Este caso acontece hacia 1893 y nos descubre una faceta que desconocíamos en el carácter de Holmes. Veamos, tenía la costumbre de estar todos los días unos minutos curioseando «su» calle desde la ventana de la sala de estar y tomaba buena nota de pequeños e intrascendentes detalles. Se conocía la vida y milagros de casi todos los vecinos que habitaban en las casas de enfrente. «Fíjese usted Watson, cada inquilino tiene unos hábitos fijos de vida, como si un ser superior le diera cuerda en una bocallave situada a su espalda, acérquese un momento, por favor, y comprobaremos juntos mi teoría. Le anticipo que durante tres días ha estado paseando por la acera John Clay». (Peligroso delincuente que figura en cuarto lugar en la lista negra de Holmes).
Watson se aproximó a la ventana dispuesto a seguirle la corriente, conocía muy bien sus manías y era mejor hacerle caso. «Qué quiere que haga ahora, Holmes» —le preguntó. «Señáleme al azar una ventana del otro lado de la calle y tratemos de comprobar mi teoría». «Bueno, ¿pues dígame qué ocurre en aquella casa que el mirador está lleno de geranios?». Holmes sacó de su chaleco un elegante reloj de oro y comprobó la hora diciendo: «Hasta hace tres días, a esta misma hora, llegaba un carruaje oficial a recoger al inquilino y a una preciosa niña, de unos tres años, de pelo rubio y rizado, tan rizado que se le formaban naturales y oscilantes tirabuzones. «Detálleme ahora lo que observa». «Pues veo a un sujeto de mediana edad que da nerviosos paseos a lo largo de la habitación, de un lado para otro». «¿Y qué conclusiones saca usted de este cambio de proceder?». «Pues que algo se ha removido en sus vidas?». «Se lo voy a poner más fácil dándole una pequeña pista —continuó Holmes—, el sujeto que usted dice es el coronel Carruthers, alto funcionario del Gobierno que se ocupa de los casos de corrupción y chantaje de estado, y en este momento tiene entre manos el sucio asunto de los documentos Ferrers. Creo que está a punto de visitarnos y pedirnos ayuda porque se encuentra desesperado».
«Niña desaparecida —observó Watson—, documentos Ferrer, John Clay paseando por la calle y posible padre preocupado, este asunto me huele a grave extorsión». «Amigo mío, sigue siendo usted la piedra en la que afilo mi ingenio. Ahora lea, por favor, los anuncios clasificados del Times de hoy, vea éste: «Cambio bonita muñeca rubia de colección por carpeta que contiene papeles extraviada en Baker Street, ¿qué le parece?». «Pues que ha dado usted en el clavo, Holmes». «La pista me la dio John Clay —dijo el detective— que lleva tres días merodeando por la calle muy cerca del portal».
En ese momento la señora Hudson entró en la sala de estar y nos dijo que un vecino de nuestra calle, el Coronel Carruthers, quería hablar con el señor Holmes sobre un asunto de la máxima gravedad.
Al momento, se introdujo en la sala de estar un hombre apuesto, alto y delgado, con pelo entrecano y voz profunda: «Señor Holmes soy el Coronel Carruthers y tengo que exponerle un caso de la mayor gravedad, además no deseo que intervenga la Policía porque mis superiores podrían interpretarlo como un grave descuido por mi parte, ya que tengo bajo mi custodia asuntos de suma importancia para el Gobierno. Mi única esperanza se apoya en usted». «Cuando tengo un momento libre —intervino Holmes— suelo atisbar por la ventana y creo saber de qué se trata su asunto. Además, en los anuncios clasificados del Times viene hoy uno muy interesante, tenga el periódico y échele un vistazo». Carruthers palideció mortalmente al leerlo y luego miró suplicante al detective diciéndole: «Es usted mi única tabla de salvación».
«Señor Carruthers, desde primeras horas de la mañana de hoy tengo una tropa de pilluelos al mando de Wiggins, el jefe de mis irregulares, rastreando todo Londres. Dentro de muy poco tendremos noticias». Transcurrieron tres horas de angustiosa espera y luego a través de la puerta se escuchó la voz de una niña que llamaba desconsoladamente a su padre. El coronel Carruthers se puso en pie muy nervioso y Holmes lo detuvo con un gesto de la mano. Transcurrieron otros diez minutos interminables y de improviso apareció en la sala de estar una guapa niña, muy bien peinada y arreglada, que cogía con cariño la mano de la señora Hudson. No parece necesario añadir que se arrojó en brazos de su padre reprimiendo las lágrimas.
«Monedy, te presento a los señores Holmes y Watson que te acaban de sacar de un mal sueño, agradéceselo». La niña, muy obediente, los besó por turno y al final se quedó en los brazos de Holmes jugando con la cadena de su reloj, parecía ser una chica lista al elegir.
En la aventura de Wisteria Lodge aparece otro coronel Carruthers que nada tiene que ver con el protagonista de esta aventura.
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