La última novela de Alberto Torres Blandina parte de una idea tan sencilla como extraordinaria: contar la historia de la Humanidad desde la Guerra Fría hasta el presente a través del recuerdo de personas dispersas por todo el planeta. El resultado, una delicia.
En este making of, Alberto Torres Blandina cuenta el origen de Tierra (Candaya).
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Soy ante todo lector. Lo de escribir es circunstancial. Nunca escribo un libro que no deseo con fuerza leer. Primero surge una necesidad en mi yo lector. Después aparece el yo escritor intentando satisfacer su capricho.
Como la mayoría de los proyectos, no apareció de repente. Sabía que quería hablar del mundo global atravesado por lo local. Y del mundo local atravesado por lo global. Del lost in translation y las diferentes miradas que se cruzan. Sabía que quería construir un fresco con anécdotas de personas de todo el mundo, algo del estilo del documental Human. En un principio iba a llamarlo VIDA y mi primer impulso fue construir la novela siguiendo las fases vitales: nacimiento, infancia, pubertad, adolescencia…
Para ello me puse en contacto con gente de todo el mundo (a través de amigos, de mi agente, hice un llamamiento en redes sociales…) y pedí que me contaran historias de su nacimiento: anécdotas, situación de sus padres, el por qué de su nombre, etc. La gente fue animándose y enviándome audios. Audios con acentos variadísimos que aún conservo. Yo iba seleccionando las mejores para este primer capítulo. Mi propósito era mostrar que los detalles locales pueden ser diferentes pero lo fundamental no cambia de una cultura a otra.
Cuando pedí historias de la infancia, mi percepción del libro cambió de pronto. Descubrí que había empezado a escribir, sin ser consciente, una novela mucho más grande y ambiciosa. Me explico: Salah Abdullah me envió un audio relatándome su huida de Kuwait cuando Sadam Huseín atacó el país. Él era un niño y su padre se perdió con el coche por el desierto, por lo que tuvieron que ser ayudados por un beduino. Una hora después me llegaba el audio de la israelí Iris contándome cuando Sadam Huseín bombardeó Tel Aviv durante esa misma guerra, buscando (sin éxito) que los países musulmanes se pusiesen de su lado.
¡Ambos me estaban narrando la misma guerra desde dos lugares totalmente diferentes! En ese momento algo hizo clic dentro de mí y supe que mi libro no era un fresco transcultural sobre la vida en la Tierra, sino una novela histórica relatada por gente común. Una novela de la intrahistoria, como la denominaría Unamuno.
La Historia siempre ha sido relatada por el poder pero esta vez sería relatada por la gente anónima: una italiana cinéfila que confunde la noticia del 11S con una película de acción y se ríe de su amigo por su pésimo gusto; un saudí que padece una crisis de ansiedad en el tren abarrotado que le lleva a La Meca; un joven que no pudo estudiar la carrera que le gustaba porque el sistema soviético decidió que debía estudiar otra; un pícaro argelino que decide pasearse con su descapotable por Marsella (tras robar gasolina a los médicos del Hospital) durante los disturbios de mayo del 68; o un senegalés incapaz de olvidar a la madre de su primer hijo, alejada de él por pertenecer a otra etnia.
Anécdotas vitales que muestran la diversidad del mundo. Historias mínimas que cuentan tanto los grandes acontecimientos históricos como los más pequeños: esas cartas que los amantes se envían en los primeros capítulos se convierten en Tinder en los últimos.
Recuerdo con mucho cariño el proceso de recolección y selección de historias. Unas veces mediante audios, otras con videollamadas, alguna vez en una cafetería. La gente se iba abriendo y contándome la vida de sus abuelos, de sus padres, de sí mismos. Porque era importante para mí seguir durante décadas a las mismas personas —o al menos a las mismas familias— para que el libro tuviese solidez y coherencia.
Mi relación con los “protagonistas” de este libro fue desigual pero a todos los recuerdo con cariño y con algunos de ellos he creado una buena amistad a pesar de no habernos visto nunca. El dato triste: dos personas murieron durante la escritura del libro: la argentina Etelvina, cuya interesante vida rebelde me fue relatada por su nieta durante un viaje de Blablacar (cualquier lugar era bueno para escuchar historias); y Bray, la buceadora filipina de voz suave y calmada a la que el cáncer se llevó cuando habíamos empezado a hablar.
Fueron varios años de intensas entrevistas. Mi calendario de videollamadas era una locura: 11h Cabo Verde / 15h Groenlandia / 20h Irak. Los “relatores” hablaban y yo iba tomando notas con una letra horrible que en ocasiones me costaba descifrar. Al día siguiente releía lo escrito y decidía sobre qué quería hablar exactamente. Entonces les pedía información detallada sobre historias concretas para construir el relato.
Algunos, como la irakí Rafal, tuvieron una gran paciencia conmigo y me mandaron decenas de audios. En este caso para que entendiese perfectamente cómo funcionaban las tribus en Oriente Medio. Muchos otros, como Antonio Liu Yang o Ihab se preocuparon por que entendiese la mirada china o musulmana. De la misma forma que el ruandés Elie me dio una lección de historia colonial cuando me explicó que la división entre los tutsis y los hutus fue un invento de los belgas. Un invento que acabó en tragedia.
Tenía decidido que el comienzo del libro sería la creación del muro de Berlín con el que se inicia la Guerra Fría. Me costó bastante pero al final encontré la emotiva historia de Gertrud y me pareció el inicio perfecto. El final no lo elegí yo: la pandemia de Covid-19 actuó como final abrupto y natural.
60 años. 500 momentos. 100 países. 700 páginas.
La Historia de aquellos que no salen en las revistas ni en las noticias ni en los libros de texto. La Historia, en realidad, de la mayoría de nosotros.
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Autor: Alberto Torres Blandina. Título: Tierra. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros.
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