Volver a Gijón es siempre una apuesta por lo inesperado. Una invitación a soñar gigantes que se espuman en la playa de Poniente y regresan a la orilla con la marea convertidos en tinta. Esta es una ciudad imprevisible. En un breve paseo por sus calles, a cada esquina hay un hallazgo, por allí aparece Rambalín —sí allí, al fondo, cantando y bailando, ¡¿cómo iba a estar si no?!—, el «maricón de nacimiento, / una cosa mítica en Xixón» al que cantó Rodrigo Cuevas y escribió Miguel Barrero; justo al lado juegan a la rayuela un buen grupo de guajes que escaparon de la Laboral, que dicen que no quieren volver a estudiar allí, que desde ese sitio Gijón se ve diminuto, como un puñao de fabes esparcidas en el puchero; sin que te des cuenta te ha adelantado un grupo de cigarreras, que se quitan los pañuelos y los lanzan aire para celebrar otra jornada que terminó; ¿y en la Escalerona? ¿Quiénes son esos dos de la Escalerona? Ah, ya se les ve, lo que me imaginaba, Antonio y Elena, de la mano, paseando al ritmo de «Begin the Beguine»; unos metros más adelante, Antonio Maceda remata de cabeza; y al fondo, la noria, las carpas, los churros y los torreznos, los novelistas y los poetas, las firmas, el bullicio y la algarabía, los libros que buscan dueño, lectores y autores estudiándose a centímetros de distancia. Allí está la Semana Negra desafiando al tiempo, a las modas y a lo que se le ponga por delante.
La programación de la Semana Negra es extensa, variada y cuajada de grandes nombres, como los de Noemí Trujillo y Lorenzo Silva, que presentaron su novela La innombrable (Destino) —una historia que explora los vínculos de la prostitución con la violencia de género—, y que denunciaron en su intervención la “culpabilidad colectiva” en el «inframundo de la prostitución». También estuvo en la carpa del Encuentro Rosa Montero para hablar de su última obra, Cuentos verdaderos (Alfaguara). La periodista y escritora dijo durante su intervención: «España era paupérrima, sin desarrollo de derechos sociales, porque hasta los años ochenta no existía la escolarización plena; había una epidemia de heroína con jeringuillas tiradas en los parques; ETA mataba, y en cinco años la ultraderecha asesinó a 50 personas». También participó en las charlas —en las que ha habido más de un centenar de autores— el escritor argentino Calos Salem, que llegó a Asturias con su última obra, Tango de un torturador arrepentido (Alrevés), una novela para la que declaró que “no estaba preparado”, por ser unos acontecimientos “tan dolorosos”. El motivo para decidirse a hacerlo fue el auge del “fascismo”. Según contó Salem: «Es necesario que la gente no olvide».
Uno de los momentos más esperados fue la entrega de las Rufas a las novelas ganadoras de los premios de la Semana Negra: el Dashiell Hammett para Empar Fernández por El miedo en el cuerpo (Alrevés), y el Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción ganado por María Larrea por Los de Bilbao nacen donde quieren (Alianza). El Memorial Silverio Cañada, creado para destacar la mejor primera novela de género negro, se lo llevó Antonia Lassa, heterónimo de Luisa Etxenike, por Llevar en la piel (Nocturna); el Espartaco para la mejor novela histórica recayó en Ignacio Martínez de Pisón por Castillos de fuego (Seix Barral); y por último el Celsius de ciencia ficción fue para Juan Ramón Biedma por Crisanta (Alianza).
En la carpa del Encuentro los libros han competido con las fotos de Jeosm. El fotógrafo expuso varias de las imágenes a escritores y periodistas —Javier Marías, Ana Iris Simón, Ray Loriga…— incluidas en su libro No soy uno de los vuestros (Círculo de tiza). Y cerca de allí tuvo lugar uno de los momentos más curiosos del festival: la presentación de una novela, La taberna de Silos, sin su autor, Lorenzo G. Acebedo. La identidad del escritor que ha firmado dos de los libros más destacados de los últimos años sigue siendo un misterio, y el encargado de hablar de ella fue el responsable de Tusquets, Juan Cerezo, que destacó cómo al recibir el manuscrito pensó que Acebedo se había equivocado de editorial, pero que enseguida se dio cuenta «de que en esas páginas había un autor de gran calidad».
Uno de los momentos más emotivos fue la presentación del libro de Miguel Munárriz —escritor, periodista y gestor cultural que ha llevado a cabo a largo de su exitosa y dilatada carrera multitud de eventos en su tierra asturiana—, Empeñados en ser felices (Aguilar). Marta Robles moderó esa mesa, que empezó destacando que la vida de Miguel ha sido una vida entre libros, razón por la cual no es extraño que este libro arranque en una librería, la que tuvo Munárriz en Langreo. El propio autor fue el primero en hablar para destacar que «este es un libro de amor a los libros, a los amigos y a los eventos literarios que organicé». El escritor asturiano contó que el origen del título fue una frase que dijo Augusto Monterroso cuando al final de una cena llegó una tabla de quesos y exclamó: «¡Estamos empeñados en ser felices!». También relató una de las anécdotas del libro con Mario Vargas Llosa. Munárriz le preparó al premio Nobel una fabada mientras éste escribía en el piso de arriba, pero a cada rato el autor de La ciudad y los perros bajaba hasta la cocina, para destapar el puchero, con la excusa de que era «imposible concentrarse con ese aroma». Luego fue el turno de Luis García Montero, que explicó que «este libro está tejido por muchas complicidades de Miguel y de sus amigos». Prosiguió con la charla el escritor y periodista Juan Cruz, que afirmó que «es un libro lleno de justicia, de profundidad y de alegría». Cruz destacó el homenaje que hay en las páginas de la obra a Juan Cueto, para el que pidió un aplauso «para reivindicar a un escritor injustamente olvidado». Por último intervino Ricardo Labra, que subrayó lo siguiente: «Lo más importante es cómo lo cuenta. Eso es algo que solo puede hacer alguien que domina todos los géneros literarios, que llega a parodiar a alguno de los autores de los que habla. No son sólo unas memorias, este es un libro es alta literatura». Esta mesa terminó con una hermosa anécdota. Miguel Munárriz contó que hace treinta años se encontró con Almudena Grandes, y la vio tan radiante que le preguntó qué le ocurría y ella contestó que estaba enamorada. «¿De quién?», le preguntó Miguel. «De un poeta», respondió Almudena. El publicó comenzó a aplaudir mientras ese poeta sonreía a su amigo homenajeado. No hay lector, autor, enamorado de los libros, fanático del género negro, que pueda afirmar que lo es si no vino al menos una vez a Gijón, y si pueden ser más, mejor. La Semana Negra no es un festival literario, es un festival de la vida.
El viernes por la noche la jornada terminó tarde, después de la lectura de poesía. Los días anteriores por el escenario pasaron músicos como Pedro Guerra, Pancho Varona y Pauline en la playa. Después del último verso, ocurrió de nuevo. Gijón volvió a mostrar prodigios. La imagen se tornó en blanco y negro, los únicos colores eran los de la noria, incapaz de dejar de girar mientras haya literatura que contar en la Naval. El recinto enmudeció, la música comenzó a sonar, Cole Porter cantaba, Antonio, Elena, las cigarreras, los guajes y Rambal, abrazados, se dirigían hacia el mar a descansar. Ya sólo me queda volver a Gijón.
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