Lecturas marianas
Una alarma en el twitter me descabala: me sigue la cuenta oficiosa de la Biblia. Se ha puesto el mundo como para que se me aparezca una, diez mil vírgenes —o ‘vírgenos’, no vaya a ser que nos ladre la jauría de lo políticamente correcto—. Digo esto porque entre que voy y vengo de correr, de escribir, de El Escorial a un concierto de Sr. Chinarro en una fábrica de cervezas, he tenido tiempo, entre trenes y tartanas, de leer ensayos y novelones sobre las apariciones ‘marianas’ que en el mundo han sido. El primero, de José María Zavala, «El secreto mejor guardado de Fátima». Confieso que hay una buena documentación periodística, algo de iluminación, y mucha Historia reciente del papado y de las costumbres relajadas y heterodoxas de los purpurados frente a sus santos. Cuenta Zavala que cuando María bajó de los cielos en mitad del agro portugués y en su mes florido, el sol dio vueltas y bailó frente a toda ley de la razón. El mensaje, ya saben, era que se consagrara la Rusia comunista al Sagrado Corazón de Jesús y que la Humanidad se recondujese. María de Nazareth nos avisó hace un siglo de Trump y Putin, cosa que no se olieron tantos analistas relamidos.
Insisto que el libro merece la pena, siquiera sea por tener una culturilla general más allá de lo que nos suelte Iker Jiménez entre el suspense, las pausas y el Doctor Cabrera.
Otro libro sobre ‘Nuestra Señora’ lo firma María Vallejo-Nágera, de los Vallejosnágeras de toda la ‘laif’. El libro, con resabios cervantinos, viene a contarnos con gracejo los sucesos y milagros de la Virgen Merry por los secarrales de Cubas de la Sagra, allá cuando sus Católicas Majestades. Del libro, que cuenta con una investigación detallada, sobresale la coña con la que se relata lo divino en lo terreno. Y es que ya avisó Haro Tecglen de que tuviésemos cuidado con la trascendencia.
El tercero es «El Ladrón de Vírgenes», de David de Juan Marcos. Se ve que la fe mariana o me da de golpe o no me da; el libro se sostiene primeramente por la calidad de página, o eso que la cursilería filóloga llama la atmósfera. El libro viene a sublimar por lo literario a una suerte de Erik el Belga en las serranías salmantinas, como si a Lorca le hubiera dado por hacer realismo mágico. Una novela exquisita y breve que está parida para unos cuantos que somos iniciados.
Por lo demás yo creo en Dios relativamente, me llamo Jesús y preciso de un confesor medio sordo, bondadoso y con las manos quietas.
La jauría opinadora
Yo sabía que colgar en facebook la columna del patrón de este reino de Zenda, de nuestro jefe Arturo Pérez-Reverte, me iba a traer problemas con la jauría de las jubiladas opinadoras, con el ripioso de los recitales benéficos, y hasta con una rubia de Ushuaia que sale de espaldas en las redes sociales y que se recita a sí misma hasta que le llega el ‘nirvana’ o el marido mercante. Pero es el riesgo que se asume por ser uno mismo, que la impostura y el ‘bienquedismo’ generan cardiopatías. Que por qué no he de difundir un artículo valiente en estos tiempos en que «hay que luchar por lo evidente» (Dürrenmat).
Hasta hoy he andado furtivamente emparejado con una presentadora de la tele (el canal es lo de menos, nobleza obliga). Hoy he discutido con ella por el chat de facebook; me ha mandado a la región boreal donde pican los pavos con la diplomacia, la diplomacia guisada a fuego lento, en la que yo acabo pagando sus platos rotos. Claro que si ella me ha espiado, yo también. Su pariente es perfecto y surfero, con esa perfección de los fines de semana. Y yo, que quedo como segundo plato en los días laborables. Le llaman Sergi y hace un voluntariado en no sé qué.
Y es que esto del corazón roto y demás está bien para José Alfredo Jiménez, o hasta para Álex Ubago si me apuran. Lo que es a mi menda (Montero Glez dixit), me sirve casi que como excusa novelesca para bajarme un rato a la tasca de Yaser, en Huertas. Allí aparece al rato Carmelo, filósofo y pescadero en Mercamadrid; Carmelo tiene dos hijas, un perro, unas gafas a medio poner y un dedo señalador. Carmelo dice que le pase a limpio sus memorias del «Barrio de Las Letras» y me regala una bolsa de torreznos. Carmelo es como esa canción del propio José Alfredo —que te vas, y te vas y te vas, y no te has ido—, y así la conversación con él es infinita. Un hombre pegado a su sabio monólogo que nadie supo nunca dónde empezó ni cuándo —o dónde— terminará. Carmelo saca a Cervantes en la charla, a sus huesos, y dice que quizá las pobres astillas del complutense estén mancilladas de los orines históricos de un barrio que va en cuesta de Antón Martín hacia abajo.
