Desde el primer momento la Isla del Diablo, la más despiadada de las colonias penitenciarias francesas, inspiró literatura a raudales. René Belbenoît, uno de los reclusos más célebres que guardaron aquellos muros, escribía a mano, en cuadernillos, las historias de sus compañeros de reclusión para venderlas a un módico precio a otros penados, a los escasos visitantes que tenían e incluso a los guardias encargados de vigilarles. Algunos, de los pocos que consiguieron escapar, como fue el caso del propio Belbenoît y alguno más, todos ellos tras varios intentos, a cual más desesperado, publicaban sus memorias en inglés durante su exilio norteamericano. Eran textos que se vendían bien —Dry Guillotine (René Belbenoît, 1938)— en el mercado estadounidense. Hasta que las autoridades francesas protestaban y el libro se retiraba de la circulación oficialmente.
Conocido como Papillon (Mariposa) entre el malevaje, el apodo se debía a la mariposa que Henri Charrière, verdadero nombre del finado, se había tatuado en un brazo. En aquella sazón los tatuajes eran exclusivos de los hampones, los penados y los caballeros legionarios. El autor y exconvicto aseguraba que el suyo fue para ocultar la flor de Lys y el número de penado que le tatuaron en una de las primeras cárceles que pisó. Es de suponer que la crítica al uso no miró hacia Papillon ni para reseñarlo. Que se convirtiera en un best seller mundial, y uno de los primeros en recibir esa denominación en España, donde el libro fue publicado por Plaza & Janés en 1970, obedeció a esa mitificación del marginado a la que asistían las sociedades occidentales en los años 70.
Antes de desaparecer como etnia merced a la colonización europea, los kalinago eran el pueblo nativo del norte de la actual Colombia, una buena parte de Venezuela y varias Antillas menores. Fueron ellos y sus descendientes, los galibis, que aún se ven en las Guayanas, quienes localizaron la residencia de Iroucan, el dios impío de sus creencias, en la que hoy se conoce como la Isla del Diablo. Se trata de uno de los tres islotes que la lava hizo surgir a 14 kilómetros de la costa de Kourou, en la Guayana Francesa. El botánico Jean-Baptiste Thibault de Chanvalon las llamó las “Islas de Salvación” porque en ellas, en 1763, se asentaron los colonos que sobrevivieron a las epidemias que asolaron las poblaciones costeras.
Si es que alguna vez lo había sido, la referencia a la Salvación dejó de ser acertada para un archipiélago integrado por la Isla del Diablo. Sin vegetación alguna entonces, su poco más de un kilómetro de largo —1.200 metros, por 400 de ancho— fue más que suficiente para que cupiera un verdadero infierno. Convertida en colonia penitenciaria por Napoleón III en 1851, fue concebida para la reclusión de presos comunes y políticos. Uno de los primeros en dar con sus huesos en aquella penitenciaría fue Charles Delescluze. Futuro comunero, amnistiado tras dos años de prisión, volvió a París muy debilitado, lo que no fue óbice para que muriese defendiendo la Comuna de los infames versalleses el 25 de mayo de 1871.
Pero el más célebre de los confinados en aquel infierno, por el que habrían de pasar los peores enemigos de Francia, aquellos para quienes la guillotina no bastaba, fue el capitán Alfred Dreyfus. En su diario, el oficial apunta: “Los mosquitos pululaban en mi choza; mosquitos en la época de las lluvias, hormigas en todas las estaciones. Para que no se subieran a ella tuve que aislar mi mesa, colocando las patas en latas llenas de gasolina. El agua había sido insuficiente. Las hormigas formaban auténticas catenarias que avanzaban impunemente por todas partes. Pero lo peor era la araña cangrejo. Su picadura puede ser mortal y, por lo común, todos los insectos son del tamaño de la mano de un hombre”. No es la entomofobia común a todos los viajeros europeos de aquel tiempo por aquellos parajes de América y África menos conocidos. Dreyfus tiene sobrados motivos para expresarse en dichos términos: nos habla de los moradores del infierno.
Las colonias penales de la Guayana Francesa son fosas comunes donde, aliados a la sífilis y a la tuberculosis, todos los parásitos tropicales —paludismo, anquilostomas, gusanos del intestino delgado, amebas de la disentería— se convierten en los auxiliares más seguros de una administración cuya función es ver desaparecer el mayor número de personas de cuantas se le confían en el menor número de tiempo. Sus partidarios más fervientes pueden estar satisfechos: los convictos viven un promedio de cinco años. Un infierno en el que el peor animal era el hombre: los guardianes —muchos de ellos antiguos convictos— y los otros penados.
Ya en los barcos que los llevaban desde Francia, muchos de los presos se mataban en las peleas que se organizaban entre ellos. En las fugas, las famosas huidas —en verdad quiméricas, siendo de las aguas más profundas del Atlántico y estando infestadas de tiburones— faltos de alimento, era frecuente que matasen al más débil para comérselo…
En fin, Papillon, un libro en el que se refieren todas las crueldades de la reclusión en la Isla del Diablo, sólo superadas por el afán de libertad de quienes la padecen, acaso pueda entenderse como un precedente de esos libros de autoayuda y superación de nuestros días. Pero que fuera un best seller, un fenómeno de masas, debe focalizarse como un ejemplo meridiano de esa mitificación del marginado a la que asistíamos entonces. Apenas tuvo importancia que, antes de que acabase el año, Charrière fuese acusado de haber hecho pasar por suyas historias de otros reclusos.
Tras Papillon llegó Banco, la peripecia del exconvicto desde que, finalmente, se escapó de la isla y se instaló en Venezuela para hacerse rico. Amnistiado por Georges Pompidou, el entonces presidente de la república en 1970, Charrière se instaló en Fuengirola. Cuando murió en Madrid en 1973, hacía mucho tiempo que había dejado de ser un marginado.
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Henri Charrière en la vida real (y Steve McQueen en la película) tenía una mariposa tatuada no en un brazo, sino en el pecho. Hablando de películas, el actor previsto inicialmente para protagonizar Papillon fue Jean-Paul Belmondo, que habría estado perfecto en ese papel.