La obra de Emilia Lanzas (Corcoya, Sevilla, 1959) Anatomía del desastre es una muestra espléndida de lo que podría denominarse «literatura del malestar». Le corresponderían también los calificativos de «crítica» o de «protesta», incluso «social», cada una de ellas con un matiz, en algún caso reduccionista o con adherencias inconvenientes. El malestar quizás podría definir este libro que se sumaría a otros en los que la voz narrativa no sólo denuncia su exterioridad, las circunstancias de la sociedad en el momento histórico actual, sino que, ante ello, manifiesta una profunda insatisfacción, un gran descontento, desaliento, dolor… acaso un paso previo a la angustia. Hoy son varios autores de libros de cuentos los que pueden identificarse sin dificultad en esta posición. Para dejarlo patente, vale la lectura de la pieza que da nombre al conjunto, donde se hace una enumeración no sólo de los desastres con los que vivimos, sino que aventura desgracias aún por venir: «Alrededor de 795 millones de personas en el mundo no tendrán suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa Las pandemias se sucederán cada cinco años Más de 50 millones de estadounidenses serán pobres La gran isla de basura del océano Pacífico tiene una extensión de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados que van desde Hawái hasta California con más de 1,8 billones de plásticos». Una enumeración de cuatro páginas anonadantes que terminan diciendo como una coda explicable: «cada año se quitan la vida cerca de 1.800.000 personas en el mundo».
Dice el filósofo moral Adaslair MacIntyre: «sólo puedo contestar a la pregunta ¿qué voy a hacer? si puedo contestar a la pregunta previa ¿de qué historia o historias me encuentro formando parte? Entramos en la sociedad humana con uno o más papeles-personajes asignados, y tenemos que aprender en qué consisten para poder entender las respuestas que los demás nos dan y cómo construir las nuestras». (Tras la virtud, capítulo 15). Emilia Lanzas muestra en sus relatos la lucidez de comprender, en efecto, en qué historia se halla inmersa. Una sociedad capitalista que posee ya rasgos de la totalitaria por el sacrificio de las vidas de las personas en pos del crecimiento económico: «El censo anual, la producción, el comercio… Y esa rayita quebrada que sube año tras año. Seremos parte de ese ascenso pronto, muy pronto […] Sí, contribuimos a la bella sinuosidad de la rayita a costa de nuestra vida. Hay que joderse». Una sociedad que ha degenerado en la mediocridad moral: «Hablan las bocas, todas quieren alabanzas. Fingimos, involucionamos y morimos, amarillentos, coagulados. Bajo la nieve, escurrimos el bulto». «De pronto, le parece que las calles están adquiriendo una imagen de escenario medieval. Tullidos, gente sin dignidad. Una epidemia de gestos doloridos […] Todos ellos recrean otra realidad pactada. Una comicidad de espanto». En este mundo inmisericorde, nadie puede sentirse a salvo. Es la historia de una hormiga que se cree alguien hasta que «una suela con clavos de metal, llegada del vacío, aplasta sobre ella su enorme desolación de cuero».
El filósofo llama nuestra atención para que reflexionemos acerca de qué papeles, qué identidades se nos han asignado. Y, como si le respondiera, Emilia Lanzas dirige su mirada desoladora sobre la violencia en el seno de la familia: en particular, la ausencia o indiferencia de los maridos: «hay un asador cerca, dice el alfeñique. Mientras su mujer se muere, él piensa en comer»; la crueldad contra los niños: «La niña es de pergamino, de hiel, es cosa, nunca volverá a ser tan cosa» y, en particular, las actitudes de las propias madres, cuya influencia puede ser terrible, como el suicidio de Silvia Plath visto desde la desolación de uno de sus hijos: «aquella espalda desolada que podría haberse vuelto». De igual manera, impugna las relaciones afectivas envenenadas por el egoísmo y la falta de respuesta que no producen sino decepción: «ningún amor merece el esfuerzo que puedas hacer por él» entre seres que «succionan la vida como si fuera un microorganismo», «personas huecas dispuestas a todo». Ejemplos del sinsentido de una trama de relaciones asfixiantes y dolorosas tachadas de imbecilidad.