Campos de soledad
Campo del Atleti. Se jugó el último partido en el Vicente Calderón, estadio literario como el que más. Aunque en esto de la cualidad literaria de un hormigón que retumba, caben tesis y antítesis, ditirambos y coñas. De modo tal que ‘el Pupas’ es el judío errante de los equipos de fútbol patrios. Podríamos decir que el personaje del Atlético tiene algo de Pijoaparte y de Julien Sorel, más la fe del carbonero, algo del Alcoyano, y un arco presidencial donde todo raro puede tener mando en plaza. En realidad la pasión por un equipo de fútbol europeo —yo la tengo por la Selección siempre, y por el Madrid cuando me da la gana— es otra condición del Ser Humano con las necesidades cubiertas y un hijo al que concretarle los misterios de la fe hecha cancha.
Yo soy amigo de Miguel Pardeza, el escritor de la «Quinta del Buitre»; le presenté su libro «Torneo» junto al gran Petón en la librería Lé. Creo recordar que había entre los asistentes una mayoría dudosa de colchoneros como extrañados de que en Chamartín pudiéramos darle al magín y a la palabra. Nuestra Karina Sainz cree firmemente en la reencarnación de Guti, y es la mejor en esto de hundir teclas y alborotar metáforas y elefantes.
Claro que toda muerte de un estadio nos acerca un poco más al estado terminal de la vida, que no es otro que dejar un solar, un campo de soledad al pelotazo urbanístico o al hijo tonto. Cuenta el MARCA de nuestras entretelas que se ha iniciado en las RRSS una campaña para reciclar desde el banderín de córner a la raja del videomarcador. Cuando me emancipé, viví a diez minutos del Vicente Calderón. Los días de Champions, los focos me iluminaban indirectamente el salón. El Paseo de los Melancólicos impone un carácter, una doctrina por los siglos de los siglos: a una puntita de la gloria y el implante de Simeone. El Atlético y tal…
El notario y la cervecera
Bajo del Valle de los Caídos, donde he ido a ‘bichear’ la Historia presente, al Sur, a ver a mi madre y al notario. He dormido del tirón las dos horas largas del AVE, pues que Dios bendiga al Orfidal con cerveza. Ya en Málaga el notario tiene cara de sapo, lee con dificultad y mal tono. Ya ha encendido el aire acondicionado, y en la sala de espera, #NIHILPRIUSFIDE, hay una máquina de café, una revista de ‘por y para’ notarios, un cuadro feo de París y un HOLA de febrero. Dejo a mi madre con una carpeta con papeles, firmas, cosas, y me empotro en el autobús que ha de dejarme en el concierto de Sr Chinarro. El concierto es en una fábrica de cervezas con nombre de arcángel, me reitero, que ha emprendido un proceso de ‘tuneado’ con la excusa de la música en particular y de la cultura en general. Y esto, voto a bríos, me parece bien. Creo que en Madrid se ha abusado mucho del concepto modernito de librería con vinos, que no es otra cosa que crear un público cautivo entre el morapio y el ratón de biblioteca con ínfulas. Y por eso estos conciertos alternativos desengrasan mucho ese concepto de lo ‘cultural’ como «un lujo cultural por los neutrales».
La fábrica de la cerveza, de nombre arcangélico y de «infinitas posibilidades de maridaje» (sic), está entre el flamante aeropuerto de Málaga, el llano de las pilinguis del Este y la fábrica de la Coca Cola. Allí me encuentro con mi amigo José Pablo García, viñetista, que ha llevado al tebeo la Guerra Civil de Paul Preston; también saludo a J, líder de Los Planetas, y a Soledad Morente, hija del gran Enrique el que soñó la Alhambra.
El autobús me devuelve sano y salvo; ni siquiera hemos dado pie al mareo. Me acuesto temprano y al día siguiente acudo a un Instituto de Secundaria a dar una charla. Me preguntan y respondo con gravedad: «el día que elegisteis Letras, escogisteis susto y muerte».
El altillo
Me paran por la calle de Sagasta y la de Luchana, por la taberna de Picalagartos y el gimnasio, y me preguntan por «el altillo». Yo les correspondo con una sonrisa, me quito el sombrero y les explico la realidad del altillo. El altillo es una ratonera donde duermo las más veces, de 1,40 de alto, con medio ventanuco que da justo a la esquina donde en el 36 mataron al teniente Castillo. Vivo en esa intersección entre Augusto Figueroa y Fuencarral, justo delante del humilladero donde empezó el «tomate» de la Guerra Civil. Desconocía esa apreciación, pero me la ilustró el columnista y lusófilo JA Montano en el 89 cumpleaños de Manolo Alcántara.
Y es que si duermo mal, claro, será por los espectros «guerracivilistas», que ya sabemos que los muertos son muy de incordiar y que toda guerra civil —lo avisó Marañón— dura cien años. Como la mamá de Saura…
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