Fernando Fonseca publica una novela en la que, como ocurría en Esperando a Godot, El desierto de los tártaros o El coronel no tiene quien le escriba, el lector aguarda la llegada de un director de cine llamado Montgomery, pero también la de los cientos de miles de personajes que, habiendo sido llamados a formar parte de una ficción, acabaron siendo descartados por sus respectivos autores.
Zenda adelanta un extracto de Esperando a Montgomery, de Fernando Fonseca (Más Madera).
***
I
Dejen que me presente. Mi nombre es Fernando Fonseca y soy feo por contagio.
Me referiré a los inesperados sucesos que salieron a mi paso cuando lo que yo iba buscando no eran sino datos precisos con los que, de una vez por todas, afianzar el corpus de mi investigación académica y poder darle forma definitivamente.
Digamos que, sumido en el empeño, logré abrir ante mí una brecha que, en cierto modo, me permitiera desaparecer a través de ella.
Para cuando mi madurado proyecto por fin dio señales de ponerse en marcha, atesoraba yo un extenso índice reunido pacientemente a lo largo de los años.
He logrado acopiar, como digo, un interminable compendio de ideas, propuestas, notas bibliográficas, datos tomados de viejos libros de citas (Milton, Bacon, Locke, Darwin…) y de ese género marginal que algunos definen como commonplace books (o libros comunes); en suma, ocurrencias de toda índole concernientes al asunto central, que pronto desvelaré, previsto para la tesis.
Pues bien, recuperado de la insólita experiencia en que me hallé metido de lleno, y cuyo relato va comenzando en estas líneas, descubrí que nada de aquel sesudo acopio me era de provecho, esa es la verdad.
Al menos he asimilado que todo en la vida es impredecible, por más que planifiquemos el rumbo a seguir y las intenciones a obedecer. Y ahora me pregunto cuál hubiese sido el fruto de mis esfuerzos si, a la contra, mi propósito inicial no fuese otro que escribir una ficción. ¿Acaso su opuesto, es decir, la tesis deseada? No lo sé. Mi falta de pericia oculta cualquier respuesta a esas y otras interrogantes. A veces me da por pensar que a lo que uno aspira en realidad es simplemente a escribir. Y si eso es así, en mi caso, considerando mi adelantada edad, pues dicho impulso, lejos de responder a un vigoroso empuje juvenil, apunta hacia un insustancial objetivo: morir escribiendo o tratar de nombrar aquellas cosas que aún carecen de nombre.
Sí, puede que sea eso.
Ya toca desvelar que mi estudio académico estaba llamado al destripe de lo que podríamos definir como «literatura perdida» o no hecha —pero literatura, a fin de cuentas— a partir de dos tipos de personajes: los descartados, ya sea por desprecio u olvido del autor, y los inequívocamente irrelevantes, por más que ocupen un ridículo espacio en la historia a la que, a pesar de los pesares, pertenecen.
Para dejar las cosas claras desde el principio, ahí van dos ilustres exponentes: la Boopsie Dee, protagonista de uno de los «comienzos vanos» de Francis Scott Fitzgerald (entre los primeros) y Fernandito Fonseca, de Bioy Casares (representando a los segundos).
A los miembros de ambos grupos —los desechados y los irrelevantes— los he bautizado, todos juntos, como «personajes nonatos», y así me referiré a ellos en el transcurso de esta historia.
(…)
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Autor: Fernando Fonseca. Título: Esperando a Montgomery. Editorial: Más Madera. Venta: Todos tus libros.
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