¿Qué ocurre entonces cuando la historia global en que uno se halla y los papales que la sociedad establece para vivir la propia vida son profundamente insatisfactorios y no queremos reconocernos en ellos? Sucede que esa experiencia conduce a una oposición: el yo frente a los otros. Los textos de Lanzas una y otra vez nos muestran esta dicotomía radical, insalvable. Quienes rehúsan asumir las narraciones que han sido prefiguradas para constituirlos se abocan a la soledad. El yo no encuentra dónde ser acogido. No hay diálogo, no hay recibimiento ni calor posibles. Tampoco parece poseer un recurso que le permita alzarse con facilidad frente a esa otredad hostil. En el microtexto titulado «Autobiografía autorizada» se enuncia, simplemente: «Pertenezco al club de las personas vulnerables». ¿Cómo actuará una persona que puede ser herida ante las clasificaciones indeseables que pretenden imponerle? Lanzas invoca la rebeldía, negarse al ordenamiento, hacer lo contrario de lo que esperan de uno: «La señora Cantamañanas o la mujer Claqué decidió un día abandonar su trabajo —después de veinte años en el oficio— hastiada de publicitar a excelsos escritores y de acudir a eventos literarios»; «Hay que terminar con la mujer-babosa. Con la añorante, con la vergonzante, con la castrada»; también cultivar el propio genio aunque coseche incomprensión y censuras, precariedad. Emilia Lanzas reclama un lugar para el deseo imposible: para el refugio en un mundo propio: «Cuando mi familia tampoco pudo pagar la casa […] nos instalamos cerca del río, junto al vecino del quinto que fue el primero en germinar» o en su evocador relato sobre unos tapires que habitan un piso: «Creo que buscan algo de espesura entre tanto orden.» Encontraremos en esta clase de relatos un recurso casi de época, como he dicho antes, compartido con otros autores que no pueden sino tender a realidades que aceptan cierto irracionalismo o imaginación donde una vida digna sería realizable: en «Mi hogar está en Prypat», leemos «Prypat era un sitio que parecía enmarcado, con cachorros, olmos amarillos y estrellas rojas.// No había devastación, ni tréboles radiactivos, ni tontos con gorra cámara en mano, ni máscaras derretidas, ni cuatro mil muertos». Si se quiere una existencia verdadera, en definitiva, resultará inevitable la ruptura con esa exterioridad y la afirmación de sí misma. Dice el texto «Conclusión vital»: «Llega un momento en el que no necesitas la bendición de nada, ni de nadie: ese es el comienzo».
Los textos de Emilia Lanzas se mueven entre el relato con predominio del cariz simbólico, el aforismo, la poesía y la reflexión. Son narraciones alternativas a las que dictan el sistema, el poder, la cultura, la ideología hegemónica, la costumbre, nuestras inercias y prejuicios. El marco constituyente de nuestras vidas que genera malestar y desesperanza ha de ser rebatido también en el terreno de la literatura. Se nos ofrecen como modelos los grandes alquimistas que, a la contra de los que comercian con las letras, pudieron transfigurar su experiencia: «Kafka, por ejemplo, gris, escondido en la calle del Oro. Escribiendo, solitario como un presagio.// Y Emily Dickinson con su vestido blanco, aislada en Amherst, atemporal como la Cota de Malla de la Angustia.// Y Rilke…». Lanzas nos muestra que la narrativa breve es capaz de esa altura y ese poder de lucidez y resistencia: «—El cuento es el género más similar a la poesía. Pocos elementos, pero muy eficaces, muy expresivos. Se puede crear un planeta con un cuento. —O un satélite —apuntillo sin saber por qué. —No, un satélite no —me replica sonriendo, sin más explicación».
El cuento es un planeta donde se convoca un atisbo de trascendencia, un rescate, una salida que haga frente a la resignación. No puedo más que admirar y recomendar el encuentro con la belleza de estas páginas, la tersura en el uso del lenguaje, su capacidad de evocación, sus imágenes surrealistas puntualmente poderosas, su comedimiento emocional, su sinceridad, su valentía. «En cuanto amaneció, me mudé a mi nueva vivienda. Un habitáculo hexagonal con el suelo repleto de diminutos arabescos de cedro. Olía a tierra. De entre los tejos cercanos brotaban risas.»
—————————————
Autora: Emilia Lanzas. Título: Anatomía del desastre. Editorial: Coleman. Venta: Todos tus libros.
He leido los cuentos, excelentes, y coincido con la visión que Javier Sáez de Ibarra expone en esta valoración.