, el editor de Nórdica, Diego Moreno, pone en nuestras manos un libro que es mucho más que un libro: “fruto de la colaboración entre un periodista y escritor y un ilustrador”, dice, es un “homenaje en forma de novela gráfica biográfica al genial escritor. Estamos seguros de que Julio Cortázar estaría encantado con este impresionante libro”.
Sin duda que lo estaría porque Cortázar fue igual de grande en su literatura que en su calidad humana.
Julio Cortázar murió el 12 de febrero de 1984 y al año siguiente Mario Muchnik publicó en El País un artículo que tituló “Cronopios contra el cáncer”. En él, junto a un grupo de amigos, querían promover la construcción de un hospital para el tratamiento del cáncer en Nicaragua y se pedía una aportación económica, y para conseguirlo se daba un número de cuenta. Doblé el periódico y me encaminé al BBV para efectuar el ingreso de…, imposible recordar la cantidad, me imagino que modesta pero sin duda llena de contenido solidario tras la muerte por leucemia de mi autor favorito y de leer Nicaragua tan violentamente dulce (1983).
El Cortázar de Marchamalo y Torices es una hazaña que solo se consigue cuando se juntan esa voluntad de la que hablaba antes, más profesionalidad y amor a un escritor que nos ha ayudado a ver la vida de otra forma. Hacia el año 1980 me recuerdo dando vueltas alrededor de un parque hablando y hablando durante horas con mi amigo Helios Pandiella, un pintor, dibujante, ilustrador, diseñador y lector magnífico, y el tema de conversación era casi siempre Cortázar. Sobre todo los cuentos de Cortázar, contándolos, recreándolos, explicándolos, viviéndolos…, entrando en su universo y sintiendo que una tela de araña te envolvía para no dejarte escapar. Ese es el recuerdo de mis lecturas desaforadas. Y eso es lo que consigue un escritor como él; alguien que es Fulgurante:
“Cortázar da clases de literatura francesa a dos alumnas, que, semanas más tarde, se habían convertido en cinco y que lo recordaron siempre como un joven cortés, brillante, infinitamente alto y con un adjetivo favorito: Fulgurante” (página 91)
Cortázar es un libro que hay que leer, que hay que mirar y admirar y que hay que guardar como un tesoro para volver a él de vez en cuando. De nuevo hay un Julio Cortázar en los escaparates de las librerías. Hay que volver a leer a Cortázar porque es la única manera de no dejarlo marcharse del todo.
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Autores: Jesús Marchamalo y Marc Torices. Título: Cortázar. Editorial: Nórdica. Edición: Papel
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