Decía el grandísimo Meat Loaf en una de sus canciones que los objetos vistos por el retrovisor parecen verse mucho más cerca de lo que en realidad están. Los seres humanos nos definimos por nuestras experiencias, las decisiones tomadas, nuestra educación, por los sentimientos vividos. Por nuestro pasado, en resumen. Pero ese pasado vive en la memoria y ésta es traicionera y mentirosa. Aunque, a veces, el presente sea abrumador y desesperanzado, refugiarse en el pasado en busca de tiempos que creemos fueron felices casi nunca es buena idea.
Y es sorprendente porque habla de una pandemia letal sin recrearse en ella, introduce elementos de ciencia ficción como mera excusa para contar otras historias, y usa a los animales como reflejos de nosotros mismos. Buscar en ella una historia apocalíptica de acción y supervivencia puede desengañar a los lectores que quieran aventuras y sangre. Pero al terminar la última página se descubre que se ha leído algo mucho más profundo e intenso de lo que hablaba la sinopsis de la contraportada.
El libro narra las peripecias de Neffie, una bióloga marina que se presenta voluntaria en las pruebas de una vacuna experimental para una epidemia que está extendiéndose por el planeta. Durante su encierro consentido en un hospital de Londres junto a cuatro cobayas humanos más, el virus muta y, entre el caos, son abandonados y aislados del mundo exterior. Lo único que les queda es la vaga esperanza de que vengan a rescatarles y el artilugio de uno de los compañeros de Neffie que les ayuda a revisitar su pasado de una forma tremendamente vívida.
Tras un inicio angustioso, la autora va introduciendo al lector en otro mundo, el de la pequeña comunidad de aislados. Aunque temen al virus, también desconfían los unos de los otros y, por encima de todo, tienen miedo al resto de humanos, infectados o no, que puedan llegar a su refugio. Los humanos son más peligrosos que el virus. Somos la enfermedad del planeta.
La autora juega con los espejos: la amnesia que genera el virus frente a la necesidad de Neffie de recordar los momentos más felices (o no) de su historia con la máquina de su compañero. El objetivo es huir de la realidad, pero enfrentarse al pasado también es revivir todo aquello que se ha pérdido: la pérdida de la inocencia, de la infancia, de los seres queridos, de las experiencias que no se pueden volver a vivir como la vez primera. Es entonces cuando el lector se da cuenta de que no está ante una novela distópica más sobre la pandemia, sino ante capas y más capas de metáforas y analogías. La autora, no contenta con todo ello, introduce una trama accesoria, la relación entre Neffie y H, un pulpo del acuario donde trabajaba, que induce al lector a plantearse preguntas sobre la fragilidad de la libertad. La lucha moral entre los deseos del individuo y las necesidades de una comunidad (en este caso la humanidad entera) se presenta como otro de los ejes principales de la obra.
Fuller hace sonar una banda sonora en sus páginas que casa a la perfección con el argumento, una canción de Nina Simone (I wish I knew how it would feel to be free, es decir, ojalá supiera qué se siente al ser libre), acompañando a una prosa directa y limpia, y, por ello, descarnada e inquietante.
En resumen, una muy buena novela, muy lejos de los fuegos artificiales de una película de aventuras, pero con múltiples lecturas. La principal: olvidar el pasado es perder la identidad, pero vivir en él es negarse el futuro.
Los espejos del pasado nunca devuelven el reflejo que desearíamos ver. O aún peor: a veces lo hacen. Meat Loaf tenía razón.
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Autora: Claire Fuller. Título: La memoria de los animales. Traductora: Eva Cosculluela. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros.
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