Aparecía el joven Umbral, hambriento de gloria y de Madrid, tras repartir El Norte de Delibes, por el sotanillo del Teide, a contemplar cómo el gran César convertía la cotidianeidad gris y funcionarial del franquismo en puro arte, con una magia desprovista de aspavientos que fascinaba al joven de provincias que acababa de desembarcar en la capital. “Cesarísimo”, como lo describiría Manolo Alcántara.
Era Ruano “el último escritor vestido de escritor y viviendo de escritor que quedaba en Madrid”, “la supervivencia lírica de la literatura en el periódico”, y eso se le quedó grabado al joven Umbral, que aprendió, observándole, a vestirse de escritor, a vivir de escritor, y ya su vida fue una pura supervivencia lírica que aún perdura. Un sacerdocio bajo la promesa irrompible y eterna de “ser sublime sin interrupción”, cual Baudelaire castizo.
“Él me dio la clave del artículo, que hoy dicen columna, el secreto de la literatura, lo que me ha permitido ganarme la vida toda la vida”. Decía sobre Ruano en “César, perdido y encontrado”, un antológico artículo publicado en El Cultural dentro de su serie, que luego se convertiría en libro, Los alucinados, un conjunto de deliciosos artículos en los que, con su enorme capacidad para ejercer una crítica literaria intuitiva y romántica, como el mismo la definía, rescataba buena parte de sus influencias literarias.
Era Ruano el epílogo de una generación de escritores que había sido toda una Generación del 27 de la prosa “por cantidad y exigencia”, y “porque el género literario común de éstos era el artículo literario”. Los llamados, por el propio Umbral, “los prosistas de la Falange”, en un artículo homónimo. Un conjunto de escritores que ganaron la guerra, por su pertenencia ideológica al bando franquista, pero perdieron la posteridad literaria, precisamente por el mismo motivo.
Eugenio Montes, Sánchez Mazas, García Serrano, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Mourlane Michelena o Jacinto Miquelarena son algunos de estos autores que acompañaban al gran César en este grupo, antecedidos por Eugenio D’Ors (“todo el periodismo literario viene de él”), que constituyeron las primeras lecturas periodísticas del joven Umbral, pues eran los escritores en boga de la prensa de posguerra y ayudaron a forjar el estilo columnístico umbraliano, siendo la lectura diaria de estos articulistas la escuela práctica en la que Umbral recibiría el magisterio de esta generación.
Umbral, gran lector, rastrea en la prensa la buena prosa, estudiando las fintas argumentativas y estilísticas, construidas a base de metáforas, ironías y silogismos, que el gran columnista en ciernes interiorizará durante estos años y pulirá durante toda su vida literaria hasta crear un estilo a la altura, si no superior en muchos casos, de la de sus propios maestros, como escribe el profesor Bernardo Gómez.
Deslumbrado por los diarios madrileños y por los grandes nombres que firman sus colaboraciones, mitifica durante sus años de juventud el oficio de articulista, estableciendo en su horizonte vital la necesidad de vivir de la Literatura, siendo el articulismo, según parece en ese momento, la forma más factible de lograrlo.
Durante estos años se fija principalmente en tres profesionales del articulismo: Cossío, D’Ors y Ruano, tres escritores que viven el oficio de escribir a diario en los periódicos con una dedicación absoluta, casi sagrada, de la que Umbral será más que digno sucesor.
Es de esta forma como la generación de articulistas y columnistas, formada principalmente por los escritores falangistas y algunos de sus predecesores y maestros, son fundamentales en la obra umbraliana, pues encienden la mecha de la pasión del escritor por el articulismo y le enseñan el oficio, tanto desde el punto de vista laboral como literario, haciendo ejercitar su prosa de manera diaria, lo que fue determinante en la creación de su estilo propio y en el devenir de toda su vida literaria.
Pero este tierno amor de juventud por estos prosistas no se borrará a lo largo de la larga trayectoria literaria umbraliana, pues a pesar de la lógica evolución y del resto de influencias literarias siempre guardará un respeto y un cariño intelectual, a veces también personal en algunos casos, hacia la obra de estos escritores.
Es así como se convierten en personajes de algunas de sus obras. Es el caso de la maravillosa Leyenda del César visionario, en la cual los prosistas de la Falange son “los laínes”, por estar liderados por Laín Entralgo, intelectuales falangistas que intentan en medio de la Guerra Civil dar coherencia y entidad ideológica a la Nueva España.
El mismo Laín, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Pemán, Eugenio Montes, Sánchez Mazas, Torrente Ballester, Rosales, Areilza o Serrano Suñer tienen una tertulia en el café Novelty. Allí comentan la marcha de las operaciones bélicas e intentan, sin éxito, salvar la vida del anarquista Dalmau, mientras son desplazados del poder por el mismo Franco, que quiere una Falange domesticada y servil. El panorama de escritores e intelectuales de derechas se completa en la obra con el falangista de ideas estrafalarias Ernesto Giménez Caballero y con el maestro Eugenio D’Ors.
En Madrid 1940, publicada en 1993, son las firmas madrileñas con las que el protagonista de la novela empieza a codearse las que suscitan mayores elogios: D’Ors, García Serrano, Ridruejo, Sánchez Mazas y, por supuesto, Ruano.
En las deliciosas Las palabras de la tribu y Diccionario de Literatura, así como en la ya mencionada Los alucinados, Umbral volvería a acordarse de los prosistas de la Falange, regalándonos para la posteridad una serie de pequeños ensayos sobre éstos, que son toda una oda al estilo, sin por ello dejar de estar fundamentados en múltiples lecturas y en su propio conocimiento de éstos de forma directa o indirecta.
Para él, los prosistas falangistas “fueron una generación singular, espléndida, historicista, deslumbrante y muy particular”, cohesionados por el esteticismo, la obra corta, la calidad de página, las influencias de Ortega y D’Ors, así como de la Generación del 27, y una pasión por la Historia muy propia de la época.
Lo que más trabajaron estos escritores fue la prosa corta, los artículos, las crónicas, aunque no hay que olvidar, en palabras del propio Umbral, la existencia de unos cuantos libros memorables, algunos de los cuales se están ahora reeditando y recuperando, tras tantos años de olvido en los que sólo Umbral, y algún otro, se acordaron de ellos.
La calidad literaria por delante de la ideología