Resolvamos el malentendido antes de que los lectores sientan estupor y hagan correr la patraña sin fundamento: no hay ninguna razón para dudar de la virilidad del autor peruano que ha conquistado el corazón literario de tantos letraheridos y el corazón orgánico de algunas mujeres. No hay ninguna razón salvo sus libros, que tienen en muchos pasajes —en muchos— trazas de literatura homosexual sincera. Parecería que algunos detalles, algunas formas de mirar y algunas sensibilidades especiales sólo podrían haber sido escritos por alguien que conociera de primera mano la homosexualidad. Y parecería también que la elección sobreabundante de ese tema, convertido casi en marca literaria del autor, que va serpenteando toda su obra casi sin pausa, desde su primera novela, Los cachorros, hasta la última, Cinco esquinas, revela alguna prioridad en el escalafón de las obsesiones que todo escritor tiene.
En una ocasión le oí contar en público a Alberto Fuguet que el primer libro con el que se había masturbado, siendo adolescente, era La ciudad y los perros. Yo tengo la vaga sensación de haber hecho lo mismo con Los cachorros. En uno y otro hay personajes y situaciones de un erotismo violento y exacerbado entre hombres que bien puede despertar el ardor de un homosexual desprevenido.
Pero la homosexualidad salpica con continuidad la obra de Mario Vargas Llosa. El Mayta de Historia de Mayta, el Roger Casement de El sueño del celta, el padre de Santiago Zavala en Conversación en La Catedral (¿cómo una obra maestra como ésta puede llevar un título tan desastroso?), las dos protagonistas de Cinco esquinas e incluso el Paul Gauguin de El paraíso en la otra esquina (muchas esquinas) son homosexuales o tienen tratos invertidos. Muchas veces la homosexualidad es una marca de transgresión, de rebelión social; en otras ocasiones es una marca de humillación, de marginalidad. En cualquier caso, el hecho de que Mario Vargas Llosa, en sus artículos y sus intervenciones públicas, haya sido siempre tan militante de la causa homosexual —y de la libertad sexual con todas sus dimensiones— alimenta la morbosidad literaria.
Juan Bonilla es, como Vargas Llosa, gay. Su novela Los príncipes nubios, con la que ganó el Premio Biblioteca Breve en 2003, escondía a un Mr. Hyde homosexual como autor. Un libro lleno de humor, de denuncia social de una realidad entonces casi exótica en España —la trata de personas— y de un homoerotismo que no dejaba duda de los instintos del autor.
La historia de la literatura está llena de autores homosexuales que han travestido a sus amantes literarios para poder escribir con decencia de aquello que sentían. Marcel Proust es sin duda el ejemplo paradigmático: convierte en mujer, en Albertine, a quien debía haber sido un hombre. Y el resultado no se resiente: la gran literatura en el fondo es capaz de disfrazarlo todo para desnudarlo de un modo más eficaz. ¿No es posible, en consecuencia, que un autor de sexualidad intachablemente recta, pueda meterse en el alma literaria de un personaje gay?
María Tena cuenta en El amante chino la historia de un hombre español que, durante los meses de la Exposición Universal de Shanghái, conoce a un joven chino del que se enamora perdidamente. Les separa todo: las clases sociales, el idioma, la cultura, la edad y los prejuicios sexuales. Pero les une la pasión, o la extrañeza de la pasión, y eso vertebra la novela. María Tena, como Juan Bonilla y Mario Vargas Llosa, es homosexual.
Hace mucho tiempo que sabemos que la homosexualidad ha sido durante décadas —y no ha dejado de serlo todavía, por desgracia— un conflicto de los que tienen bien ganado a pulso el sello de literario: enfrenta a la persona con su identidad, con la tolerancia social, con las reglas del amor, con la sexualidad escondida, con los estereotipos humanos. Enfrenta a la persona consigo misma; es decir, la pone en situación de riesgo, de crisis existencial. Muestra a carne viva la anomalía, y eso, la anomalía, es lo que cualquier escritor busca. La normalidad no necesita cronistas. Por eso Mario Vargas Llosa, Juan Bonilla y María Tena tal vez no sean capaces de meterse desnudos en una cama con alguien de su mismo sexo (aunque nunca se sabe), pero son, en lo que importa, absolutamente homosexuales.
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