Al sobradamente letraherido Ángel Borreguero le gusta la vida de noche, y los mundos de la crápula y del vicio, en los que se puede ser partícipe o espectador, pero donde siempre se aprende. La cocina literaria de las noches turbias o luminiscentes otorga muchas sorpresas cultiparlas, como este muy peculiar libro de Ángel, que no quiere ser provocador: Putitos. Quizás no es poesía, tampoco prosa: es un turbión, una concatenación de imágenes, ¿solo imágenes distintas?, que debe leerse como greguerías líricas, obscenas, sucias y brillantes brotadas de los muchos submundos. Desde el hermoso chico perdido, con camiseta sudada, chinos y pelo de axila, hasta la gorda que sufre (¡querido Orson Welles!) porque se sueña virgo prerrafaelita con los tacones rotos. Borreguero nos da un extraño y atractivo libro de prosa poética o poesía en prosa aforística, que exuda miles de imágenes de putrefacción y brillos.
Zenda comparte seis poemas de Putitos, de Ángel Borreguero (El Sastre de Apollinaire).
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I
La cabeza de mermelada, por ejemplo, y la ciudad oscura. La silueta de las torres, y solo una luz verdiamarilla, muy abajo, escondida casi, en la bruma.
El paisaje como borroso del cuerpo amarillo y oliente: un objeto perdido, alguna infección, los granos invasores.
Un carrito de gominolas y cosas rubias: el americano harto de doritos, un alien metido en un bote, la cosita audible, roja, los estallidos lunares, todo eso.
La barriga rosa pálido como un cruasán.
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II
“Las cosas no cambian en lo sustancial porque una se haya dejado transitar el cuerpo un poco” (Lucía Etxebarría)
“Porque amo, y la mano parpadea en el aire”
(Luis Antonio de Villena)
En la cara de mantequilla pecosa, coronada por dócil plumón pelirrojo: un eccema, la gorra hipersudada, el labio manchado de cualquier guarrería, una salsa azulada de menta y beicon o así.
Y en el cuerpo largo las heridas, unas esferas explosivas y luminosas, luminiscentes, pubescentes, el baboseo del sexo.
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III
Una especie de maniquí de trapo, con los olores dulces o amarillos, picantes. Las erupciones, las grasas, todo huele ahora como una extensión del dulce muchacho pelirrosa, el tacto submarino, las pecas y los granos.
El culo de colores claros, la vieja ciudad irlandesa sobre la que llueve sin descanso. La cara rosa, estridente, la bruma en la mañana amarilla.
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IV
El gordino por de dentro: las amarilleces africanas, las pastillas de olor (sudor, gominolas, colonia como deportiva), el labio un poco quejoso y la mancha de orina en la camiseta. Es “como un sueño amoroso de un boy-scout” (García Serrano).
Una ribera fantasma, todo verdura, las huertas, el marrón insinuado. Y una figura grande y fofa, llena de anillos y flojera, que va andando muy ágil y muy lenta.
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V
Los labios de naranja, como la muchacha de Rimbaud, y la piel toda por ahí en internet, rabiosa, un poco mustia también, como una galleta enorme y rota, desmigada. La ciudad amarilla, con fondo de río que no existe pero escuchamos entre la verdura, cercano a la carretera, el rostro de gelatina, ¿químico?. El rostro titila en su ventana: rojo, como una pelota o bola que botase mucho y fuera de color rojo.
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VI
Una idea del amarillo: por la ribera barroca de un río imaginario, la cara con pecas, un caracol rubio en la axila, junto a las verrugas estupendas, transparentes.
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Autor: Ángel Borreguero. Título: Putitos. Editorial: El Sastre de Apollinaire. Venta: Todos tus libros.
BIO
Nacido en Badajoz en 1996, aunque pasó su infancia y adolescencia en Don Benito. Es graduado en Literatura General y Comparada por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Investigación en Humanidades (sección de Estudios Clásicos) por la Universidad de Extremadura, donde ha trabajado sobre la obra póstuma de Jesús Alviz. Soltero y solo en la vida (Pombo dixit), reside en Cáceres.
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