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Los fantasmas de Happy Valley, de Juliet Barnes

Los fantasmas de Happy Valley, de Juliet Barnes

Juliet Barnes se propuso hace ya algún tiempo visitar las mansiones y guaridas keniatas que habitaron los aristócratas en quienes se inspiró Karen Blixen para escribir Memorias de África. El resultado es una insólita y cautivadora evocación de la extraña aventura colonial en África.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de Los fantasmas de Happy Valley (La Línea del Horizonte), de Juliet Barnes.

***

I

NUBES, HUMO Y ESPEJOS

1

Un guía inesperado al centro del escándalo

Mi madre y otras artistas estaban pintando flamencos junto al lago Elmenteita el día que conocí a Solomon. Era una calurosa tarde de enero de 2000, y se habían reunido todas para tomar el té en la galería de mi casa en el corazón de Rift Valley en Kenia. Solomon se levantó de un salto para abrir la verja, sin apenas esperar a que saliera de mi Land Rover antes de estrecharme la mano con mucha fuerza. Miré con curiosidad a aquel hombre negro, alto, con sus dientes blancos, sus penetrantes ojos negros y su aspecto ligeramente descuidado. Parecía indiferente al hecho de ser el extraño de aquel té. El único hombre y la única persona negra. Solomon iba vestido con un chándal rojo desteñido y zapatillas desgastadas de lona, y tocado con una gorra visera de cuero pintada a mano con hojas y lagartos. Su apellido, Gitau, es un nombre kikuyu, pero Solomon guarda poco parecido con ese pueblo africano de estatura más bien baja y piel clara.

Mi madre me había hablado alguna vez de Solomon: es un activista en la zona que solían llamar Happy Valley. En la época colonial, varios personajes turbios se habían creado un nombre en ese valle de las tierras altas, pero a día de hoy es el nombre de Solomon Gitau el que se pronuncia con disimulado tono de escándalo. Su defensa decidida de los últimos monos colobos de la zona y de su hábitat forestal en peligro había provocado la ira de sus vecinos y de las autoridades locales, sobre todo cuando interfirió con el lucrativo negocio de la caza furtiva. Lo llamaban «hombre mono» y la mayoría de sus vecinos lo consideraban un loco. Yo sabía que, a pesar de no contar con ingresos regulares, luchaba por replantar árboles en la zona situada entre Rift Valley y los montes Aberdare, mientras prestaba su voz a las criaturas salvajes del bosque. Había sido brutalmente torturado por las autoridades debido a su valiente determinación, amenazado y saboteado muchas veces, pero no habían conseguido doblegarlo, y seguía creando grupos conservacionistas por toda el área y más allá, sin cejar en su empeño optimista de salvar el legado natural de una zona tanto tiempo olvidada. Cuando hoy en día los ocasionales visitantes atraviesan Happy Valley, suelen hacerlo de camino al Parque Nacional de Aberdare, adonde huyó la mayor parte de la vida salvaje en el momento en que, tras la independencia de Kenia, la población humana creció de forma masiva.

El año anterior, Solomon había escrito a mano la historia de su vida y se la había dado a mi madre para que la corrigiese, porque le resulta difícil escribir en inglés. Yo había ojeado sin mucho interés el viejo y mugriento cuaderno de ejercicios forrado con papel de periódico, pero una vez que lo abrí y leí algunos párrafos, de inmediato me sentí obligada a terminar aquella autobiografía tan extraña y fascinante. Solomon nació en el corazón de Happy Valley —justo antes de que se marchara el último colono blanco— y su historia es extraordinaria.

 

Resulta sorprendente que la cadena de montañas volcánicas de Kenia, en forma de meseta, siga siendo conocida por su nombre colonial británico, los Aberdares, a pesar de que después de la independencia se rebautizara oficialmente como cordillera de Nyandarua. Estas montañas se elevan hasta los 4000 metros, mientras que muy cerca, en dirección oeste, se encuentra el más pequeño y achatado monte Kipipiri, con una altura de 3300 metros. Happy Valley es el valle alto y verde encajado entre las dos y se extiende por toda el área circundante hacia el norte y el oeste. Ahora está densamente poblado por granjeros africanos, la mayoría de los cuales nacieron mucho después de que se fuera la hedonista camarilla de los colonos blancos que vivieron allí solo durante unas pocas décadas.

