Inicio > Series y películas > La Casa del Dragón: ¿Habría menos guerras si gobernaran mujeres?

La Casa del Dragón: ¿Habría menos guerras si gobernaran mujeres?

La Casa del Dragón: ¿Habría menos guerras si gobernaran mujeres?

Dicen que si el mundo lo gobernaran mujeres habría menos guerras. Una de las virtudes de La Casa del Dragón es burlarse de esa aseveración para, después, mostrarnos las contrariedades de un desafío motivado por una perfecta mezcla de egocentrismo y decadencia estructural, donde la voluntad de asumir obligaciones de una mujer y la voluntad de un hombre para un cambio tranquilo emborronan cualquier eslogan político que intente apropiarse de la serie.

El legado (si es masculino mejor) como excusa para luchar por algo grande o para desperdiciar todo. La Casa del Dragón toma forma esta segunda temporada para, definitivamente, convertirse en el gran y sensacionalista espectáculo que fue Juego de tronos en sus mejores momentos. Las conspiraciones palaciegas teñidas de tristeza y malos augurios del primer año se sincronizan ya con las ansiedades del presente, con dos mujeres fuertes peleando por la supervivencia personal. A rey muerto rey puesto, aunque lo que hay por detrás del trono sea un sangriento enfrentamiento entre mujeres.

Pero que La Casa del Dragón sea un culebrón de lujo donde prima lo familiar sobre lo político es, precisamente, una de sus virtudes: ya tenemos asimilado que en el mundo de George R. R. Martin el tiempo siempre acaba dando la oportunidad a los buenos para corromperse, y en ese panorama tan terrenal abundar en lo ideológico resulta tan estúpido como superfluo. Es mejor contar dragones que micromachismos.

En esta segunda temporada hemos vuelto a Invernalia, presenciado más batallas y abundado en esos asesinatos efectistas y escenas de masas que convirtieron la serie original en harina de otro costal. Las piezas se han dispuesto para convertir el nuevo juego de tronos en una máquina de conflictos sin fin donde la falta de carisma de ciertos personajes secundarios acaba resultando un defecto insignificante. La sensación de escalada progresiva en los acontecimientos provoca malsana curiosidad y, sin duda, ayuda a perdonar ciertas interpretaciones mediocres diseminadas aquí y allí.

"Lo bueno de La Casa del Dragón es que no permite que la indagación psicológica frene la acción y el caos de intereses, la mayoría primordiales, de la media docena de protagonistas"

Esa sensación de clima prebélico, de inseguridad angustiosa, se equilibra con el drama cortesano en un producto que nos recuerda las virtudes de la etiqueta “HBO Original”. La serie es capaz, es potente y da la impresión de haberse asentado tras algunos saltos temporales quizá innecesarios, situándose cómodamente por encima de la media de las series actuales. Y eso es una buena noticia: una ficción bien asentada siempre resultará un buen complemento a los últimos estertores de la civilización occidental, a su manera también una distopía a cámara mucho más lenta que la de la serie de Ryan Condal y George R. R. Martin.

¿Ha sido el subconsciente de Alicent Hightower lo que provocó el equívoco con las últimas palabras del rey? ¿Es el miedo o el ansia de poder lo que causa el conflicto entre reinas? ¿En qué medida es ego o pura supervivencia lo que guió la reacción de Rhaenyra? Son preguntas ya superadas en la serie porque, en todo caso, el asesinato y la traición ya se han consumado y los ánimos están caldeados. Lo bueno de La Casa del Dragón es que no permite que la indagación psicológica frene la acción y el caos de intereses, la mayoría primordiales, de la media docena de protagonistas, demostrando que al final todos somos animales luchando por el territorio.

4.5/5 (2 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios