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Naufragios cotidianos

Como una sinfonía incisiva y contundente, José Ángel González Sainz nos ofrece su última obra, Por así decirlo (Anagrama, 2024).  Esta se emparenta en algunos rasgos, aunque de estructura y tono narrativo muy diferente, con la inclasificable La vida pequeña: el arte de la fuga (Anagrama, 2021). Ambas obras, además de ser afines por su elegancia estilística, comparten la necesidad de radiografiar un mundo convulso, ruidoso y neurótico. Un cruce significativo lo detectamos en la siguiente frase de su libro de 2021 con varias ediciones en su haber: “Todo es a veces su contrario; la felicidad tuerce en el momento menos pensado hacia la desdicha”.

Estamos ante un autor plenamente consciente de la arquitectura narrativa que construye con un dominio erudito del lenguaje, sin caer en petulancia ni ostentaciones. En su humildad despliega una prosa virtuosa que puede ser leída en distintos niveles. Existirá un lector que se interesará por los sucesos de cada relato que, con los atributos del buen cuento, son hábilmente sostenidos con tensión narrativa durante páginas que no distraen un ápice la atención del lector y con la facultad de la sorpresa hacia el final. Existirá asimismo un lector que se dejará llevar por el simple gozo de la combinación musical de las palabras en su lugar preciso. Y existirá el lector que buscará significados más hondos de acontecimientos cotidianos como entendimiento de la condición humana.

"Son cuatro relatos que al autor le gusta llamar divertimentos o piezas. Piezas que dan la sensación de un paralelepípedo, aunque su forma estricta es la de un artilugio en forma de caja"

Tal es el calibre de la literatura de José Ángel González Sainz quien, con una obra sólida y de envergadura, se hizo acreedor del Premio Herralde en 1995. Mencionamos este reconocimiento solo porque en la presentación en La Central de la calle Mallorca el 21 de mayo, situó a Por así decirlo, dos décadas más tarde, como una consecución de un registro de la novela premiada: “El desafío era continuar con la línea de Un mundo exasperado, más disparatado y a la vez hacer un pequeño homenaje a Kafka en los cien años de su muerte”.

En medio de situaciones dramáticas el autor soriano sabe deslizar inteligentes detalles humorísticos. Ya con su título, Por así decirlo, desvela un sutil sentido del humor desperdigado en páginas que hacen sinergia con lo que allí se cuenta. Son cuatro relatos que al autor le gusta llamar divertimentos o piezas. Piezas que dan la sensación de un paralelepípedo, aunque su forma estricta es la de un artilugio en forma de caja.

"Un funcionario, llamado compromisario, es el encargado de cantar los números de los dados, siempre de manera caprichosa, a su antojo, porque, en realidad, descubrimos, los dados están en blanco"

Es así como la primera parte consta de dos relatos que son los más largos con los títulos más breves y la segunda parte, al contrario, comprende dos relatos más breves con los títulos más largos. Los primeros relatos son más colectivos o sociales, por llamarlos de una manera dado el escenario de las tramas —un concierto al aire libre en una ciudad y un sitio público para echar los dados—; y los dos últimos más personales o existenciales —la intimidad de tres mujeres y un hombre a bordo de un tren o la de una pareja obsesionada con mirar los peces de su pequeño acuario y que sufre una metamorfosis—.

En efecto, algo de kafkiano —o cortazariano— tienen estos relatos marcados por lo absurdo y que no se sitúan en ningún lugar específico. Solo sabemos que es España y que los personajes tienen nombres concretos del país. Se podría decir que la pieza que más hace tributo a Kafka es la segunda, “Echar los dados”, en los que predomina lo absurdo y un afilado retrato espejo de la burocracia de un país signado por bandos siempre opuestos. Carlos Fernández Zafra se dispone a jugar a los dados el día que le corresponde según el empadronamiento. Desde una vertiginosa escena al principio Fernández Zafra es abducido por un vecino que lo gira dentro de su coche en los sótanos de su edificio hasta la interminable cola que tiene que hacer para entrar al recinto. Más alegórico a la arbitrariedad del mundo de hoy imposible: un funcionario, llamado compromisario, es el encargado de cantar los números de los dados, siempre de manera caprichosa, a su antojo, porque, en realidad, descubrimos, los dados están en blanco.

"Las emociones que subyacen en los relatos cohesionan el retrato de una época: la arbitrariedad, la pugna de intereses, los insultos, la falta de consideración con las demás personas, nunca reconocer la razón al otro"

Un tema conecta ese relato con el primero, “El acontecimiento”, y es el sentido del uso de las palabras para fabricar realidades —algo característico de regímenes autoritarios o personalistas con sus lavados de cerebro y actualizaciones ideológicas—: “Antes de cada catástrofe hay una catástrofe lingüística”, aseveró en La Central. Así, en la medida en que nos aproximamos con las palabras a las cosas pues en esa misma medida las cosas se apartan porque se convierten en cosas del lenguaje.

Aunque se enfatiza en las dos primeras piezas, el libro termina convirtiéndose en cuatro fogonazos semióticos: el simbolismo de mirar al mundo de la misma manera como el comprenderlo a través de las palabras. Palabras que en algunos relatos con su repetición crean un ritmo poético, Muele, molinillo, muele, que pueden evocar la sabiduría de un padre: “Los temores tienen patas largas”, el magín, los meandros mentales,  los barruntadores de nublados o las mujeres filipinas, indonesias o chinas.

"En Por así decirlo hay ojos en las cuatro piezas que se traducen, simbólicamente, en la importancia de mirar al mundo con atención para comprenderlo"

Las emociones que subyacen en los relatos cohesionan el retrato de una época: la arbitrariedad, la pugna de intereses, los insultos, la falta de consideración con las demás personas, nunca reconocer la razón al otro. En “El acontecimiento” queda claro un hilo conector entre las piezas: la fragilidad de la felicidad. Cuando parece que todo está en un estado de armonía siempre sucede algo o aparece alguien que viene a perturbar ese estado de ánimo al punto de llevarlo precisamente a lo opuesto,  como una tarde de concierto de la Orquesta y Coro en la Plaza Mayor de la Ciudad en la que un simulador de director de orquesta toma la batuta. Acontecimientos que imprimen un sesgo inverosímil al reino de las posibilidades humanas, muchas veces producto de una farsa.

De la misma manera cuando, a bordo de un tren, en el tercer relato, una mujer perturba a un viajero mientras descascarilla pipas de calabaza y le cae una en un ojo. Del quiebre de la armonía de cuatro completos extraños a un núcleo de intimidad. Y si de ojos se trata —pensamos en su maravillosa novela Ojos que no ven (Anagrama, 2010)— en Por así decirlo hay ojos en las cuatro piezas que se traducen, simbólicamente, en la importancia de mirar al mundo con atención para comprenderlo. Hay gente que usa gafas, miopes e hipermétropes como el hombre y la mujer del último relato que compran una pecera y pasan todo el día observando a los peces en estado de calma pero que, con el transcurrir de las semanas se aburren, compran un televisor y empiezan a ignorarlos con maldad y sadismo.

Una frase relacionada al colosal griterío nihilista y egoísta puede resumir el espíritu del libro, contenido en cuatro formidables relatos, divertimentos o piezas: “Todo lo que pitaba le parecía a él una marcha atrás en el desarrollo de la civilización”.

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Autor: J.A. González Sainz. Título: Por así decirlo. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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