El Protectorado Británico del Este de África, parte del cual se convirtió en la colonia de Kenia, atrajo a una multitud de colonos blancos, aristócratas, aventureros y rebeldes, en las primeras décadas del siglo xx. Un puñado de ellos, el grupo de intercambio de parejas de Happy Valley, aprovecharon el espacio y la libertad de los imponentes paisajes de Kenia para comportarse con salvaje desenfreno, y enfangaron a sus compañeros colonos con la dudosa reputación asociada a una pandilla de lo más promiscua. El cénit transitorio de este círculo durante los años veinte y treinta, con su profusión de sexo, drogas y a la postre el misterioso asesinato de un conde en 1941, se enmarca de manera fascinante dentro de un siglo dramáticamente colorista, lo que quizá contribuye también a que esta antigua y atractiva colonia, a horcajadas sobre el ecuador, siga seduciendo al mundo. Además, está la cuestión de la tierra. La tribu keniana de los kikuyu, que se sintió despojada de las mejores tierras de su país, inició y libró una guerra de guerrillas en los años cincuenta. Conocida como Mau Mau, ocupó a diario los titulares de la prensa británica. Los kikuyu son la tribu más numerosa de Kenia, aunque solo es una de las más de cuarenta en el país. El primer y el tercer presidente de Kenia fueron kikuyu, y se da la circunstancia de que Happy Valley está hoy poblada por kikuyu.

Una mística indefinible flota sobre esa camarilla de colonos libertinos que mancharon el buen nombre de Happy Valley en el periodo de entreguerras, y cuyas procaces excentricidades parecían tener prioridad sobre el cuidado de las haciendas. Pero, como señaló Elspeth Huxley, experta escritora sobre Kenia, en su libro Forks and Hope (Encrucijadas y esperanzas):

Empapados en ginebra como estaban, se dedicaron a realzar, más que a dañar, los encantos naturales de su valle, porque dejaron en paz los árboles autóctonos y crearon jardines de excepcional belleza, plantaron prados para vacas guernsey amarillas como la manteca, repoblaron los ríos con truchas y construyeron atractivos bungalós de madera local con tejados de tabilla y engalanados con enredaderas.

Además, el comportamiento decadente no quedaba restringido a Happy Valley. Aristócratas y miembros de la realeza de todo el mundo se unieron a la diversión. Eduardo, príncipe de Gales, y su hermano Enrique, duque de Gloucester, vinieron a Kenia de safari en 1928 y 1930, y sus conquistas no se limitaron al reino animal. La elegante piloto y entrenadora de caballos de carreras Beryl Markham, la primera mujer en volar en solitario de Inglaterra a América, probablemente obtuvo aquí sus mejores marcas. Sus muchos amantes incluían a lord Erroll, al cazador profesional barón Bror Blixen, casado con la famosa Karen de Memorias de África (Out of Africa), y al honorable Denys Finch Hatton, también amante de Karen Blixen e inspirador de su libro. Alta, rubia y hermosa, Beryl —ya en su segundo matrimonio tras una educación bohemia en Kenia— se las arregló para tener aventuras con el príncipe y el duque de forma simultánea, ¡hasta que el Palacio de Buckingham le pagó para alejarse de ellos durante el resto de su vida!

Pero es en Happy Valley donde aún se concentra el interés. El escándalo en Kenia había adquirido una nueva dimensión en 1923. Fue ese año cuando lady Idina Hay llegó para instalarse en la región: se había divorciado dos veces y era ocho años mayor que su nuevo marido, el atractivo y aristocrático Honorable Josslyn Hay, 22.º conde de Erroll. Idina estaba destinada a convertirse en la maestra de ceremonias de Happy Valley, y la afición de su tercer marido por la variedad sexual no constituía ningún impedimento. Si añadimos a Alice de Janzé, mimada heredera norteamericana casada con un conde francés, y a varios indeseables adinerados más, aquí empiezan las verdaderas historias de Happy Valley.

El apogeo de Happy Valley fue breve, aunque duró más que el tercer matrimonio de Idina. En 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Josslyn Hay, ahora conde de Erroll —su segunda esposa Mary, condesa de Erroll, había muerto a causa de un estilo de vida que incluía el consumo excesivo de alcohol y drogas— se encontraba ocupado en su aventura con otra mujer casada, Phyllis Filmer. El romance terminó con la llegada a Kenia de los recién casados sir Jock y Diana Broughton a finales de 1940. Alquilaron una casa en Nairobi, en el frondoso barrio de Karen, bautizado así en honor a la baronesa Karen Blixen después de que dejara Kenia en 1931.

(…)

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Autora: Juliet Barnes. Título: Los fantasmas de Happy Valley. En busca del mundo perdido de los aristócratas libertinos de África. Traducción: José Luis Piquero. Editorial: La Línea del Horizonte. Venta: Todostuslibros.

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